Dylan

Hubo un tiempo, no muy lejano, por cierto, en que la cultura de los Estados Unidos de América estaba representada en todo el planeta por individuos como Bob Dylan. Los años han pasado a una velocidad de tren desbocado y ahora los que representan a la poderosa nación de las hamburguesas, los cortacéspedes, los moteles de carretera y los marines son tipos como Justin Bieber, Lady Gaga, Jay Z, Di Caprio, Britney Spears, Beyoncé o cualquiera de las otras que se despechugan en los escenarios para así vender mejor sus canciones.

No dudo de los méritos contraídos por estas personas – cuando menos, no de todas - pero, en fin, en esta diferencia no es difícil reconocer la derrota no solo de una generación sino también la derrota de la cultura ante la industria del espectáculo; espectáculo entretenido, eso sí, pero tan hueco, tan uniforme, tan vulgar y casi tan vacío como una rueda de prensa de Rafael Hernando o de María Dolores de Cospedal. Las cosas han cambiado. No como habían previsto los profetas hippies de la contracultura ni los cantautores izquierdistas que entonaban el We Shall Overcome cada vez que había que protestar contra la guerra de Vietnam o contra cualquier otro disparate cometido por el gobierno de los Estados Unidos de América, pero no cabe duda de que las cosas han cambiado: todo lo que entonces era fijo, por ejemplo, ahora es móvil y todo lo que entonces era móvil se ha volatilizado en el aire lo mismo que una carcajada o tiene el sida.

Las personas que crecimos escuchando las canciones de Bob Dylan, tras hacernos una biografía sin haber encontrado la respuesta que, según él, estaba flotando en el viento, ya hemos alcanzado eso que llaman la madurez; o sea, esa edad en que lo verdaderamente importante es despertarte todas las mañanas sin que te duelan los huesos, sin que te despidan del trabajo, sin que el gobierno de Rajoy te recorte hasta la estatura o sin que tus hijos, los benditos, hayan estampado el coche contra cualquier farola. Eso es todo.

En la Biblia las generaciones se suceden en un solo párrafo, de modo que, más temprano que tarde, de una manera vertiginosa, todos acabamos alcanzando una huérfana madurez en la que descubrimos que no habiendo oscurecido aún ya se intuye que no tardará mucho en hacerlo y que en la vida todo consiste en regresar a donde realmente se pertenece; ya sea a un pueblo, a un paisaje, a un rostro o a una canción de cuna.

En estos últimos años el Premio Nobel de Literatura de este año, Bob Dylan, ha decidido volver a las canciones de su adolescencia reintrepretando en sus discos, entre otros, a Frank Sinatra. Los demás, sus seguidores, sospecho que, con Premio Nobel o sin Premio Nobel, siempre volveremos a él y ese es su mérito...