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Viento del Norte es el contenedor de opinión de elDiario.es/Euskadi. En este espacio caben las opiniones y noticias de todos los ángulos y prismas de una sociedad compleja e interesante. Opinión, bien diferenciada de la información, para conocer las claves de un presente que está en continuo cambio.

Nosotros, los viejos

Javier Arteta

A los viejos de hoy nos ocurre como a esos malos de las películas, que tardan un dolor en morirse, por acertados que sean los golpes que les propinan los buenos. Mostramos una tendencia compulsiva a sobrevivir sin mayores objetivos; simplemente para ver qué pasa. Y lo que pasa es que no hacemos nada a derechas y empezamos a suscitar la antipatía general. No sólo nos tienen que mantener, sino que, además, hemos adquirido la mala costumbre de durar, haciendo saltar cualquier previsión estadística razonable. Y así va el mundo, afectado como está por esa plaga bíblica del envejecimiento, como advierten todos los expertos que entienden de estas cosas.

El Fondo Monetario Internacional nos hace responsables del deterioro de la economía, dada nuestra falta de rentabilidad. Un abuelo japonés que está (o estaba al menos) en el Gobierno nipón nos echó la bronca por tardar tanto en estirar la pata y encarecer, así, el sistema sanitario. Y poco le faltó para suicidarse, dando ejemplo de civismo, si no fuera porque alguien tenía que responsabilizarse del país. Añádase a todo ello que consumimos, como otros agentes improductivos, recursos públicos que hurtamos a las empresas, obligándolas de este modo a refugiar su cada vez más escaso dinero en paraísos fiscales. Y, para colmo, nos siguen dando el derecho al voto. ¿Y cómo lo agradecemos? Votando mal.

Empezamos a ser la vergüenza de los actos electorales. Un mitin con abundancia de viejos carece del pedigrí que suelen tener los que reúnen a muchachadas alegres y combativas, con el “Sí se puede” a flor de labios. Nuestros votos aún se toleran, pero cada vez con más desprecio y yo diría que animadversión. Son, los nuestros, votos de inferior calidad. O, para ser más precisos, un claro desperdicio; el tapón que impide que las nuevas generaciones tomen, como es debido, las riendas de la nueva política.

Nos lo ha recordado Carolina Bescansa. “Si sólo votaran los menores de 45 años, Iglesias ya sería presidente”. Me incluyo entre los que han hecho fracasar tal esperanza. Yo, que he rebasado ampliamente los 45 años (y no digo con cuánta amplitud por no deprimirme en exceso), me veo obligado a reconocer que carezco de la agilidad física y mental para transitar sin tropezarme por las puertas giratorias que conducen del Pablo Iglesias agresivo con el bate de beisbol en la mano al que aparece con el misal diciéndonos “la paz sea contigo”. Y, por una vez que estuve a punto de votarle, me enteré por el Gran Timonel de Podemos de que Zapatero ha sido el mejor presidente de nuestra democracia. Y acabé votando a los socialistas porque pensé que Pablo Iglesias se había hecho del PSOE. Si eso no es simpleza, que venga Monedero y lo vea.

Es lo que tiene ser viejo: que uno va dilapidando neuronas hasta extremos preocupantes. Tendríamos, por tanto, que seguir el consejo de Carolina Bescansa, que, al haber rebasado los 45 años, seguramente está pensando ya en borrarse del censo electoral. El problema es que somos muy nuestros y seguimos empeñados en dar la matraca. Como si las ideas sirvieran para algo, los tuits de 140 caracteres no hubieran venido para quedarse, la memoria tuviera el más mínimo interés en el mercado de la modernidad política y la lógica aún conservara alguna de sus viejas funciones.

Hasta dónde llegará el deterioro, que algunos pensamos en nuestro delirio que no estaría mal que nos fuéramos empoderando para que se enteraran de una vez tantos niñatos que piensan que la historia empezó con ellos. Algunos irrecuperables pensamos, por el contrario, que, ahora que está de moda exhibir el orgullo de ser gai, español, vasco… o incluso de llevar gafas, a lo mejor tendríamos que ir trabajando el orgullo de ser viejo. Hasta se podría organizar un Día del Orgullo Senior, con desfiles y todo. Por supuesto, sin que tengamos que subirnos a lo alto de la carroza para saludar, que no estamos en edad de hacer locuras.

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