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Algo pasa con Escrivá

El ministro de Inclusión y Seguridad Social, José Luis Escrivá, en el Congreso.

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Decía Goethe que hablar es una necesidad y escuchar, un arte. José Luis Escrivá es de esos ministros que hablan infinitamente más de lo que escuchan. Tanto que apenas deja espacio a sus interlocutores. Tanto que en ocasiones parece que ni él mismo se escucha. O sí. Depende. Sus detractores sostienen que el ministro de Seguridad Social sabe siempre lo que dice, que nunca da puntada sin hilo y que tras lo que sostiene a menudo hay un motivo oculto. Más claro: le atribuyen razones espurias. Sus defensores creen que tiene notables cualidades técnicas, aunque ninguna habilidad política, y que es solo por eso por lo que no mide, no calibra y no atina con sus manifestaciones públicas. Dicho de otro modo: todo se circunscribe a un debate filosófico sobre el asunto y a su falta de experiencia en la esfera pública. 

En lo que sí coinciden unos y otros es en que rara vez piensa antes de hablar y en que no le adorna el don de la oportunidad. Y es que este lunes la ha vuelto a liar. De nuevo, con las pensiones, un asunto extremadamente sensible para el electorado progresista y respecto al que el Gobierno logró con los interlocutores sociales, en julio pasado, ​el primer gran pacto suscrito en diez años en el marco del diálogo social. 

Escrivá ha encendido las alarmas justo la semana en que el PP defenderá en el Congreso de los Diputados una enmienda a la totalidad a la reforma del sistema de pensiones, que fue avalada por CEOE, Cepyme, CCOO y UGT y cuyas recomendaciones apoyó también el partido de Pablo Casado en la comisión del Pacto de Toledo.

El caso es que el ministro ha defendido, en una entrevista con el diario ARA, un “cambio cultural” para trabajar más entre los 55 y los 75 años, desincentivar la jubilación anticipada y estimular la prolongación de la vida laboral más allá de la edad legal. Ahí es nada. ¡Trabajar hasta los 75! Esa fue la traducción inmediata de sus palabras, que coparon todos los titulares y las tertulias de la mañana. A eso le llaman, en el argot futbolístico, meter un gol en propia meta o, lo que es lo mismo, darle argumentos al contrario.

El Gobierno tuvo que salir raudo a acallar lo que entendió no era más que un “debate filosófico que no está en la agenda del Gobierno” y la titular de Trabajo, Yolanda Díaz, a pedir “prudencia” a su colega del Consejo de Ministros. Lo mismo hicieron la vicesecretaria general del PSOE, Adriana Lastra, y el portavoz parlamentario, Héctor Gómez, para sofocar el incendio provocado por el ministro de Seguridad Social. El embrollo obligó a Escrivá a escribir en su cuenta de Twitter que sus declaraciones se habían “sacado de contexto” y que en ningún caso había planteado la necesidad de trabajar hasta los 75.

No es la primera ocasión en que el ministro se ve obligado a rectificar sus posiciones o “reflexiones filosóficas” al respecto. Aún resuena en La Moncloa el eco de sus palabras al día siguiente de la firma del pacto suscrito en la mesa de diálogo social sobre pensiones para que los nacidos en la generación del baby boom (entre 1958 y 1977) trabajaran un poco más para no ver afectada su jubilación. En aquella ocasión tuvo que salir el mismo presidente del Gobierno a desautorizar su ocurrencia y él, admitir que no había tenido su mejor día. Eso sí,  igual que en esta ocasión, dijo que el problema fue que se le había entendido mal. Cuando a un responsable público se le entiende siempre mal solo hay dos razones: o que no se sabe expresar o que todo el mundo es imbécil. Y el mundo está lleno de gente que, sin tener la cualificación técnica de Escrivá, entiende perfectamente el significado de las palabras. 

Algo, por tanto, pasa con Escrivá, que no es tampoco el ministro más popular ni entre los agentes sociales ni entre los grupos parlamentarios. El PNV sin ir más lejos le advirtió hace semanas de que le caerían “dardos desde todas las esquinas” si no ordenaba ya el traspaso del ingreso mínimo al Ejecutivo vasco, tal y como se pactó durante la negociación para aprobar el real decreto que puso en marcha la ayuda. Y sindicatos y empresarios le acusan del retraso en la prórroga de los ERTE por dos ausencias consecutivas de su departamento en la mesa de negociación.

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