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Viento del Norte es el contenedor de opinión de elDiario.es/Euskadi. En este espacio caben las opiniones y noticias de todos los ángulos y prismas de una sociedad compleja e interesante. Opinión, bien diferenciada de la información, para conocer las claves de un presente que está en continuo cambio.

El virus del Ébola: otra herida más en la salud de África

Carlos Mediano

Vicepresidente Medicus Mundi Internacional —

Este verano estamos mirando de reojo a África Occidental con motivo de la aparición de una epidemia, otra más, debida al Ébola. Y miramos, porque este virus preocupa por varios motivos: primero y fundamentalmente, porque es una enfermedad con una alta mortalidad (el 60% de los enfermos mueren) y, segundo, porque no hay cura conocida. Si a esto le sumamos que tiene una alta capacidad de contagio entre las personas y que ha aparecido en una zona de África donde antes no se había dado, la cosa se complica.

La comunidad internacional ha respondido rápidamente y está haciendo frente a esta enfermedad infecciosa junto a los frágiles sistemas locales de salud, intentando atajar su expansión. Pero desde marzo hasta la fecha alrededor de 1.000 personas han muerto, y da la sensación de que su control tardará al menos unos meses más. La OMS acaba de declarar una emergencia de salud pública internacional, y es urgente que se disponga de todos los medios materiales y humanos necesarios para que el ébola no llegue a ser una nueva plaga que asole África.

Hasta aquí, lo normal cuando se trata de una epidemia que se desata en un país 'pobre'. Lo diferente en esta ocasión ha sido que, sorprendentemente, en los países 'ricos', también llamados países del Norte, se ha generado una gran alarma social, quizás porque en esta ocasión nos hemos dado cuenta de que la enfermedad puede 'viajar' a otros países y regiones y, sobre todo, por el miedo a la posibilidad de que nos afecte. Y es que las enfermedades nos recuerdan constantemente que no tienen fronteras, y más en un mundo tan globalizado como el nuestro. Pero aunque podemos denominar a la de 2014 como la peor epidemia debida al virus Ébola hasta el momento, no la podemos comparar con las cifras de muertos por otras enfermedades como la malaria, que mata a más de medio millón de personas al año -la mayoría niños y niñas-, pero que no copan las portadas de los medios de comunicación de nuestros países, seguramente por no ser una amenaza presente para nuestra salud.

Cuando acabe esta epidemia deberemos reflexionar sobre la importancia que le damos a la salud mundial, entendida como un todo. Hemos de recordar que desde que se descubrió este virus en 1976 ha habido unas 24 epidemias de ébola y, sin embargo, parece que no hemos puesto el suficiente interés para luchar contra ésta u otras enfermedades hemorrágicas. Pero tampoco sería la solución plantear una lucha enfermedad por enfermedad; si no tenemos sistemas locales de salud lo suficientemente eficaces que sustenten a estos programas, será imposible que tengamos éxito.

Ahora es el ébola, pero ¿y mañana? África tiene los peores indicadores de salud del mundo. Su salud es una herida abierta, muy grande, enorme; una herida por donde se desangra, y no podemos curarla poniendo tiritas -una tirita para cada enfermedad- cada vez que consideremos que empeora la herida, o que esa “infección” puede trasladarse a otros continentes. Eso no es eficaz, no es eficiente, y genera un gran desgaste a todos los implicados.

La solución sería a medio y largo plazo: todos los países deberían tener un sistema de salud fuerte, con adecuados sistemas de vigilancia epidemiológica que puedan responder rápidamente ante cualquier eventualidad sanitaria. Sin embargo, sigue habiendo demasiados sistemas sanitarios frágiles en el mundo, con muy pocos recursos humanos, materiales y económicos en cantidad y calidad suficiente para poder hacer frente a las necesidades de salud de su población.

No obstante, si queremos que estos sistemas sean efectivos, no solamente debemos ponerlos cerca de la población, sino que ésta debe usarlos. Y para ello las comunidades locales deben de participar en la definición de las prioridades de salud. Parece que en esta epidemia ha habido por parte de ciertas comunidades un rechazo a ser tratados, creyendo que en vez de curar, la ayuda pretendía propagar la enfermedad. Y este rechazo a la ayuda sanitaria no es la primera vez que pasa. Pero en mitad de una epidemia es prácticamente imposible poder integrar los patrones sociales y culturales en las estrategias de lucha contra la enfermedad, porque estas acciones requieren tiempo. Y, por lo tanto, es una labor que los sistemas de salud deben hacer a medio y largo plazo: ganarse la confianza de esa población.

Necesitamos acabar no solo con la epidemia, sino sobre todo prevenir nuevas amenazas para la salud mundial. Y solamente se conseguirá si trabajamos la salud como un bien global en todo el mundo, anteponiendo los intereses de salud a otros como puedan ser los económicos o políticos, y apostando, en estos momentos en los que se está poniendo en duda su necesidad, por una cooperación sanitaria eficaz, eficiente y con impacto a largo plazo a través de los refuerzos de los sistemas de salud. La herida en la salud africana debe cerrarse, y está en nuestras manos. En las de todos.

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