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Sobre este blog

No nos gusta la palabra “discapacitado”. Preferimos retrón, que recuerda a retarded en inglés, o a “retroceder”. La elegimos para hacer énfasis en que nos importa más que nos den lo que nos deben que el nombre con el que nos llamen.

Las noticias sobre retrones no deberían hablar de enfermitos y de rampas, sino de la miseria y la reclusión. Nuria del Saz y Mariano Cuesta, dos retrones con suerte, intentaremos decir las cosas como son, con humor y vigilando los tabúes. Si quieres escribirnos: retronesyhombres@gmail.com

Billetera mata retrón

Pelando la billetera - By StockMonkeys.com

Pablo Echenique-Robba

Recientemente fui con mi chica al Corte Inglés en Zaragoza a comprar nuestras alianzas de boda... bueno, realmente fuimos a medirnos los dedos para comprar las alianzas en una web de una tienda española que garantiza la procedencia ética del oro así como las condiciones laborales de las personas que fabrican las joyas. No tenía ninguna intención de comprarle las alianzas al Corte Inglés, lo cual hace todo el asunto más divertido.

Nos acercamos al stand más pijo de todos, con sus mesas bonitas, su suelo alfombrado y sus foquitos blancos iluminando cada una de las carísimas joyas que allí se ofrecen. Sin más dilación, manifestamos nuestra intención de comprar unas alianzas de boda ---nótese que la mentira fue piadosa, ya que, de hecho, teníamos intención de comprarlas, sólo que no a ellos. Nos tomó bajo su tutela una simpática dependienta y nos sentamos en una de las mesas bonitas ---bueno, se sentó mi chica, yo ya venía sentado de casa. Nos medimos el grosor de nuestros respectivos dedos anulares, consultamos precios, medidas, quilates y plazos de entrega. Finalmente, nos despedimos con una sonrisa y sin ninguna intención de regresar jamás.

Todo el suceso resultó de lo más sencillo y para nada especial.

Sin embargo, días más tarde, reflexionando sobre el asunto, un detalle se me hizo de repente extraño y el cerebro me hizo click.

A pesar de que, como ya hemos comentado otras veces en el blog, la población (bípeda) general suele ser de la opinión de que, si vas sobre ruedas, el amor está vedado para ti, la simpática vendedora de joyas del Corte Inglés no manifestó la más mínima sorpresa al conocer nuestra decisión de dinamitar semejante norma social. No sólo desplegó la amabilidad que se le supone a toda dependienta en tal tesitura, sino que además se tomó todo el asunto con absoluta naturalidad. Como si asesorase a parejas bípedo-cascadas todos los días un par de veces.

Como digo, en ese momento ni siquiera percibí el contraste entre la actitud de esta señorita concreta y las miradas que suelo recibir por la calle cuando paseamos con mi chica. Supongo que, cuando un patrón de comportamiento está tan densamente entrelazado en el tejido de la sociedad, los que habitamos en su seno simplemente no lo vemos. Hasta que una ligera variación en la melodía nos hace parar las orejas y exclamar “¡Ahá!”.

El patrón que descubrí retrospectivamente en este caso es que, casi siempre que he ido a comprar algo caro a una tienda, haciendo memoria, la persona que me atendió fue capaz de interaccionar conmigo como si mi silla de ruedas naranja de 150kg y mis brazos finitos fuesen invisibles. De un modo natural, transparente y convincente. En definitiva, perfecto.

La variación en la melodía que me hizo descubrir el patrón fue que, en el caso concreto que relato, la dependienta no sólo se sobrepuso sin despeinarse a mi patente cascadez, sino que además consiguió obviar con una amplia sonrisa un prejucio tan fuertemente arraigado al imaginario colectivo como el que sostiene que los retrones no están sometidos a las leyes “normales” de emparejamiento entre humanos.

En general, cuando un miembro de la población bípeda ve a un cascao solo, asume que no conoce el amor. Si lo ve acompañado de una mujer, supone que es su amiga, su hermana o su enfermera. Si va de la mano con ella, me imagino lo que presupone, pero no lo voy a decir. Lo curioso del caso es que, en muchas ocasiones, estos prejuicios se les ven en la cara con gran claridad. Como si no se molestasen en ocultarlos.

A menos que haya pasta de por medio, según parece.

Si el retrón asexuado y sin amor va y pela una billetera gorda con billetes de cincuenta, los prejuicios hacen “puf” y ya no se ven... no sea que se vaya a la tienda de al lado.

Por analogía con un juego de naipes en el que ciertas cartas son más poderosas que otras y esto se expresa diciendo, por ejemplo, que “el as de espadas mata al siete de oros”, un amigo mío solía decir, refiriéndose en este caso al poder de las distintas armas de las que un hombre dispone para ligar en un bar, que “billetera mata galán”. Es decir, que una buena cuenta corriente es más potente que unas buenas pintas.

Pues bien, como me hizo descubrir el episodio de las alianzas, está claro que en esta sociedad monoteísta (el de la Biblia no, me refiero a éste: €), billetera no sólo mata galán; además, mata retrón.

Como el huevo de Colón, a toro pasado, parece obvio.

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