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Los depósitos de la droga incautada, a cero. Una tonelada arde cada día

Los depósitos de la droga incautada, a cero. Una tonelada arde cada día

EFE

Madrid —

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Los depósitos de la droga incautada están a cero. En el recuerdo quedan ya los fardos de cocaína, hachís o marihuana acumulados en esas dependencias de Sanidad o en comisarías y cuarteles. En la actualidad, una tonelada se destruye cada día en los seis hornos repartidos por el país.

Ya en 2014 se quemaron 364,7 toneladas, una media de casi una tonelada diaria, mientras que en 2013 fueron casi 455 toneladas, según datos facilitados a Efe por el Centro de Inteligencia contra el Terrorismo y el Crimen Organizado (CITCO).

Además, se destruyeron 20.365 plantas de cannabis, 4.034 litros de precursores, 1.500 kilos de medicamentos fraudulentos, 3.026 poppers (sustancias químicas que se inhalan), 2.602 viales-ampollas y 100 kilos de sustancias para “cortar” la droga.

Hasta mediados de enero, en el horno de Asturias han acabado en cenizas 37 kilos de droga, mientras que se han destruido tras su inertización 48 toneladas de harina de palmiste contaminada con cocaína.

¿Cómo se ha llegado hasta aquí? Joaquín Gil, comandante de la Guardia Civil que trabaja para el CITCO, lo explica a Efe al recordar el grito de socorro que el instituto armado de Cádiz lanzó cuando en sus dependencias no cabía ni un gramo más de droga.

Porque la acumulación de droga en los depósitos oficiales, generalmente pertenecientes a Sanidad, ya rebasaba con creces la capacidad, y porque habían sido objeto de deseo de los “cacos”, el Gobierno, jueces y fiscales firmaron un acuerdo que, en resumen, permite quemar la droga almacenada e incautada en un mes, aunque el juez no lo haya autorizado.

Quien evita la tentación, evita el peligro. Desde la entrada en vigor del acuerdo, en febrero de 2013, los robos de droga almacenada ya no computan en la estadística porque son prácticamente inexistentes.

Antes, la droga “era como el cuchillo de un homicidio”, no se tocaba hasta el juicio, pero ahora el juez puede ordenar su destrucción desde el minuto uno, aunque nunca lo hace hasta obtener el resultado de la muestra extraída.

Por si acaso, a ésta, que se analiza en laboratorios de las delegaciones del Gobierno, le acompaña otra para el contra-análisis y una más por si fuera necesaria. Los institutos de toxicología de Madrid, Barcelona, Sevilla y Tenerife prestan su apoyo cuando la sustancia es más “sofisticada”.

Salvo excepciones -desde la entrada en vigor del acuerdo solo una vez un juez ha decidido que se conserve toda la droga-, el resto de lo incautado se quema en un plazo máximo de un mes.

Hasta conseguir depósitos ya “limpios”, el camino ha sido laborioso. Cuando la droga se acumulaba sin orden ni concierto donde cabía o se podía, solo un horno, ubicado en Asturias, colaboraba con el Estado para destruirla.

Después de “catas” no exentas de anécdotas, ese horno ya no tiene la “exclusiva” de la quema. Dos en Andalucía, uno en Levante, otro en Cataluña y otro en Madrid le hacen la “competencia”.

No se han elegido al azar. Han tenido que reunir una serie de requisitos, incluidos los que manda Europa, para darles el visto bueno.

Son empresas privadas -generalmente cementeras o instalaciones de tratamiento de residuos sólidos- las elegidas.

¿Cómo llega la droga hasta allí con plenas garantías? y ¿cuánto le cuesta al contribuyente? La segunda pregunta tiene fácil respuesta: se sufraga con el fondo de los bienes decomisados a los narcos. En cualquier caso, no sobrepasa los 200.000 euros al año.

A la primera, Gil responde de forma contundente. La cadena de custodia desde que la droga sale del almacén hasta que llega al horno y es quemada garantiza un traslado sin incidentes.

Todo el proceso se documenta y se firma con supervisión judicial, por lo que en el periplo de la mercancía -escoltada en su transporte por las fuerzas de seguridad- no queda resquicio alguno para la “tentación”.

Otra pregunta tiene que ver con la contaminación medioambiental. Frente a épocas pasadas, cuando se quemaba a “cielo abierto”, hoy los hornos están homologados por la UE de tal manera que en el proceso de quema hay una etapa final para eliminar cualquier partícula contaminante, relata Gil.

Hasta el punto -comenta- que en estos hornos la torre de quema de humos es más larga que la del horno en sí. Resultado: lo que sale a la superficie es vapor de agua.

La cocaína es lo más complicado de quemar entre las drogas habituales debido al cloro, por lo que los hornos ralentizan el ritmo de quema para que finalmente sólo se desprenda vapor de agua.

Para las drogas menos convencionales -las que contienen ácidos- se opta por la inertización -mezclarla con cementos, harinas u otras sustancias-, lo que supone su traslado a vertederos controlados.

Un proceso que ha dejado a cero los depósitos. Lejos quedan ya las 200 toneladas de droga que año tras año se quedaban en la lista de espera para su exterminio.

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