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Viento del Norte es el contenedor de opinión de elDiario.es/Euskadi. En este espacio caben las opiniones y noticias de todos los ángulos y prismas de una sociedad compleja e interesante. Opinión, bien diferenciada de la información, para conocer las claves de un presente que está en continuo cambio.

Nuestra falta de consistencia

Gonzalo Bolland

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La sociedad líquida, lo ha escrito, entre otros, el periodista alicantino Vicente Verdú, o sea la falta de consistencia es lo que caracteriza al tiempo que vivimos. Todo discurre a nuestro alrededor como un río que se deslizara ladera abajo hacia los remotos horizontes del mar. Todo. La falta de consistencia que han perdido actualmente todos los objetos conocidos, desde el teléfono hasta los coches pasando por los zapatos, los pantalones vaqueros, las máquinas de tren y los muebles, por ejemplo, se corresponde con la ligereza en que se tienen las categorías que antes pesaban tanto. La rectitud moral, la dignidad, la confianza, el respeto a nuestros mayores, en definitiva la solidez vital, también llamada reputación, que caracterizaba el proyecto biográfico de nuestros antepasados la hemos sustituido por este cómodo relativismo moral donde solo los ignorantes, los tarados, los irresponsables, los manipuladores, los arribistas y los corruptos, o sea, todas aquellas personas a las que les importa un carajo eso de hacerse con una personalidad respetable, obtienen una recompensa inmediata en esta vertiginosa sociedad de páginas web, sms, tabletas 'ipads', cien mil canales televisivos y demás pantallas huidizas. Las personas que habitamos este tiempo hemos perdido calidad humana. No estamos hechos de una sola pieza. No somos tan íntegros ni tan fiables como nuestros antecesores. No nos reconocemos en la antigua sentencia de que “la bondad es la máxima expresión de la inteligencia” dado que en esta sociedad todo es móvil, provisional, cambiante, vertiginoso, superficial e interesado, desde la amistad hasta el amor, así que, para sobrevivir, nos hemos tenido que amoldar a este relativismo moral con lo cual ya ni siquiera somos capaces de arriesgarnos a vivir la única aventura verdaderamente importante de la vida: tratar de conocer a nuestros semejantes de un modo profundo, intenso, sólido y decididamente generoso...

El saber es superficial y aprender, si es que todavía se desea aprender, se aprende solo lo justo. Más que nada – sobre todo en esta época – a restar. El paso de los años, además de reflejarte en el espejo el rostro que realmente mereces, lo que fundamentalmente certifica es que en este mundo liderado por los especuladores financieros todo es tan líquido y tan pasajero como el agua que serpentea entre los peñascos, las rocas, las barranqueras y los estuarios: penas, compromisos, rutinas, familia, municipio y sindicato. Todo, menos la puta sensación de llegar siempre tarde donde nunca pasa nada, de pasar por las cosas sin tocarlas y de perder el tiempo tratando, inútilmente, de hacer cualquier cosa importante.

Nos hemos hecho a lo huidizo de modo que nuestra personalidad es huidiza; carente de consistencia. Tenemos demasiadas expectativas. Incluso en este tiempo de crisis económica todavía tenemos demasiados escaparates, demasiados viajes, demasiadas marcas de coches, demasiados productos en los centros comerciales, demasiadas personas entrando y saliendo de los bares y demasiado de todo, de modo nunca escogemos nada, nunca nos comprometemos con nada porque ya no sabemos renunciar a una posibilidad futura. Esta es la esencia de la sociedad de consumo: habernos convertido tan solo en una posibilidad, nunca en una realidad, lo cual, inevitablemmente, nos conduce a comprender por qué los ansioliticos son las medicinas que, con diferencia, más se consumen en nuestro desorientado hemisferio occidental. Ansiosos de por vida. Insatisfechos por mandato publicitario, no somos ni quieren que seamos sólidos sino líquidos. No somos ni quieren que seamos íntegros sino permanentemente inacabados. Y la pérdida de importancia de la integridad en las personas es la pérdida de importancia del mundo. En este, por ejemplo, ya no se percibe, actualmente, ningún proyecto consistente. Ninguno. Ni siquiera esta manía de contener el deficit público de los estados europeos, ya que lo único que genera es inseguridad entre los ciudadanos, además de contribuir a que las clases medias de nuestro continente se vayan desvaneciendo tan rápidamente como el salario mensual en la cuenta corriente de un periodista. Tampoco este fervor científico y tecnológico, que tan entretenidos tiene a sus muchísimos divulgadores, parece tener la consistencia necesaria ya que ignora la curiosa circunstancia de que, por más que muchos individuos e individuas puedan parecerlo, en realidad, merced al apetito espiritual que nos ruge en las entrañas, aún no nos hemos convertido en robots. ¿O sí?...

*Gonzalo Bolland es periodista.

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