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Anne Sinclair, la mujer que dijo no a Picasso

Anne Sinclair, la mujer que dijo no a Picasso

EFE

París —

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Pablo Picasso le propuso hacerle un retrato cuando era una adolescente de catorce y le respondió que no, pero ahora Anne Sinclair, exmujer de Dominique Strauss-Kahn, reconoce que si el pintor español lo hubiera hecho cuando ella tenía dieciocho, “le hubiera dicho que sí”.

A Sinclair no le cuesta reconocer en una conversación con Efe en París que salió corriendo cuando el artista al que representó su abuelo, el marchante Paul Rosenberg, se lo propuso.

Picasso la asustó definitivamente cuando le dijo a su madre: “A tu hija la pintaría, veo ojos por todos lados”.

Se imaginó en un lienzo con su rostro desestructurado, como el de Dora Marr, la mujer de Picasso: “sabe, ¿no?, tan atormentado...”, y evitó así quedar inmortalizada por el genio.

“No se puede decir que yo tuviera mucho olfato”, admite ahora sobre aquel episodio Sinclair -una estrella del periodismo en Francia pero más conocida para medio mundo como expareja del antiguo director del Fondo Monetario Internacional, FMI-, en una entrevista sobre un libro al que puso palabras finales en Nueva York.

Obligada a permanecer en aquella ciudad (donde nació en 1948) mientras se resolvía el contencioso de su marido con la Justicia, que archivó el caso por presunta violación de una empleada de hotel, Sinclair veía entonces en Nueva York un “objeto hostil” -ahora ya no, matiza- y el “asunto” le obligó a retrasar la publicación del libro.

En la entrevista con Efe, aceptada por Sinclair para hablar únicamente de su libro, “Calle la Boétie 21”, que publica ahora en España Círculo de Lectores, cuenta que en él indaga sobre el abuelo Rosenberg y su familia a partir de un trámite administrativo en París en 2010 que le hizo preguntarse sobre sus orígenes.

Ese trámite se correspondía “con una situación política general en la que para renovar los documentos de identidad había que demostrar que una era francesa desde varias generaciones y eso me pareció insoportable”.

Por un cambio de apellido obligado como familia judía, el destino de los Rosenberg cambió radicalmente con la invasión nazi; el marchante Rosenberg abandonó Francia, su galería en el número 21 de la calle La Boétie (de ahí el título) y a Picasso.

“Mi abuelo le garantizaba una especie de contrato permanente -cuenta sobre la relación con Picasso-. Tenía un contrato de 'primera vista', es decir, Picasso, cuando había pintado un cuadro, se lo enseñaba a él el primero y mi abuelo le decía si se lo quedaba o si podía enseñárselo a otro”.

El malagueño, vecino del galerista, le mostraba a veces los cuadros por la ventana de la cocina; “Era una amistad de verdad, casi una relación fraternal en realidad (...) que luego se hizo distante por la guerra, puesto que durante cinco años ya no hubo contacto entre Francia y Estados Unidos”, cuenta Sinclair sobre el vínculo.

“Era un enamorado del arte. A sus cuadros los quería como a sus hijos (...) entre 1939 y 1940 antes de la invasión alemana, le quitaron parte de su colección y los echaba en falta”, cuenta la nieta de Rosenberg sobre el expolio nazi de su impresionante colección, gran parte de la cual pudo ir recuperando el marchante tras el final de la contienda.

“Amaba el arte, a los artistas, ansiaba que se les reconociera, que tuvieran los medios para no sufrir estrecheces económicas y pudieran pintar”, apunta.

“Mi abuelo corría riesgos, ya que invertía en pintores que no se vendían nada. La gente pasaba delante de su galería y se reían: ¡ah, Picasso!, mi hijo hace lo mismo en el colegio”, comenta Sinclair.

Se resistió durante años a interesarse por un pasado familiar tan ligado al arte y la historia del siglo XX y tuvo que cumplir los sesenta y pasar la muerte de su madre (a quien Picasso sí retrató en el regazo de su abuela) para que se animara a “buscar en las cajas”.

“No quise que se me viera como la nieta de mi abuelo. He vivido del dinero que he ganado, no soy una heredera que vive de sus rentas. Cuando desapareció mi madre, heredé algo de ella, pero no en la medida en la que dice la gente”, comenta a propósito de una colección de arte nada modesta.

Habla con entusiasmo de su papel como editora de la versión francesa de “The Huffington Post”, porque “en el fondo”, para ella “el periodismo es intentar explicar el mundo, hacer comprensible lo que sucede”.

Y menciona la posibilidad de que lo próximo sea un libro “de retratos”: “Tengo ganas de escribir ese tipo de cosas, así que me lo estoy pensando (...) una biografía, todavía no lo sé”.

Responde también con un “no sé” a la pregunta de si escribirá sobre el tiempo que la Justicia estadounidense le obligó a residir en Nueva York durante varios meses en 2011, los mismos que hicieron para ella de la ciudad un “sinónimo de violencia e injusticia”, como cuenta en el libro.

Acompañó a su exmarido mientras los tribunales de EEUU le investigaban por presuntos abusos sexuales e intento de violación, un escándalo planetario que excluyó a Strauss-Kahn de la carrera por la presidencia de Francia y la situó a ella en el centro del ojo mediático.

A pesar de ello, en el epílogo de “Calle La Boétie 21” en el que menciona su estancia obligada en Nueva York concluye con una frase que expresa ironía, obviamente cierto disgusto relacionado con su profesión y puede que una intención: “Si fuese periodista, escribiría quizá un libro...”.

Javier Alonso.

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