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Rohinyás en la India: “Que nos maten antes de enviarnos de vuelta a Birmania”

EFE

Nueva Delhi —

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“Antes la muerte que regresar a Birmania”, repiten miembros de la minoría musulmana rohinyá en la India ante la intención del Gobierno indio de deportarlos a todos, unos 40.000, y enviarlos de vuelta a un país del que huyeron despavoridos tras continuas violaciones, abusos y asesinatos.

Tasmida Zohar, de 19 años, tenía solo 7 cuando escapó con su familia de Birmania (Myanmar) en una huida que los llevó primero a Bangladesh y después, en 2012, a la India, donde permanecen en Delhi al abrazo de la Agencia de la ONU para los Refugiados (ACNUR) y una ONG local, Zakat, que les cedió un terreno para instalarse.

Ahí, en ese campamento de estrechas callejuelas y chabolas de madera y plástico conviven alrededor de 300 rohinyás que, como Zohar, se imaginaban al fin un futuro en la India, un país con una amplia tradición de acogida a refugiados huidos de la violencia como los tibetanos, afganos o tamiles.

Pero este mes, en un giro inesperado, el viceministro de Interior indio, Kiren Rijiju, anunciaba en una notificación al Parlamento el propósito de “identificar y deportar a los extranjeros que viven ilegalmente” en la India, lo que afectaba a los 40.000 rohinyás.

“Nos deberían matar antes de enviarnos de vuelta a Birmania. No queremos volver. Si el Gobierno tiene algún problema con nosotros que nos reinstalen en un tercer país (...) pero no queremos volver a Birmania”, dice a Efe Zohar en el sofocante interior de su casa.

Por el momento la oficina de ACNUR en Delhi, en un mensaje oficial remitido a Efe, asegura que no han recibido “ninguna comunicación oficial del Gobierno” sobre la deportación de los rohinyás, de los cuales 16.500 poseen estatus de refugiados.

En solo dos meses, Zohar ha pasado del júbilo por lograr convertirse en la primera rohinyá en la India en superar el examen de acceso al nivel 11, previo a la universidad, a rememorar temerosa el tiempo que pasó su padre en prisión en Birmania por la leve infracción de no tener un número de identificación en su barca.

“También somos humanos pero allí no nos tratan como tales. Todas las leyes están hechas contra los rohinyás. Ni siquiera podemos ir libremente de un lugar a otro”, explica Zohar.

La discriminación contra los rohinyás frente a la mayoría budista en Birmania, donde los consideran apátridas, ha ido en aumento desde el brote de violencia sectaria en 2012 en Rakhine (oeste), que causó 160 muertos y dejó a 120.000 confinados en campos de desplazados.

Esta situación empeoró aún más cuando el pasado octubre el ataque a puestos fronterizos en Birmania de supuestos rebeldes rohinyás dejó nueve agentes muertos, lo que empujó a al menos 74.000 miembros de la minoría a escapar a Bangladesh por la fuerte represión.

El viaje de Abdul Karim, de 40 años, y Mohammed Salimullah, de 33, a Bangladesh con sus familias ocurrió sin embargo mucho antes, alrededor del año 2000, en una travesía que les llevó primero a un campo de refugiados en territorio bangladesí y luego a la India.

Los dos optaron por abrir una pequeña tienda de comestibles en la entrada de uno de los dos campamentos de rohinyás en el sureste de la capital india, donde el flujo de clientes a primera hora de la mañana es constante, sobre todo niños que se dirigen a la escuela.

“¿Qué haremos si volvemos? Es mejor que antes nos maten. Le quiero decir al Gobierno (indio) que no soy un ladrón, no he hecho nada malo (...) La situación es muy mala en nuestro país. Allí los militares violan a las mujeres. No hay justicia”, afirma Karim, padre de cinco hijos, en un perfecto hindi.

Salimullah asegura también que la situación resulta tan insostenible en Birmania para los rohinyás, donde aún viven varios de sus familiares, que si les dieran sólo “dos horas” para abandonar libremente el país no quedaría ni uno en territorio birmano.

Cuando hablan con gente allí, añade, les explican que las fuerzas de seguridad birmanas están matando y encarcelando de manera indiscriminada a jóvenes rohinyás, a lo que se suma que no hay trabajo, comida, ni tampoco les dejan construir casas.

“Somos incapaces de dormir cuando escuchamos esas historias. Regresar es como ir directos a la boca de la muerte”, sentenció Salimullah.

Moncho Torres

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