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Los saharauis se afanan en reconstruir sus campos entre la creciente rabia

Los saharauis se afanan en reconstruir sus campos entre la creciente rabia

EFE

Campo de refugiados de Dahla (Argelia) —

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Cuarenta años después de la “Marcha Verde”, el cansancio y la rabia hacen mella en los campos de refugiados saharauis de Argelia, donde vuelve a escucharse un inquietante susurro que habla de armas alzadas.

Una posibilidad, que según dijo hoy a Efe el ministro saharaui de Cooperación, Brahim Mojtar, será “real” si la negociación política sigue varada y se repiten lo que definió como “provocaciones” del rey Mohamed VI de Marruecos.

“Todo esto, creemos, sumado a la intransigencia marroquí no hará más que incrementar esa frustración, que podría desembocar en una radicalización de todo este proceso y podría llevar, sobre todo a la población más joven de los saharauis, a reivindicar el retorno a las armas”, subrayó.

“Es palpable que el gobierno saharaui y la dirección política del Frente Polisario están bajo presión continua por parte de los jóvenes reivindicando acción”, agregó en su despacho en Rabuni, zona administrativa de los campos de refugiados saharauis en Argel.

A dos horas y media de coche de allí, rumbo al sur por el plano y pedregoso desierto, en el aislado campo de refugiados saharaui de Dahla, zona cero de las recientes inundaciones, el susurro sobre el retorno de tiempos pasados y violentos queda atemperado por otra preocupación más urgente.

“En lo que se refiere a la cuestión de la habitabilidad, el cien por cien de las casas están dañadas y el 95 por ciento de ellas han quedado inhabitables”, explica a Efe el gobernador de la Wilaya, Enradieh Enmani.

“Desde hace varias semanas, el Ejército saharui nos ayuda a poner en marcha las infraestructuras. Hemos recuperado la electricidad y las comunicaciones, excepto internet, y hemos comprobado que los pozos no se han contaminado”, agrega.

Enmani confirma que se han recibido tiendas y que “quien más y quien menos” tiene un techo para cobijarse, pero que aún no han podido reabrir escuelas y guarderías y que los dispensarios no funcionan en seis de las dairas (barrios).

“La prioridad ahora es recuperar, por ejemplo, la panadería para no tener que depender de la ayuda. Nuestro problema es que somos la wilaya (provincia) más alejada y la segunda más pequeña”, con 15.500 habitantes, recalca.

A la entrada de lo que semanas atrás era la panificadora que surtía al campamento y a los cerca de 4.000 nómadas que viven en este secarral próximo a la frontera con Mauritania, reposan amontonados una treintena de sacos de harina.

De las cuatro paredes, solo dos permanecen parcialmente en pie y no queda apenas rastro de horno.

Las bandejas para enfriar el pan se inclinan sobre un muro agrietado y las máquinas donde se fermenta y mezcla la masa están tiradas en el suelo.

A escasos metros, Homa se agacha para barrer, con una plancha de cartón, los escombros de la que fue su casa para dejar paso franco a a jaima (tienda de campaña) en la que ahora vive con su numerosa familia.

“Cuando las lluvias se intensificaron corrimos hacia las dunas altas con lo que pudimos. Las cosas para el té, algo de comida y las mantas, y ya allí permanecimos varios días”, rememora mientras el sol aún plomizo de otoño cae como un rejón sobre los escombros.

“No ha quedado nada. Es como si los marroquíes nos hubieran bombardeado, pero sin el efecto de las armas químicas que tienen”, asegura.

En verdad, el paisaje se extiende a su alrededor, decenas y decenas de kilómetros, recuerda a aquellas viejas fotografías del Berlín o el Londres destruidos de la Segunda Guerra Mundial, pero en versión adobe.

La mayor parte de las casas no son más que un amasijo de cascotes de tierra y paja vencidos sobre profundas torrenteras. El resto simplemente se han diluido, desaparecido y confundido con el barro que tres semanas después aún ofrece un extraño olor a humedad en medio del desierto.

“Volveremos a reconstuirlo, estamos acostumbrados a sobrevivir y lo seguiremos haciendo”, promete Brahimi, un hombre de unos 70 años que llegó a Dhala vía Mauritania en 1976, huyendo de la invasión que Marruecos disfrazó de “Marcha Verde”.

“Aunque quizá es una señal del cielo de que vamos a entrar en otra época. Cuarenta años es más que suficiente”, agrega el anciano excombatiente, haciéndose eco de un mantra divino que se repite en todos los campos.

Esa época nueva podría comenzar a escribirse en la propia Dahla, que se afana para reconstruir el centro de convenciones en el que está previsto que dentro de 44 días se celebre el Congreso General del Frente Polisario, en el que según el ministro de Cooperación se tomarán “decisiones estratégicas”.

Mientras los hombres susurran, grupos de mujeres se reunieron hoy en varios campamentos para gritarle al rey de Marruecos que el Sáhara jamás se rendirá.

“Nuestros padres combatieron, ¿por qué nosotros vamos a tener miedo?”, musita al acabar la concentración la más joven de ellas.

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