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¿Y si hay que repetir las elecciones?

Carlos Elordi

Nadie quiere pactar con nadie

Albert Rivera acaba de asegurar que los escaños de Ciudadanos no darán el gobierno ni al PP ni al PSOE y asimismo que “no permitirá” un gabinete con Podemos. Pedro Sánchez ha afirmado tajantemente que no habrá “gran coalición”, es decir, un gobierno PP-PSOE. Si esas negativas se mantienen a la hora de la investidura del que parece que llegará primero, o sea Mariano Rajoy, eso lleva a concluir que el nuevo parlamento no podrá elegir un presidente del gobierno. Y si esa imposibilidad persiste, en el primer trimestre de 2016 habría que convocar nuevas elecciones.

Nadie cree que eso vaya a ocurrir. Seguramente porque es demasiado tenebroso para que ocurra. Aunque también porque unos nuevos comicios podrían producir un reparto de escaños no muy distinto del que se partía. Pero es una posibilidad real. Si los partidos que con su abstención o con su voto favorable creen que apoyar la presidencia de Rajoy va en contra de sus intereses o que hasta puede enajenar su futuro, podría producirse. Algunos gabinetes de prospectiva, de esos que diseñan todos los escenarios posibles, creen que ese es posible.

En 1996 estuvo a punto de llegarse a esa salida. El PP de José María Aznar, desmintiendo a todas las encuestas que le daban muchos más, obtuvo sólo 156 escaños (“nos ha faltado una semana más de campaña” para ganar, dijo entonces Felipe González). La única posibilidad que Aznar tenía para gobernar –aparte de la abstención del PSOE en la investidura, por la que buena parte de los poderes fácticos presionó hasta el último minuto- era que la CiU de Jordi Pujol le apoyara. Lo malo era que el PP había hecho del más furibundo antinacionalismo catalán uno de los ejes de su campaña.

Pero, al final, Aznar se desdijo de parte a parte. Y en el conocido como el “pacto del Hotel Majestic”, concedió lo que no estaba dicho a Pujol. No sólo en materia de financiación y de competencias para Cataluña, sino también en algo en los que los nacionalistas estaban particularmente empeñados: la supresión del servicio militar obligatorio, que alegró la vida a los jóvenes de toda España. Aún más. Para hacerse el simpático aseguró que él hablaba catalán “en la intimidad”, un despropósito que aún sigue marcando su trayectoria política y personal.

El antecedente vale para sospechar que en política los compromisos irrenunciables pueden durar hasta que se decide no cumplirlos. ¿Volverá a ocurrir algo parecido tras el 20-D? Podría, desde luego. Pero esta vez da la impresión de que va a ser mucho más difícil. Porque el PP, en el supuesto de que quede el primero, tiene poco que conceder, a no ser que sea su derrota, que es lo que parece que el PSOE, Ciudadanos y Podemos persiguen como primer objetivo, aparte de los de no hundirse o de obtener un éxito, según los casos.

Los resultados electorales concretos darán más luz sobre lo que puede pasar. No será la misma la actitud de Ciudadanos si obtiene 70 o más escaños que si no llega a los 40. Tres cuartas de lo mismo valen para el PSOE. Habrá por tanto que esperar. Y vuelve a citarse la hipótesis de que un pacto sería más factible si Rajoy renunciara a encabezar el Gobierno. Sea como sea, la posibilidad de tener que repetir las elecciones presionará como nunca sobre el nuevo parlamento.

Rajoy quiere hablar

¿Tiene algo que ver con lo anterior la última ocurrencia de Rajoy, la de que “habrá que hablar” con los catalanes, que se ha sacado este jueves de la manga? Seguramente no. Sobre todo porque por mucho que hable con Artur Mas, o con quien sea, el nacionalismo catalán no va a poder darle los votos que necesita para ser investido. Por otra parte, las “inexactitudes” que el líder del PP ha añadido para adobar su declaración de intenciones –entre ellas las de que ha hablado varias veces con Mas en secreto desde su última reunión pública, algo que éste ha desmentido tajantemente– dan una pista de lo que pretende Rajoy. Que no es otra cosa que la de tratar de engañar a algún elector transmitiéndole la idea de que él no ha sido el culpable de la incomunicación entre Madrid y Barcelona. Pero es de esperar que se recuerde que desde hace más de un año, y sobre todo después del 27 de septiembre, Rajoy ha dicho y repetido que él no tiene nada que hablar con los nacionalistas y que lo único que éstos tienen que hacer es cumplir las leyes.

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