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Viento del Norte es el contenedor de opinión de elDiario.es/Euskadi. En este espacio caben las opiniones y noticias de todos los ángulos y prismas de una sociedad compleja e interesante. Opinión, bien diferenciada de la información, para conocer las claves de un presente que está en continuo cambio.

¿Quién es el enemigo?

Javier Arteta

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Tras los atentados yihadistas de París, se ha impuesto la idea de que Europa está en guerra, para defender unos valores a los que no puede renunciar. Y parece que es verdad: que estamos en guerra y que la tenemos que ganar por la cuenta que nos trae. Ahora sólo nos queda ir precisando cómo pretendemos conseguirlo, qué valores vamos a defender y, finalmente, quién es el enemigo. Y todo ello considerando, además, que las guerras acostumbran a ser bastante incómodas, porque trastocan todos los horarios. No podemos salir por las noches ni cervecear con los amigos ni formar concentraciones festivas cuando nos venga en gana. Si la guerra introduce entre nosotros un período de excepción, tendremos que prepararnos para lo excepcional, a todos los niveles; también, me temo, en el plano legal.

Hay que asumirlo: una guerra sin estados de excepción ni es guerra ni es nada. Ni tampoco, por supuesto, la podemos ganar, aunque tengamos un himno movilizador tan sugerente como la Marsellesa. Parecía un contrasentido que los diputados y senadores franceses la cantaran tan solemnemente en ese enclave del absolutismo que fue el palacio de Versalles. Me pregunté, por eso, al ver la escena por televisión, si quienes la interpretaban tan desangeladamente no estaban ya un poco fondones para defender en las barricadas los grandes conceptos universales que el himno encarna.

¿Qué ocurre con la Libertad, la Igualdad y la Fraternidad, esos anhelados ideales que el himno revolucionario evoca? No parecen ser moneda corriente en esta Europa nuestra del monetariado, que reserva para los capitales financieros la libertad de movimientos que se niega a los seres humanos. Por ejemplo, a los que huyen de guerras que ellos no han provocado, como Tony Blair tuvo la gentileza de aclarar, cuando admitió que la invasión de Irak abrió la puerta al auge del yihadismo internacional e incluso a la implantación del Estado Islámico. Que es el enemigo a batir, según se dice, y con razón. Pero no dejo de preguntarme qué es el Estado Islámico (o el ISIS o el Daesh), porque, hasta que no lo sepamos a ciencia cierta, no sabremos quién es realmente el enemigo contra quien luchamos. Un enemigo que ocupa un amplio territorio donde impone sus leyes ferozmente represivas a quienes caen bajo su dominio; que cuenta con recursos petrolíferos con los que comerciar para financiarse; que dispone de fondos para reclutar militantes y montar y pagar un Ejército; o para comprar y reponer armamento con el que, hasta ahora, ha podido defenderse y contraatacar; que inspira a las potencias occidentales el respeto suficiente como para no arriesgarse a colocar soldados sobre el terreno de operaciones bélicas…

Hablamos, pues, de una entidad dotada con mucho dinero, y no precisamente del que sale ahorrando “tacita a tacita”. Siguiendo la pista de ese dinero, desembocamos en las monarquías petroleras o en las turbiedades del comercio de armas. No es tranquilizador a este respecto leer que, en el presente año, las exportaciones francesas de armamento al mundo árabe, y en particular a las muy poco fiables monarquías del Golfo Pérsico, han sumado casi 15.000 millones de euros, el triple que en 2012; o que las diez empresas mundiales de la defensa (entre ellas, el grupo francés Thales) se disparen en Bolsa precisamente a raíz de los últimos atentados; o que, al calor de las actuales circunstancias, sean los nuevos gastos militares los que alivien a Francia de cumplir con las exigencias europeas de déficit; o que el Gobierno de Cameron anuncie un aumento de casi 17.000 millones de euros en defensa, coincidiendo con nuevos recortes en el gasto público…

Todo lo cual no niega que exista una guerra y que tengamos necesidad de ganarla. Cosa distinta es saber cómo afinamos el tiro para conseguir que los intereses privados subyacentes a este grave conflicto que de tal modo nos afecta no se vayan de rositas. No vaya a ser que nos limitemos a desmontar el teatro de marionetas, pero sigamos dejando libres las manos que manejan los muñecos de guiñol.

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