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Sobre este blog

No nos gusta la palabra “discapacitado”. Preferimos retrón, que recuerda a retarded en inglés, o a “retroceder”. La elegimos para hacer énfasis en que nos importa más que nos den lo que nos deben que el nombre con el que nos llamen.

Las noticias sobre retrones no deberían hablar de enfermitos y de rampas, sino de la miseria y la reclusión. Nuria del Saz y Mariano Cuesta, dos retrones con suerte, intentaremos decir las cosas como son, con humor y vigilando los tabúes. Si quieres escribirnos: retronesyhombres@gmail.com

Cuando los Reyes Magos son ciegos

Fuente: Pixelbay Autor: Gerd Altmann

Nuria del Saz / Nuria del Saz

Sevilla —

Muchos nunca se habrán parado a pensar que los Reyes Magos, dentro de su diversidad, también pueden ser ciegos. Pues sí. Doy fe de ello y de que, por muy magos y muy de Oriente que sean, esa circunstancia vital complica las cosas. Para variar.

Hace ya un mes que mis pequeñas escribieron su carta a los Reyes Magos. Bueno, carta… La frase más escuchada en nuestra casa desde comienzos de noviembre es “me lo pido”, después de cada anuncio, cada vez que ven el “unboxing” de un vídeo en Youtube o cuando despliegan sobre la alfombra un catálogo de juguetes. “!Me lo pido!” “!Me lo pido!” “!Me lo pido!”

Pero ¿qué es exactamente eso que piden si no puedes verlo y son demasiado pequeñas para explicártelo? Y, sobre todo ¿cómo saber que compras un juguete adecuado sin haberlo visto?

Cual detective, comienza mi interrogatorio a la pequeña de cuatro años.

¿Cómo se llama ese juguete?

¿Pero es una muñeca?

¿Muy grande?

¿De qué color es lo que has visto?

¿En qué catálogo?

Uf, aquí la niña ya no tiene respuestas y empieza a impacientarse ante tanta presión materna.

A nuestro rescate llega la hermana mayor, que a sus siete años ya te presenta el anuncio correspondiente youtubeado en un abrir y cerrar de tablet.

Y al final te haces una idea de que lo que le ha pedido a los Reyes es, pongamos, la carroza de la Princesa Sofía. Perfecto.

Menos mal que “mi mayor” ya sabe escribir y envía con toda formalidad una pulcra y detallada carta a Sus Majestades de Oriente.

La primera parte del proceso es divertida, relativamente sencilla (gracias a la oportuna intervención de la hermanita mayor) y, a fin de cuentas, se resuelve en casa, que siempre es un entorno más accesible cuando eres ciego.

Lo verdaderamente complicado llega cuando has de salir, como madre, al mundo exterior, peregrinar por las jugueterías y dilucidar qué juguetes de los que han pedido traerán los Reyes el 6 de enero.

Trato de hacer compras responsables, por lo que me ocupo de conocer a fondo el juguete para valorar distintos aspectos, como su calidad, posibilidades de juego o si se adecua a las expectativas de mis hijas.

Comprobar la calidad del plástico y los tejidos es casi misión imposible si no puedes ver. ¿El problema? Todos los juguetes vienen empaquetados como si tuvieran que soportar la onda expansiva de una explosión nuclear. Cartones, blisters, bridas… Todo diseñado y pensado para ser atractivos y contemplados en una estantería.

--¿Me alcanzas la caja para hacerme una idea de la muñeca? –suelo pedirle a mi marido cuando estamos en la tienda.

--Viene precintada, poco vas a ver.

--Eso ya lo veremos –replico respondona- Al menos me figuraré su tamaño.

Y, efectivamente, palpas el cartón, el plástico transparente de la ventana a través de la cual se muestra la muñeca, pero nada más. Un fuerte adhesivo impide a “la mano exploradora” avanzar más allá. Prohibido el paso.

--¿Hay moros en la costa? –pregunto a mi marido al cual imagino mirando pasillo arriba pasillo abajo en busca de alguna dependienta que me pueda llamar la atención.

--No, no hay nadie –agobiado por lo que sabe está a punto de suceder.

Y lo que sucede es que me sale la vena transgresora y con la uña -menos mal que las madres, aunque seamos ciegas, llevamos las uñas largas-, trato de levantar el adhesivo (a lo cual casi siempre termina ayudándome el padre de las criaturas -no sin cierta aprensión a ser pillado in flagranti). Entonces, vuelvo a apoderarme del cuerpo del delito para introducir la mano hasta donde me lo permita el dichoso embalaje.

Apenas un atisbo, tocar con la yema de los dedos el plástico, el tejido, alguna sensación táctil que me permita inferir cómo es lo que estoy a punto de adquirir, quiero decir, de encargarle a los Reyes. Un raso suave, un plástico robusto… el mundo se ha llenado de colores.

Pero aunque me gustan las aventuras, todo sería más sencillo si pudiera acercarme al mostrador, paquete en mano, para que las propias dependientas abran la caja y me muestren su contenido permitiéndome reconocerlo para valorar si quiero comprarlo o no. De otra forma es comprarlo a ciegas. No es responsable como madre, no es justo como consumidor.

Desafortunadamente no es fácil ni frecuente encontrar en los grandes establecimientos dependientes que accedan a lo que entiendo es una necesidad mía como cliente. Rehúsan hacerlo bajo el pretexto de que luego no pueden vender una caja abierta. Y digo que es un pretexto porque en la mayoría de las ocasiones solo es cuestión de ponerle un adhesivo nuevo en la tapa. No hablo de desembalar, de abrir un blister con tijeras, ni de quitar bridas (en estos casos me he resignado a comprar a ciegas), solo de abrir la caja hasta donde se pueda sin causar estragos irreparables. Pero es que, mire usted qué cosa tan rara, las personas ciegas vemos tocando y si no tocamos, no vemos. Y a los Reyes Magos ciegos les pasa igual.

Hace un par de semanas entré en una tienda de estas que proliferan en fechas navideñas para vender juguetes. Mi marido vio una muñeca con un tacatá que podría gustarle a “mi pequeña”. Esta vez no nos tomamos confianzas no dadas. Le pedimos al dependiente si podía abrir la caja para ver su contenido. El hombre dudó unos segundos.

--Soy ciega y si no puedo tocarlo, no me formo una imagen de lo que voy a comprar –expliqué con una sonrisa.

El dependiente entonces no vaciló. Cutter en mano rasgó el adhesivo y me permitió ver el conjunto del juguete. Y lo que disfruté tocando el tacatá, sus detalles, el asiento, los accesorios del muñeco, el propio bebé de trapo. Lo que solo era una caja rectangular de cartón minutos antes se revelaba como un juguete precioso en mis manos. Habían encendido la luz para mí.

Tocar lo que compra, para una persona ciega, es exactamente poder ver lo que compra. Sin más. Sientes agrado, placer si lo que tocas te gusta o rechazo si no te gusta, en definitiva, obtienes la información que necesitas para poder comprar con conocimiento de causa, con responsabilidad, en el caso de los juguetes.

Dependientes del mundo, estén atentos porque, quién sabe, a lo mejor cualquier día de estos un rey o una reina maga aparece por su tienda y resulta que es ciego. “No vaya a defraudar a Sus Majestades!

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