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La mítica Legión Extranjera del “apartheid” hablaba portugués

La mítica Legión Extranjera del "apartheid" hablaba portugués

EFE

Pomfret (Sudáfrica) —

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Durante más de dos décadas, hasta que el curso de la historia dictó implacable su final, el Batallón 32 de Sudáfrica fue para muchos una de las mejores unidades de infantería ligera de los días de la Guerra Fría.

Al cumplirse veinte años de su desmantelamiento, sin embargo, muy pocos recuerdan hoy día la existencia de aquella unidad militar, quizás por su asociación con el régimen de segregación racial del “apartheid”, que imperó en Sudáfrica hasta 1994.

Pero el 32 no fue un contingente más, sino la Legión Extranjera del Ejército sudafricano, formada por unos mil fusileros, la mayoría angoleños que juraban en portugués antes de la batalla.

“Creo que el Batallón 32 fue una de las mejores unidades de infantería ligera de todo el mundo, probablemente la mejor. Tenían un nivel de experiencia altísimo”, comentó a Efe Helmoed Heitman, corresponsal en Sudáfrica de la revista militar “Jane”.

Creada en los años setenta con exguerrilleros angoleños derrotados y antiguas tropas negras del Ejército colonial portugués que huían del Gobierno comunista de Luanda, la Legión vivió sus tiempos de gloria luchando en la frontera de Sudáfrica con Angola.

Contra los prejuicios racistas del “apartheid”, el coronel Jan Breytenbach convirtió a aquellos soldados negros, famélicos e indisciplinados en una formidable fuerza de elite.

Establecido en la mítica base de Buffalo, en la entonces colonia sudafricana de África del Suroeste -la actual Namibia-, el 32 protagonizó espectaculares operaciones contra las fuerzas independentistas namibias y sus patrocinadores en el Gobierno angoleño, en una de las zonas más calientes de la Guerra Fría.

“Os Terríveis” (“Los Terribles”, en portugués), como era conocida la Legión, fueron el azote de los rebeldes namibios del SWAPO y un eficaz muro para mantener el comunismo lejos de Sudáfrica.

El 32 era el grupo más temido en un teatro de operaciones en el que se implicaban la antigua Unión Soviética y Cuba contra EEUU, que apoyaba a la guerrilla antigubernamental angoleña de la UNITA.

Punta de lanza del régimen racista de Pretoria, el 32 era paradójicamente uno de los lugares de la Sudáfrica del “apartheid” donde negros y blancos convivían más intensamente.

Antes de unirse al Batallón, el único contacto del blanco sudafricano Kenneth Schwartz, conocido por todos como “Blackie”, con los negros se limitaba a la sirvienta de su familia.

El comandante “Blackie” fue hasta 1987 uno de los mandos blancos de una unidad que después empezó ascender a sus mejores negros.

“Entre los arbustos, si yo tenía sed él tenía sed, no importaba que fuera negro o blanco”, cuenta “Blackie” a Efe.

La retirada sudafricana de Namibia en 1988 y el fin de la guerra de frontera en Angola sacaron al 32 de África del Suroeste.

La base del batallón fue trasladada a la localidad de Pomfret, en el desértico suelo sudafricano pegado a la frontera con Botsuana.

Desde allí “Os Terriveis” partirían a una última y desagradable misión que les acabaría costando la existencia: apagar los fuegos de la rebelión negra contra el régimen.

El 32 cumplió una vez más su misión e impuso con sus métodos expeditivos el orden del “apartheid” en los polvorines negros.

Pero el régimen llegaba a su ocaso, y el triunfo del antisegregacionista Congreso Nacional Africano (CNA) del futuro presidente Nelson Mandela era ya inevitable.

En 1993, con Mandela ya libre y el mundo volcado en la transición hacia la democracia multirracial en Sudáfrica, el CNA puso como condición para negociar con el presidente Frederik Willem De Klerk el desmantelamiento del 32. Y De Klerk aceptó.

El comandante del 32 Louis Bothma recriminó a De Klerk la “traición” y le entregó en el Parlamento, a través de un diputado, treinta monedas de plata como las de Judas para vender a Jesucristo.

El batallón fue desmantelado el 26 de marzo de 1993 en una ceremonia llena de tensión celebrada en Pomfret, donde se quedaron sin trabajo y futuro los angoleños y sus familias.

Entre los veteranos desempleados de Pomfret se reclutó el grueso de los mercenarios rasos de la célebre intentona golpista que debía derrocar al presidente de Guinea Ecuatorial Teodoro Obiang en 2004.

Pomfret es hoy un pueblo en franca decadencia que todavía habla portugués, y pocos en la antigua base tienen pinta de poder ir a luchar: la mayoría son demasiado jóvenes o demasiado viejos.

Algunos de los hijos del batallón se han unido a las Fuerzas Armadas de la nueva Sudáfrica del CNA al que combatieron sus padres y abuelos.

Para los que siguen en Pomfret, los combates de antaño quedan muy lejos y ven la vida pasar sentados en las calles polvorientas.

“Han sido carne de cañón, abandonados por todos”, dice a Efe el exsargento del 32 Manuel Gaspar, sudafricano de origen portugués, sobre todos los excombatientes negros.

Sin embargo, el veterano angoleño Sebastiao Vita entona aún con orgullo uno de los himnos del 32 a la puerta de su casa de Pomfret.

“General, general, general...”, canta el viejo Vita como en los días de Buffalo, cuando la Legión Extranjera era una de las mejores infanterías ligeras del mundo.

Por Marcel Gascón

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