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Viento del Norte es el contenedor de opinión de elDiario.es/Euskadi. En este espacio caben las opiniones y noticias de todos los ángulos y prismas de una sociedad compleja e interesante. Opinión, bien diferenciada de la información, para conocer las claves de un presente que está en continuo cambio.

Educación e ideología

Podemos defiende este miércoles que todos los centros escolares puedan ofrecer aula matinal, comedor y extraescolares

Pablo García de Vicuña

Ocurre en ocasiones que algunos hechos, desconectados entre sí, se encadenan de tal forma que lleva a preguntarnos qué fuerza puede ser la que ocasiona esta unión. Probablemente sea la coincidencia la única causa; aún así, no deja de resultar sorprendente. Recientemente ha ocurrido. Ha sido uno de estos días pasados en los que Cataluña monopolizaba la información y nos llevaba a vivir nuestra cotidianeidad con un ojo, un oído y la palabra pendientes de lo que allí estaba sucediendo.

De pronto, salta la noticia de que hay cierto revuelo en un instituto de la provincia de Barcelona por el posible trato discriminatorio de algunos profesores hacia hijos de guardia civiles (El Periódico, 6 octubre). El ambiente es altamente sensible tras los sucesos violentos producidos el mismo 1-O. En esta ocasión, se movilizan familias y alumnado pidiendo explicaciones al centro educativo que son rebatidas por un comunicado del propio claustro y un bando municipal llamando al consenso social. De momento, el asunto se encuentra ahí, en dique seco. Veremos si cuando el fragor de las noticias con epicentro catalán descienda hasta situaciones normalizadas, conseguimos enterarnos de lo que pasó en realidad.

También, en estos mismos días he terminado de leer la primera novela de Edurne Portela, 'Mejor la ausencia' (Galaxia Gutenberg, 2017), en la que relata de forma descarnada la vida de una familia de la margen izquierda vizcaína en los duros años del terrorismo etarra. Nada que no hayamos vivido de cerca, real como la vida misma, aunque en esta ocasión aparezca novelada. Sigue doliendo cuando se leen párrafos como el que recupero:

“Llego pronto a clase. El pupitre de Alberto está vacío. Cris está ya sentada en el suyo. Me voy al mío y ella me sigue. Entra el Mortadelo. Cris me hace un gesto para que la acompañe.

-Queremos guardar un minuto de silencio por el padre de Alberto, le dice Cris.

- Siéntate, Cristina, voy a empezar la clase.

-¿No vamos a guardar el minuto?

- No.

- ¿Por qué?

- Porque no es asunto mío lo que pase fuera de esta aula. Aquí estudiamos Filosofía.

- Cuando a ti te da la gana, le contesta Cris.

Cris me mira esperando que diga algo, pero yo no sé qué decir. Se da la vuelta y sale de clase dando un portazo. El Mortadelo se me queda mirando.

-¿Y tú, qué quieres?

-Nada-

Me vuelvo a mi pupitre. Se pone a hablar de la ética de Schopenhauer“.

Esta doble narrativa, noticia en un caso, ficción en el otro, nos enfrenta ante dos actitudes de docentes, dos realidades que responden a situaciones conocidas y que representan posturas antagónicas. De ambas hemos visto suficientes ejemplos. Una, la ficticia, muestra a una persona que ha decidido ignorar la vida de su alumnado, lo que ocurre más allá de las paredes del aula. Quien así se comporta, por diversas causas que pueden ir desde el miedo hasta incapacidad de empatizar, ha decidido colocarse en otro planeta, fuera de la vida trágicamente cotidiana que se vivió en Euskadi durante tanto tiempo. Tan sólo le importa ser un educador incompleto, mutilado, preocupado por “transmitir conocimiento” y ciego para la comunicación emocional, sentimental. La mayoría de las ocasiones sabe que su indicador ético está roto, pero lo suple con autoridad y lejanía personal. Que “el Mortadelo” se esconda tras la explicación de Schopenhauer sólo demuestra su incapacidad de empatizar y su cerrazón por explicar el pesimismo irredento del autor prusiano cuando su clase, expectante, observa la reacción humana.

