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Jérome Ferrari retrata la “obscenidad” de la tortura en “Donde dejé mi alma”

Jérome Ferrari retrata la "obscenidad" de la tortura en "Donde dejé mi alma"

EFE

Madrid —

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El uso de la tortura en la Guerra de Argelia, una herida sin cicatrizar en la conciencia francesa, centra “Donde dejé mi alma”, una novela en la que el escritor Jérôme Ferrari mezcla el mito de Fausto y la Biblia para denunciar la “obscenidad” de la justificación de la violencia.

Laureado con el Premio Francia Televisión 2010, este libro editado en español por Demipage circunscribe su trama en tres días y se inspira en un hecho real, aunque ficcionado, señala en entrevista telefónica con Efe Ferrari (1968, Córcega) desde Abu Dabi, donde trabaja como profesor de filosofía en el Liceo Francés del emirato.

Se trata de la detención en 1957 en la Batalla de Argel del líder nacionalista argelino Larbi Ben M'hidi por los paracaidistas franceses al mando del general Marcel Brigeard, y de su muerte por ahorcamiento, presentada como un “suicidio”, a manos del general Paul Aussaresses, quien lo reconoció públicamente en 2000.

La narración sigue dos hilos conductores: el primero, en primera persona, lo lleva el lugarteniente Andreani, quien en un tono extrañamente cariñoso pero cargado de resentimiento y de odio, se dirige a quien fuera su superior, el capitán Degorce para rememorar su pasado común en las guerras de Indochina y Argelia.

El segundo, que se va intercalando con el primero, escrito en tercera persona se centra en los hechos y se interna en los pensamientos del capitán Degorce, desgarrado entre su fascinación por su detenido (Trik Hadj Nacer), la aceptación progresiva del uso de la tortura y el tormento provocado por su moral cristiana.

Un tormento que corroe a este antiguo resistente y deportado en la Segunda Guerra Mundial y que es incapaz de compartir con su mujer pese a que esta, una especie de Margarita de Mijaíl Bulgákov, le abre sus maternales brazos en sus numerosas epístolas.

No en vano, “Donde dejé mi alma” se abre con una cita de “El maestro y Margarita”, en el que Bulgákov recupera el mito de Fausto.

“No quería escribir un libro maniqueo sobre un bueno y un malo”, por eso, explica Ferrari, desechó la fórmula de la novela histórica“ y por la misma razón dio voz en primera persona a Andreani, para entrar ”en la lógica interna“ de los torturadores, algo, aclara, que fue ”difícil y desagradable“ para él.

Es el discurso “lógicamente irrefutable” de un militar torturador, que a su vez sufrió torturas en Indochina, pero “moralmente inaceptable”, pues el objetivo era, explica Ferrari, “que hubiese una tensión entre lo que se puede llegar a comprender y lo que nunca se debe aceptar”.

Lo que no se le puede reprochar a Andreani es hipocresía, subraya Ferrari, quien en 2012 se hizo con el prestigioso Premio Goncourt por “El sermón de la caída de Roma”, que en septiembre publicará en español la editorial Mondadori.

“No ha vivido nada que sea excepcional, mon capitaine, el mundo ha sido pródigo en hombres como usted y a ninguna víctima le costó jamás el mínimo esfuerzo transformarse en verdugo, a la más mínima variación de circunstancias”, le dice Andreani a Degorce.

Y es esa falta de hipocresía de Andreani lo que hace que el lector, en un momento determinado, pueda sentir la incomodidad de situarse intelectualmente, aunque no moralmente, a su lado.

Es, por contra, el intento constante de dotarse de buena conciencia cristiana de Degorce lo que genera el efecto inverso.

Solo en una carta a su mujer, que rompe después de escribirla, deja caer la máscara: “He aprendido que el mal no es lo opuesto al bien: las fronteras entre el mal y el bien se han confundido, se mezclan uno con otro y se vuelven indiscernibles en la insulsa grisura que lo recubre todo, y eso es el mal (...) dejé mi alma en algún lugar detrás de mí, no recuerdo ni dónde ni cuándo”.

Esta reflexión sobre “la capacidad del ser humano de caer una y otra vez en la parte sombría de su personalidad”, Ferrari, que trabajó como profesor en Argel de 2003 a 2007 -experiencia de la que guarda un “excelente” recuerdo, la elaboró a partir del visionado del documental “L'ennemi intime” (2003), de Patrick Rotman, elaborado con testimonios de excombatientes en Argelia.

A través de Rotman, Ferrari logró el teléfono del único soldado con el que se citó antes de escribir su libro, Jean-Yves Templon, quien entonces hacia su servicio militar y a quien está dedicado “Donde dejé mi alma”.

Su testimonio fue esencial. Templon le habló de la “fascinación maléfica del espectáculo de la tortura” y la comparó con la “pornografía”, una comparación sobre la “obscenidad” de la violencia que fue muy importante para el enfoque de la novela.

Templon, que fue testigo de la tortura en Argelia, había hecho estudios superiores, griego y latín, y “toda su cultura -subraya Ferrari- no le sirvió para nada para enfrentarse al mal”. Catalina Guerrero.

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