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Viento del Norte es el contenedor de opinión de elDiario.es/Euskadi. En este espacio caben las opiniones y noticias de todos los ángulos y prismas de una sociedad compleja e interesante. Opinión, bien diferenciada de la información, para conocer las claves de un presente que está en continuo cambio.

¿Quién teme al 155?

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Josu Montalbán

Al Artículo 155 de la Constitución Española le deben temer, sin duda, los independentistas catalanes que han puesto patas arriba a Cataluña y a los millones de ciudadanos empadronados en ella o residentes en su territorio. Nadie más, de modo que quienes se obstinan en pedir la retirada inmediata del Artículo 155 de la Constitución, que es de todos (catalanes incluidos), deberían hacer balance de lo que ha supuesto su aplicación. Si alguien pensaba que su dimensión coercitiva iba a influir muy negativamente en nuestras vidas porque seríamos testigos de un retroceso democrático, se habrán dado cuenta de que quienes han puesto todo el empeño en embarullar el proceso electoral (21 de Diciembre) han sido precisamente aquellos que con su infantilismo rebelde convirtieron Cataluña en un laberinto. Lo único que ha trascendido del 155 aplicado en Cataluña han sido los escarceos y trapisondas con que Puigdemont y sus secuaces “indepes” han vapuleado al pueblo catalán estafándole de un modo flagrante y descarado. Eso sí, todo hecho en su nombre y honor.

Dos meses después de que se aprobara la aplicación del 155 el balance es bien sencillo. El electorado catalán se ha expresado en las urnas sin que haya enseñado el más mínimo signo de temor. Los resultados han mostrado la división que antes existía. De los cuatro quintos de catalanes con derecho a voto, más de la mitad se muestran partidarios de ser catalanes y españoles. La quinta parte de ellos, la que no acudió a votar, nadie puede ni debe apuntársela en su favor, ni puede considerarla en su contra. Pero en el bando “indepe” se han producido hechos que aportan muy poco a la honorabilidad de sus dirigentes y partidarios. Por ejemplo, la deserción de su máximo representante que le convierte en un prófugo pero, sobre todo, en un incapaz para representar a un pueblo cuya historia ha dado pie a lo largo del tiempo a heroicas actitudes de líderes y dirigentes comprometidos con su pueblo. Puigdemont se ha convertido ya en un buen pasto para el olvido y el deshonor. Y algo parecido cabe decir de quienes, desde las filas de la CUP, han rehuido a la Justicia española cuando han sido requeridos, aunque tal rehuida haya sido usada para forzar tumultos y convocar manifestaciones alrededor de algunos personajillos de escasa entidad y aún más escaso alcance. En todo el elenco “indepe” solo se libra Oriol Junqueras, por su actitud y por sus aptitudes (aunque dudosas), de modo que los “constitucionalistas” no harían mal en procurar sacar a ERC de ese bloque “indepe”, nada monolítico en lo que respecta a sus posiciones reales, pues da cobijo a los depredadores del sistema (CUP), y a quienes han sucedido al bloque más corrupto de cuantos han actuado en España, la vieja Convergencia Democrática de Cataluña.

Sin embargo, los “indepes” han dado curso a un recurso de inconstitucionalidad contra la aplicación del Artículo 155, iniciando una trayectoria realmente tan osada como absurda. A mí, que no soy jurista aunque soy una persona informada suficientemente, el acuerdo y la acción iniciada me parecen una nueva maniobra de distraimiento que denota cobardía, y una carencia de buena voluntad más que manifiesta. Los líderes políticos que lo han impulsado han mostrado la escasísima profundidad de sus ideas y la infinita perversión de sus intenciones. No cabe duda de que la aplicación de un Artículo excepcional como el 155 permite interpretaciones mezquinas, pues su aplicación no aparece debidamente desarrollada en el texto constitucional, pero habiendo sido aplicado con la máxima benignidad, como ha sido, el recurso presentado descalifica a quienes lo han firmado, o han admitido su presentación.

Recordemos: “Artículo 155: Si una Comunidad Autónoma no cumpliera las obligaciones que la Constitución u otras leyes le impongan, o actuare de forma que atente gravemente al interés general de España, el Gobierno (…) podrá adoptar las medidas necesarias para obligar a aquella al cumplimiento forzoso de dichas obligaciones, o para la protección del mencionado interés general”. Esta redacción tan simple no debiera dar pie a equívocos cuando su aplicación práctica se queda en la benignidad de una intervención mínima sobre las Instituciones catalanas, y la convocatoria de Elecciones. Así se hizo, por eso el resultado electoral ha sido tan parecido al de las anteriores elecciones. No se han atisbado amedrentamientos de la población catalana durante el periodo electoral, que pudieran haber trasladado el voto “indepe” hacia el constitucionalismo, ni un enconamiento que pudiera haber incrementado el voto independentista. ¿A qué viene, pues, que la Señora Forcadell haya impulsado el proceso de la inconstitucionalidad de la aplicación del 155, precisamente ella que declaró que todo había sido una farsa para eludir cualquier castigo riguroso?

De modo que la pregunta es “¿Quién teme al Artículo 155?” Y la respuesta no puede ser otra que, “los que temen su aplicación son quienes no tienen talla política ni capacidad de liderazgo para responsabilizarse del gobierno de una sociedad moderna, integrada por ciudadanos libres en lugar de por súbditos que sigue por costumbre o disciplina cualquier añagaza que les muestran sus representantes. Quienes temen al 155 en Cataluña, y quienes les alientan desde otras latitudes de España, nunca redactarían un Capítulo tan benigno como el 155, para prevenir a un Estado fuerte y útil, como el español, en la dirección y protección de sus ciudadanos. Ellos, los ”indepes“ tan huidizos, que se han atrevido a trasgredir normas y leyes, o a cambalachear con la legalidad mientras han convertido a todos los catalanes en sus rehenes, vituperan el Artículo 155 para cubrir sus propias carencias y excesos (carencias democráticas y excesos dictatoriales), además de sus incapacidades. Son líderes de casi nadie, portadores de casi nada, depositarios de un vacío desprovisto de memoria, fatuos… Pero, ¡cuidado!, nada recomendables.

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