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El búnker de la vida

El búnker de la vida

EFE

Madrid —

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La sangre no es roja, o al menos no toda. Uno de sus componentes, el plasma, tiene un color amarillento y eso no lo sabe todo el mundo, como también se ignora el entramado que hay detrás de esa -a primera vista simple- bolsita de sangre que nunca falta en los hospitales y que salva vidas todos los días.

Hasta el Centro de Transfusión de la Comunidad de Madrid llegan a diario las donaciones realizadas desinteresadamente por miles de personas que deciden entregar unos minutos de su vida y un poco de sangre para alargar la de otros y es allí donde precisamente es tratada para que termine en óptimo estado los hospitales.

“Nosotros somos la reserva de las reservas de los hospitales”, aclara a Efe Pilar de la Peña, responsable de Promoción del Centro de Transfusión.

Construido en hormigón, en su interior el centro luce como cualquier otro centro investigador, con sus largos pasillos, laboratorios impecables y personal en bata, pese a que desde fuera parece más un búnker que otra cosa.

Eso sí, nadie limita el acceso, sino todo lo contrario, por allí están encantados de recibir visitantes, porque, aunque España tiene fama de país de donantes, “esto sólo ocurre con los órganos, con la sangre es diferente”, lamenta De la Peña.

Y es que los datos recogidos por el Centro señalan que la media de donaciones de sangre en la Comunidad de Madrid es de 1,33 veces al año por donante, cuando en el caso de los hombres puede hacerse hasta en cuatro ocasiones, mientras que en el de las mujeres, tres.

“Ser autosuficientes es el objetivo que nos hemos marcado, es decir, no tener que pedir sangre a otros centros”, explica De la Peña, quien también subraya que actualmente todos los hospitales están perfectamente surtidos de sangre.

Por el momento y después de navidad, las reservas están algo más bajas en este particular búnker de la vida, “aunque podemos seguir haciendo frente a la demanda”, matiza la responsable, quien señala que se puede donar sangre en cualquier hospital madrileño y también en las 23 unidades móviles dispuestas para ello.

Desde el autobús que se instala durante unos días en cualquier universidad hasta la mesa de operaciones hay un largo camino, que va desde los trámites burocráticos para hacerse donante, hasta el transporte desde el Centro de Transfusión hasta el hospital en cuestión.

Una larga galería dividida al estilo de una cadena de producción es la joya de la corona del centro. Allí es donde la sangre se trata y donde se descubre que no siempre es roja.

Para ello es necesario separar la sangre donada en tres componentes -glóbulos rojos, plaquetas y plasma-, mediante máquinas y el trabajo de diversos científicos que se articulan a lo largo de la galería.

Mientras los primeros se afanan en calificar en los diferentes grupos sanguíneos de diversas muestras, los siguientes desechan aquella sangre que no presenta un estado óptimo y los demás al fondo etiquetan las bolsas ya preparadas para el envío, todo ello supervisado y registrado por un sistema informático que sigue la pista de cada gota de sangre que entra en el Centro.

“Con una sola donación se puede ayudar a tres personas”, indica De la Peña, quien también explica que “en un trasplante de hígado, por ejemplo, se necesitan entre 30 y 50 donaciones y hay operaciones que pueden llegar hasta las 250”, un buen ejemplo para comprender la importancia de este gesto solidario.

Aún es pronto para fabricarla, ningún ser humano lo ha conseguido por el momento, es posible que algún día se consiga, pero, hasta entonces, donar sangre es la mejor forma de regalar vida, y sólo a cambio de un pinchazo.

Enrique Delgado Sanz

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