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Las condiciones de Podemos y los vetos internos frustraron el sueño de Sánchez de ser presidente con 90 escaños

Las condiciones de Podemos y los vetos internos frustraron el sueño de Sánchez de ser presidente con 90 escaños

EUROPA PRESS

MADRID —

El secretario general del PSOE, Pedro Sánchez, se prepara para volver a la carrera por La Moncloa, una vez más bajo la espada de Damocles de sus 'barones', después de haber intentado hasta el último minuto algo a muchos ojos imposible: sumar a Podemos y Ciudadanos. Una vez atado su pacto con el partido de Albert Rivera, fracasó en su objetivo de atraer a Podemos, más próximo en lo ideológico pero visto por muchos socialistas como un socio poco fiable.

Ésta fue la meta que se puso Sánchez después de que el Comité Federal más duro que ha vivido desde al frente del PSOE, el 28 de diciembre, acabara con una resolución que le ataba a las manos y le impedía buscar alternativas a la de una mayoría con Ciudadanos y Podemos, cerrando la puerta a los independentistas.

Sánchez asumió como propia esa línea roja --ha llegado a decir que lo escribió de su “puño y letra”-- y trató hacer de la necesidad, virtud. Así, y aunque hasta el último momento sus críticos han temido un pacto con Podemos y la abstención de ERC y DL, presume de que ha cumplido su palabra en todo momento.

El resultado es que no ha logrado llegar a La Moncloa y ha contabilizado su primer gran fracaso, tras casi dos años al frente del PSOE --al que llegó aupado por el enfrentamiento entre Eduardo Madina y la secretaria general del PSOE andaluz, Susana Díaz-- en los que había superado todos los obstáculos que aparecieron en su camino desde casi el primer día.

Con todo, sí puede contar como un éxito el aplazamiento del congreso, cuya fecha fue motivo de conflicto en el partido, y no parece que nadie vaya a tratar de disputarle el cartel del 26J. Otra cosa es lo que ocurra esa noche.

Hasta ese día, tratará de rentabilizar el papel central que ha tenido desde que el 22 de enero el presidente del Gobierno en funciones, Mariano Rajoy, declinó el encargo de Felipe VI para intentar formar gobierno y todos los ojos se volvieron hacia él, que sí aceptó la encomienda, el 2 de marzo.

Desde entonces, ha intentado ensanchar la mayoría que le dieron los españoles el 20D, 90 diputados que a muchos socialistas le parecieron demasiados pocos para intentar ocupar otro lugar que no fuera el de líder de la oposición.

En este lugar se situó Sánchez la noche electoral, cuando felicitó al PP por ser la primera fuerza y defendió que debía ser quien intentara formar gobierno. Eso sí, su lectura fue que España “quiere izquierda y quiere cambiar” y defendió que el PSOE había “hecho historia”, un mensaje que no gustó a muchos.

Así, y pese a que las cuentas para Sánchez no salían ni con C's --al que muchos situaron como el mejor socio los meses previos-- ni con Podemos --entendido como su aliado natural-- esa noche algunos miembros del entorno del líder echaban otros números y se mostraban optimistas. En su ecuación entraban Podemos y sus confluencias, IU, PNV y la abstención de ERC y DL, una posibilidad a la que no se dio opción de abrirse camino.

LOS PEORES DÍAS DE SÁNCHEZ

Los días posteriores al 20D fueron los más aciagos para Sánchez. Su visión del resultado y su postulación al 39 Congreso del partido --previsto para febrero y que la Ejecutiva quería aplazar--, sirvió como acicate para los 'barones' críticos, que expresaron su preocupación por un posible pacto con Podemos que, apoyado en los independentistas, pusiera en riesgo la soberanía nacional.

La tensión se fue elevando en vísperas del Comité Federal convocado para analizar los resultados y marcar la hoja de ruta en las negociaciones, hasta el punto de que Sánchez reunió a los dirigentes territoriales a una cena previa, para evitar una resolución alternativa que rompiera el partido.

