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Opinión - Vivir sobre un polvorín. Por Rosa María Artal
Sobre este blog

No nos gusta la palabra “discapacitado”. Preferimos retrón, que recuerda a retarded en inglés, o a “retroceder”. La elegimos para hacer énfasis en que nos importa más que nos den lo que nos deben que el nombre con el que nos llamen.

Las noticias sobre retrones no deberían hablar de enfermitos y de rampas, sino de la miseria y la reclusión. Nuria del Saz y Mariano Cuesta, dos retrones con suerte, intentaremos decir las cosas como son, con humor y vigilando los tabúes. Si quieres escribirnos: retronesyhombres@gmail.com

Pies para que los quiero…

La columna rota. Frida Kahlo. Imagen de libby rosof @flickr

Anita Botwin

Hace unos días me encontraba yo en la Unidad de Neurofisioterapia Biofuncional del Hospital Universitario Virgen de la Macarena en Sevilla. Estaba formando parte de una investigación sobre la fatiga crónica que consistía en estar tumbada sobre una cama con magnetoterapia -sí, amigos, la vida a veces puede ser complicada-. Pero mientras estaba yo allí en modo Zen On le comenté a la fisioterapeuta sobre los dolores insoportables que sufría y que no me calmaba ni la más fuerte de las pastillas (legales, ejem). Ella, una italiana afincada en Sevilla, me dijo: “No le eches cuenta al dolor, si le haces caso es mucho peor”. Y me presentó a una de las pacientes retronas que había en el centro pedaleando en una especie de bicicleta-cyborg.  “Ella pinta. Cuando pinta se le pasa el dolor, enfoca su atención en otra cosa”. Me quedé pensativa y algo contrariada. ¿Realmente eso podría aliviar mi dolor?, ¿y por qué no me lo han contado antes? Aquí hay gato encerrado.

De camino a casa me viene a la mente Frida Kahlo, Friducha y los horribles dolores que pasó a lo largo de su vida. De pequeña padeció poliomielitis, pero lo más grave fue cuando el autobús en el que viajaba fue arrollado por un tranvía. Ese choque fracturó su columna vertebral en tres partes y la dejó postrada en la cama.

La artista utilizó la pintura como válvula de escape para su sufrimiento físico y el aburrimiento y empezó a autorretratarse en obras que reflejaban su propia imagen reconstruida. Al estar tanto tiempo en la cama, enferma, pidió a su padre una caja de colores que tenía. Por probar. Como llevaba un corset de yeso que le impedía incorporarse, su madre le mandó construir un caballete adaptado. Me impresiona que llegara a pintar colgada de un aparato para estirar su columna. La pintura se convirtió desde entonces en una salida para su inmovilidad y los dolores que a veces tenía que calmar con morfina y alcohol. “Bebo para olvidar, pero ahora... no me acuerdo de qué”, dijo en su momento. Los pinceles le conectaron de alguna manera con la vida, con el mundo, con la revolución mexicana, pero sobre todo se convirtieron en una manera de sobrellevar el dolor. “Lo único que sé es que pinto porque lo necesito”.

Vale, correcto, pero ¿por qué ocurre esto? Hay estudios que aseguran que el arte afecta al sistema nervioso autónomo, al equilibrio hormonal y a los neurotransmisores cerebrales y produce cambios en la percepción del dolor. Hablando claro, cuando se está pintando, o escribiendo o desarrollando cualquier tipo de arte -como si es encaje de bolillos- se está en el momento presente y se está expresando una emoción que alivia. Al otro lado de la línea escucho la voz enérgica de Norah Barranco, autora de “En Busca de la Sirenidad” donde cuenta cómo a través de la arteterapia se pueden superar los dolores fantasma. Le amputaron una pierna como consecuencia de un tumor. “No podía dormir, tomaba 17 pastillas diarias para paliar el dolor”, cuenta. Escribir para ella es algo que surge por la “necesidad de tener una manera de atravesar el dolor y terminar con él a través de la escritura. Decidí contar mi proceso terapéutico a través de la narrativa, de cómo consigo paliar el dolor del miembro fantasma a través de reescribirme, de reconocerme y de crear una realidad virtual a través de la literatura”.

No sólo estamos hablando de discapacidades físicas, sino también mentales. Las invisibles. Neil Hilborn, con trastorno obsesivo compulsivo, transformó su decepción amorosa en un hermoso poema que dio la vuelta al mundo, se hizo viral y caló. Se puede decir que la mezcla entre su dolor y lo que supone su trastorno aparece perfectamente plasmado en su poema y su manera de recitar. Juzguen ustedes

 

 

Ya, pero , ¿y a la gente que no le guste pintar o escribir qué puede hacer? Norah recuerda la anécdota de una señora de 70 años de un pueblo pequeño de Jaén que fue a verla a la presentación de su libro y se acercó para decirle: “Claaaaro, eso que cuentas me pasa a mí cuando me pongo a hacer lana”. Según la autora, donde pones la atención, pones la energía, y asegura que para bloquear el dolor neuropático hay que centrar la atención en otra cosa que no sea el propio dolor.

No sé si será efecto placebo o no, pero mientras escribo estas líneas empiezo a sentir un pequeño alivio en mis achaques de cascá. Hay que ver lo que aprende una en el mundo retronil tumbada sobre una manta de investigación neurológica.

Pies para que los quiero… Si tengo alas para volar. Frida Kahlo

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No nos gusta la palabra “discapacitado”. Preferimos retrón, que recuerda a retarded en inglés, o a “retroceder”. La elegimos para hacer énfasis en que nos importa más que nos den lo que nos deben que el nombre con el que nos llamen.

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