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Abel Diéguez, la historia de un secuestro que ya puede contar

Abel Diéguez, la historia de un secuestro que ya puede contar

EFE

Madrid —

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Ha pasado más de un año y Abel Diéguez se siente con fuerzas para contar a Efe su secuestro. Aún le cuesta adaptarse a la vida diaria, no coge las llamadas de números que no conoce y sigue en tratamiento psicológico. En mayo nacerá su hija, a la que llamará Victoria del Pilar.

Un nombre cargado de “simbolismo” y “significado” para Abel. El primero porque de alguna manera venció a sus secuestradores y pudo volver sano y salvo a su casa. Y el segundo en homenaje a sus liberadores, la Guardia Civil, y a la patrona del cuerpo.

Así lo manifiesta este empresario gallego del sector de la madera en conversación telefónica con Efe, con quien ha querido rememorar su cautiverio que comenzó en Betanzos (A Coruña) el 18 de enero del 2014, cuando fue secuestrado y retenido durante seis días en condiciones infrahumanas en una “cuadra de cerdos”.

Todo empezó cuando sus secuestradores se pusieron en contacto con él para “un trato de unos montes”, para un negocio que en principio le sonó “raro” y al que le fue dando largas. Pero insistieron y Abel accedió a entrevistarse con ellos.

“Me encañonaron según me bajé del coche”. Según recuerda, los hombres llegaron armados y con todo preparado para taparle la cara, vendarle los ojos, amordazarle y colocarle unas abrazaderas en pies y manos.

“Querían poner en práctica aquí lo que hacen bandas de Venezuela, México o Colombia”, dice Abel, quien pasó la primera noche en una casa en ruinas donde la cayó nieve, granizo y lluvia. “Hasta me quitaron las mantas con las que me cubrían para ellos, porque ni ellos soportaban el frío”.

Luego fue trasladado a un cobertizo de Xar, una aldea de la localidad pontevedresa de Lalín. A seis grados el día con temperatura más alta, encapuchado y maniatado, dormía en un colchón raído encima del barro. “Todo estaba sucio”, era una “cuadra de cerdos”, añade.

Apenas podía descansar y, para hacerlo, se introducía en los oídos papel higiénico a modo de tapones para amortiguar el sonido de los ronquidos de uno de sus vigilantes.

El día que fue secuestrado había comido con su mujer, su hijo y una cuñada, que era la que se quedaba al cuidado del pequeño mientras sus padres se iban a trabajar por la tarde. 

Como otros días, Abel había quedado en recoger por la noche a su hijo, pero no llegó a hacerlo, con la consiguiente preocupación de toda la familia.

Poco después, los secuestradores se pusieron en contacto con la mujer y pidieron un rescate de 70.000 euros, que consiguieron reunir en apenas tres horas.

“No eran profesionales -subraya el empresario gallego-, pero consiguieron meter mucho, mucho miedo a mi familia, a la que amenazaron con matarme”. De hecho, declararon después que iban a hacerlo.

Inmediatamente, la familia llamó a la Guardia Civil, que movilizó a investigadores de la comandancia de A Coruña y del Grupo de Secuestros y Extorsiones de la Unidad Central Operativa (UCO) del cuerpo, que se trasladaron a Galicia.

Como es habitual, los agentes estuvieron permanentemente con la mujer, mientras los secuestradores dieron de plazo hasta una determinada hora del día 24 de enero para cobrar el rescate o, de lo contrario, acabar con la vida de Abel.

Pero la Guardia Civil ya había localizado el lugar del cautiverio y, antes de que expirara el plazo, agentes de la Unidad Especial de Intervención (UEI) irrumpieron en el cobertizo.

Abel escuchó ruidos y gritar varias veces su nombre. Enseguida comprendió que “no eran los malos, pero no sabía lo que hacer”. “Seguí teniendo miedo, pero me incorporé. Me caía por los lados. Los agentes me abrazaron sin importarles que estuviera maloliente, me arroparon, me cubrieron y me protegieron”.

“Me dieron ánimos, me calmaron. Yo había perdido la noción del tiempo. Me rompí literalmente. No me lo creía”, prosigue emocionado Abel, quien solo tiene palabras de agradecimiento para los agentes por la liberación, por el trato que recibió y por haber cuidado de su mujer y su hijo.

Hoy, Abel y su familia siguen manteniendo contacto con sus liberadores, con los que ha surgido una amistad.

Pasó el “mayor miedo y desesperación que jamás” ha sentido. Casi catorce meses después, aún le cuesta concertar citas de trabajo para ver madera.

Tras meses de baja, durante los que sus familiares le han echado un mano, está intentando retomar su actividad, pero le está costando.

Como impresión personal, quiere señalar que cuando una persona está secuestrada “desea que los suyos hagan lo que sea para conseguir la liberación”. Pero como se pudo comprobar en su caso, añade, “el fin iba a ser el mismo”: “Mi muerte a manos de unos delincuentes”.

“Recomiendo que en casos como el mío, sin dudarlo se ponga en conocimiento de la Guardia Civil, que cuenta con gente muy válida y muy profesional”, reitera.

Su recibimiento y acogida fue la “mejor terapia”. Son “mis ángeles”, asegura. Sagrario Ortega

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