Finalmente, la sangre no llegó al río esa noche ni en la cita del 28 de diciembre, en la que, entre muchas tensiones y dos bandos muy diferenciados, fijaron sus líneas rojas: los socialistas no apoyarían un gobierno del PP, con o sin Rajoy, ni se sentarían a negociar con ningún partido que defienda la autodeterminación. Es decir, que el PSOE podría sentarse con Podemos si abandonaba el referéndum catalán.

Pero los contactos no comenzaron hasta que Rajoy renunció a presentarse a la investidura. En un primer momento, la vista estaba puesta en Podemos, aunque el acercamiento al partido morado se vio dificultado por la recordada rueda de prensa de Iglesias tras su primera reunión con el Rey, en la que ofreció una coalición al PSOE con él como vicepresidente, con unas formas que no gustaron a los socialistas.

Sánchez, que se enteró del ofrecimiento por el Rey, compareció después y, descolocado, defendió que los votantes del PSOE y de Podemos no entenderían que estos dos partidos no llegaran a un acuerdo.

A POR UN GOBIERNO “TRANSVERSAL, PROGRESISTA y REFORMISTA”

El 2 de febrero se convirtió en candidato y anunció su intención de formar un gobierno “transversal, progresista y reformista”, sin explicar si priorizaría a C's o Podemos y sin descartar en ese momento el apoyo pasivo de los indepentistas que, más adelante, acabaría por rechazar.

Un día después, inició su ronda de conversaciones, marginando para el final al PP y a los independentistas, y presentó su programa, con un fuerte paquete social para atraer a Podemos, que se negaba a sentarse mientras no renunciara a C's.

El portavoz de IU, Alberto Garzón, trató de romper el bloqueo y convocó una mesa a cuatro, que sólo duró 48 horas, porque, mientras tanto, las negociaciones del PSOE con C's avanzaban a buen ritmo. Concluyeron el día 24 de febrero en un acuerdo que hizo que Podemos renunciara a seguir hablando: ese día, Sánchez y Rivera firmaron de manera solemne --demasiado para algunos-- su acuerdo de legislatura.

Desde entonces, mientras C's apelaba al PP, que lo calificaba de “pacto de perdedores”, el PSOE se afanó en atraer a la izquierda. Mientras, la idea del entorno más próximo de Sánchez era que Podemos no podría negarse al paquete social que incluía y acabaría absteniéndose.

Sin embargo, Sánchez se sometió al Pleno de investidura, que comenzó el 1 de marzo, con el único sí de C's --y el aval de su militancia y el Comité Federal-- y acabó sumando sólo el escaño de Coalición Canaria en segunda votación. El líder del PSOE se afanó en avisar de que un 'no' a su candidatura sería un 'sí' a Rajoy, pero no caló.

En cambio, se llevó duros ataques de Rajoy y de Iglesias, que incluso recurrió a la “cal viva”, en un ataque contra el expresidente Felipe González que enfureció a muchos socialistas que ya veían imposible pactar con Podemos, como al final sucedió.

Sánchez salió de ese proceso con el compromiso de seguir negociando de la mano de C's, aunque acabó por saltarse este requisito y los líderes del PSOE y Podemos tuvieron una nueva cita a dos tras la Semana Santa en la que cambiaron los reproches por un paseo distentido. El líder de Podemos rebajó su tono y renunció a su vicepresidencia para facilitar un acuerdo, del que, eso sí, seguía excluyendo a C's.

No obstante, aceptó una reunión a tres de los equipos negociadores, que acabó por cercenar las posibilidades de Sánchez: Podemos confirmó su intención de someter a sus bases su voto ante una nueva investidura y todos lo vieron como el portazo al tripartito del PSOE.

El último intento fue de Compromís, con una oferta en el último minuto --el 'Acuerdo del Prado'-- al que el PSOE dio oxígeno pero que murió en cuanto los socialistas insistieron en mantener a Ciudadanos en el 'pack'.

Así, la tercera y última ronda de contactos del Rey acabó sin candidato y certificó la necesidad de unas nuevas elecciones. Sánchez se presentará destacando su capacidad de diálogo y su voluntad de acuerdo, consciente de que un mal resultado servirá para lanzar la operación de descabezamiento de su dirección por quienes se han estado arrepintiendo de no haberla llevado a cabo la noche del 20 de diciembre.

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