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Cuando la vida se detiene porque una alarma antiaérea suena junto a Gaza

Cuando la vida se detiene porque una alarma antiaérea suena junto a Gaza

EFE

Netiv Haasara (Israel) —

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Con apenas quince segundos para resguardarse, desde hace quince años los israelíes que viven junto a la frontera con Gaza estudian, duermen o juegan en parques infantiles con refugio ante la caída inminente de cohetes disparados desde la franja palestina.

Cuatrocientos metros, un muro de cemento, una alambrada, torretas de vigilancia y soldados siempre en alerta vigilando la divisoria, es lo que separa a esta comunidad israelí de Netiv Haasara, la más próxima a Gaza, de la ciudad palestina de Beit Lahiya.

En la región son conocidos esos escasos quince segundos de los que dispone la población para su evacuación y refugio cuando las alarmas antiaéreas se activan.

Sin embargo, en este “moshav” (cooperativa agrícola israelí), según refiere en un encuentro con periodistas una de sus vecinas, Hila Fenlon, “en el mejor de los casos tenemos entre 3 y 4 segundos”.

Israel dispone de un sistema de baterías antiaéreas desplegadas en diversos puntos del país, conocido como “Cúpula de Hierro”, que ha logrado derribar cientos de proyectiles de corto alcance con un rango de entre 20 y 100 kilómetros disparados desde Gaza.

Generalmente antes de que un cohete impacte en suelo israelí o incluso si lo hace finalmente en el propio territorio palestino, se activan las alarmas que avisan a los ciudadanos con su ensordecedor ruido.

Cuando la señal resuena la vida se para: los niños detienen sus clases, los mayores sus trabajos y todo pasa a un segundo plano para protegerse en los numerosos refugios, que ya forman parte de la arquitectura de esta población de 800 personas, 250 de ellos niños.

“Escuchas la alarma y piensas ¿estoy seguro, mis hijos, pareja, padres?. Luego, corres al refugio y puedes estar uno o cinco minutos, una o cinco horas, así vivimos”, explica Fenlon, acostumbrada ya a la rutinaria caída de miles de cohetes en más de una década.

Por la mañana o por la noche, el terror no entiende de deberes, prosigue: “Las siete y media de la mañana es una hora muy popular para lanzar cohetes, los niños van al colegio (...) y si cae a la una de la madrugada, tienes tres o cuatro hijos y hay que despertarlos y ponerlos a todos a salvo, ¿cómo lo haces?, acuestas a tus niños en el refugio directamente”.

Además, las milicias palestinas lanzan proyectiles de mortero.

“Con los morteros no tenemos el privilegio de tener tres o cuatro segundos de evacuación”, apunta Fanlon, que asegura haber aprendido a diferenciar entre cohetes y morteros por el susurro previo al estallido de los primeros.

Tras la operación militar israelí “Pilar Defensivo” del verano de 2014, lanzada para detener esos ataques y destruir túneles con carácter ofensivo y en la que murieron más de 2.200 palestinos y setenta israelíes, el alto al fuego es generalmente respetado, aunque hay violaciones ocasionales, la última a principios de mes.

Los disparos de cohetes desde Gaza, la mayoría de las veces por grupos opuestos a Hamás -quien controla de facto la Franja desde 2007-, son respondidos por Israel con bombardeos a diferentes objetivos en el territorio palestino.

Cuando Hila era una niña iba a Gaza a “comer el mejor humus”, explica.

“Ahora, si le digo a mi hijo vamos a comer humus a Gaza pensará que he perdido la cabeza, eso hoy es ficción”, dice, al tiempo que insiste en permanecer en el lugar porque tiene “la esperanza de que la situación cambie”.

Tras los cohetes y morteros llegaron los túneles. Netiv Haasara fue testigo del hallazgo de un túnel en julio de 2014 “con una profundidad de 30 metros y 1,5 km de largo, la mitad en el lado israelí y la otra en lado palestino”, explica.

Estas infraestructuras, cavadas desde Gaza bajo su fronteras con Israel con fines ofensivos se diferencian de aquellos subterráneos de uso principalmente comercial, que comenzaron a proliferar en el límite con Egipto cuando Israel impuso el bloqueo a Gaza en 2007.

Bajo las consecuencias del mismo conflicto pero en condiciones distintas -no hay alarmas que avisen del peligro al otro lado de la divisoria- la palestina Khamis Eida también denuncia su situación.

Esta madre de siete hijos, residente al este del campo de refugiados de Yabalia, asegura a Efe vivir “una pesadilla” cerca de la zona limítrofe del noreste de Gaza.

“Los militares israelíes y las medidas de seguridad hacen nuestra vida difícil, sobre todo cuando hay incursiones y los tanques disparan”, expone esta gazana.

“Mis hijos viven en un miedo sin fin, se ha convertido en algo cotidiano”, concluye.

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