En la otra lectura –y aceptando por fidedigna la noticia periodística- encontramos al docente que no rehuye su responsabilidad a la hora de participar de la realidad circundante, aunque le suponga alinearse sólo con un lado del conflicto. Está tan convencido/a de “su verdad” que desea imponerla incluso entre los que piensan, sienten de modo diferente. Estalla ante la indignación que le ha producido la violencia de unos, sin detenerse a pensar que, con su actitud, está violentando a otros. Quien así haya actuado ha elegido conscientemente influir en su alumnado desde una posición privilegiada y a expensas de que su actuación pueda ser juzgada – o quizás no, en la confianza de que su sentir es mayoritario y, por tanto, acertado-.

En ambos casos, sobrevuela el ambiente una cuestión reiteradamente debatida: ¿tiene que tener ideología la educación? Y no nos referimos en este caso a la que se aporta desde la política educativa de los gobiernos o de los propios centros escolares, sino la que aparece desde el profesorado como agente educativo.

Sin duda, como explica adecuadamente Jesús Hernández Díaz ('Ideología, educación y políticas educativas'. Universidad Oviedo, 2009), en el discurso educativo o pedagógico subyace siempre un discurso de carácter ideológico, porque no se concibe una educación neutral y aséptica. La educación es siempre elección para ofrecer una determinada visión del mundo –eurocéntrica, religiosa, democrática, tecnológica,…- normalmente compartida, pero no demasiado científica. La ideología, así vista, es opinión, es utilizada por la educación para generar expectativas, motivar, formar y, en ocasiones –las menos, afortunadamente- para exacerbar sentimientos, emociones y hasta pasiones.

Han pasado ya 20 largos años desde que Jacques Delors presidiera la comisión de la UNESCO que enumeró las cuatro célebres tareas de la Educación (aprender a conocer, aprender a hacer, aprender a ser y aprender a convivir). Transcurrido ese tiempo, estas tareas son aún más quimeras que realidades. En todas ellas el alumnado es el verdadero protagonista, aunque sin la pericia del profesorado éste se encontrará con serias dificultades para el desarrollo de tales competencias. Todas ellas son necesarias, pero me atrevería a decir que la última, la convivencia, se ha convertido en esencial en nuestro tiempo. En este siglo XXI, en el que la información fluye por unos cauces muy superiores a los que el profesorado puede transmitir, nuestra función docente se ha diversificado. No valdrá únicamente como transmisor de conocimiento; deberá adiestrarse en las técnicas necesarias para convertirse en un adecuado impulsor de las capacidades que su alumnado debe adquirir.

Estamos viviendo unos años en los que la crueldad de la crisis económica, la avalancha multicultural, la pérdida del estado del bienestar han generado una creciente conciencia ecológica que ha redimensionado los espacios de comunicación humanismo-naturaleza. A la vez, la desconfianza ciudadana ha favorecido la difusión de los supranacionalismos que están ocupando un espacio de desestabilización de la convivencia actual, en busca de nuevos entornos geográficos e identitarios. Da la impresión de que lo que crecemos en nuestro acercamiento al mundo que nos acoge –después de tantas décadas de inconsciencia medioambiental- lo disminuimos en nuestra capacidad de comunicación con nuestros semejantes, ampliando fronteras mentales y sentimentales.

Necesitamos que la educación se mantenga en parámetros de pensamiento crítico, que el alumnado se forme en la búsqueda de soluciones, sugeridas pero no resueltas por el/la docente. Hacerles protagonistas de su historia, de su aprendizaje, no significa contarles el cuento completo, incluido el final. Éste debe estar abierto a la curiosidad, a la investigación, al criterio del alumnado, para que elija su propio final. Para ello deberemos contar con un profesorado con ideología, no neutro, con un límite preciso, imposible de sobrepasar: el respeto a los derechos humanos. Debemos huir del indiferente tanto como del que hace de la confrontación su paradigma. Porque educar siempre deberá tener presente la libertad, la justicia y la dignidad del ser humano. De ninguna de ellas podemos prescindir. De todas se nos evaluará.

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