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Viento del Norte es el contenedor de opinión de elDiario.es/Euskadi. En este espacio caben las opiniones y noticias de todos los ángulos y prismas de una sociedad compleja e interesante. Opinión, bien diferenciada de la información, para conocer las claves de un presente que está en continuo cambio.

¿Seguro que la culpa es solo de los políticos?

Gonzalo Bolland

Según comentan en las tertulias radiofónicas que nada más levantarme de la cama tengo la mala costumbre de escuchar, el curso que durante estos días estamos iniciando será un curso condicionado no solo por la corrupción sino también por los muchos comicios electorales que han de celebrarse; o sea un curso marcado por la política. En mi limitada manera de entender los asuntos humanos, me parece que en este disparatado país la política – además de causar pavor - ha generado siempre tres clases de individuos. En primer lugar, los políticos propiamente dichos; profesionales actualmente en entredicho cuando no totalmente denostados, debido, sospecho, a su ciega obediencia a los poderes económicos desde hace ya décadas, a la tendencia de los partidos por nutrirse de hombres y mujeres mediocres, huecos, sumisos, más proclives a la descalificación del adversario que al entendimiento, más preocupados de sí mismos de aquellos a quienes se supone que sirven y con una extraordinaria facilidad, por lo visto, para trabajar, únicamente, con el propósito de mantener su puesto dentro de la organización que les procura el sustento. Estos profesionales, merced a las muchas mentiras que los últimos gobiernos nos han contado, se encuentran ahora casi tan desprestigiados como los astrólogos, los echadores de cartas, los banqueros o los periodistas – aunque en este último caso mucho me temo que no tanto - y seguramente, por permanecer aún vírgenes en la práctica diaria de la administración política, los dirigentes de Podemos, con Pablo Iglesias a la cabeza, son lós únicos profesionales que todavía no han caido en el desprestigio.

En segundo lugar, está la mayoría de la gente, lo que vulgarmente se conoce como masa; es decir, individuos que en cuestiones políticas son de una tremenda atonía. Personas que pagan la contribución sin tener demasiado en cuenta lo que reciben a cambio, habituadas desde tiempos inmemoriales a comulgar con ruedas de molino, virgenes milagreras, discursos huecos y toda la fanfarria retórica que envuelve a los medios de comunicación más financiados por el régimen político de turno. Personas que han descubierto que el consumo da sentido a la existencia, que son fácilmente manipuladas por el demagogo de turno, que enarbolan pancartas, consignas, ikurriñas, sin más propósito que formar parte de la muchedumbre y que durante su tiempo libre contemplan cualquier cosa en la televisión; lo que les echen: telenovelas, cotilleos, concursos, teleberris, debates o partidos de fútbol, sobre todo partidos de fútbol - lo que nada tiene de malo, por supuesto, a no ser que uno termine confundiendo la realidad con el fútbol y viceversa... Todos estos hombres y mujeres constituyen, en su conjunto, una masa tibia, descomunal, consumista, sumisa, puramente sentimental, sistemáticamente manipulable y a la que nunca nadie le ha enseñado que las cosas de este mundo acostumbran a ser limitadas y relativas.

Finalmente, y en tercer lugar, está una pequeñísima minoría de individuos de temperamento tolerante, analítico, comprensivo, con un cierto carácter escéptico, eso sí; sujetos dedicados a la observación de las cosas, que lo único que pretenden es que los políticos se dediquen a administrar, competentemente, los bienes comunitarios sin importunar tanto; o sea, sin dar tanto la lata con su palabrería, sus patrañas, con sus pavorosos planes para impulsar el derecho a decidir o con sus turbias componendas con los especuladores financieros, los promotores inmobiliarios, los fanáticos de cualquier religión o con los “patriotas” caracterizados por sus banderitas de España en las corbatas de diseño, sus putas de lujo, sus tarjetas opacas y su arrolladora arrogancia. En definitiva, individuos que no tienen más pretensión que la de continuar trabajando en paz – en el supuesto, claro está, de que aún tengan trabajo – en un país moderno, laico, respetuoso, decente y cohesionado socialmente. No parece que de esto último abunde, de hecho creo que no ha abundado nunca, así que sospecho que, por muchos comicios electorales que se celebren, en este disparatado país continuaremos siendo administrados por dirigentes tan demagogos, tan manipuladores, tan corruptos y de tan escaso recorrido intelectual como los que nos vienen gobernando, merced a los muchísimos votos obtenidos, desde los ya lejanos tiempos de la sacrosanta Transición.

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