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Opinión - Vivir sobre un polvorín. Por Rosa María Artal
Sobre este blog

No nos gusta la palabra “discapacitado”. Preferimos retrón, que recuerda a retarded en inglés, o a “retroceder”. La elegimos para hacer énfasis en que nos importa más que nos den lo que nos deben que el nombre con el que nos llamen.

Las noticias sobre retrones no deberían hablar de enfermitos y de rampas, sino de la miseria y la reclusión. Nuria del Saz y Mariano Cuesta, dos retrones con suerte, intentaremos decir las cosas como son, con humor y vigilando los tabúes. Si quieres escribirnos: retronesyhombres@gmail.com

En busca de un asistente personal

Raúl Gay

Dice Mariano Rajoy que hay raíces vigorosas. Dicen sus voceros que las cifras macroeconómicas nos sonríen, que la recuperación está ya aquí y que quien no la ve es porque no quiere. Pero hace un par de semanas me hubiera gustado tener a Rajoy, Montoro y Báñez en el salón de mi casa para que vieran el verdadero rostro de su recuperación.

Durante 3 días entrevisté a una veintena de personas que buscaban trabajo como asistente personal. Ya sabéis, los retrones tenemos la mala costumbre de vestirnos, comer, ir al baño... y muchas veces alguien tiene que echarnos una mano. Como los lectores recordarán, hace año y pico me independicé y desde entonces vivo con una persona entre semana; los sábados y domingos vuelvo al nido. Ahora este asistente deja el trabajo por motivos personales y me toca buscar sustituto.

La idea inicial era contratar a través de algún organismo público. Así que llamé a DFA, la mayor organización de discapacitados en Aragón, pero me derivaron a empresas privadas. Intermediarios que se lucran con las necesidades de los ciudadanos. Ni siquiera pregunté precios pero un compañero de trabajo me dijo que pagaba 1.750 euros al mes a una empresa de este tipo; la chica contratada recibía 800. Es lo que tiene ver en todo lo humano un beneficio económico y no poner límites a la privatización de los servicios. Una bolsa de trabajo tan importante como ésta debería estar bien gestionada por el Estado. Pero no.

Siguiente paso: buscar en Internet. Sólo en Milanuncios hay cientos de personas que se ofrecen como asistentes. Buena parte mujeres y, ojo al dato, varias piden “seriedad” en sus anuncios: recalcan que quieren cuidar personas, no tener sexo por dinero. Imagino que demasiados “jefes” se aprovechan de la situación y “ya que me duchas, me limpias los bajos”. Suena asqueroso: lo es.

Decidí poner un anuncio.

A los pocos minutos tenía un correo en mi bandeja de entrada. Luego otro. Y otro. A lo largo de 2 días, hasta que quité el anuncio, me llegaron 80 solicitudes. Aunque pedía un hombre, se ofrecieron varias mujeres. Las nacionalidades eran variadas: Cuba, Nicaragua, Colombia, Rumanía... y España. Sí, algo inimaginable hace unos años. Si en el 2000 era habitual ver latinoamericanos acompañando a abuelos por la calle, ahora los españoles que por entonces eran clase media también solicitan este tipo de trabajos, despreciados no hace mucho.

Respondí a casi la mitad de los correos, detallando más mi situación, necesidades, condiciones del trabajo y sueldo. No es un salario muy alto pero es lo que me puedo permitir. La ley de Dependencia da una mísera ayuda (tengo la suerte de recibirla; muchos ni eso) y hay que poner dinero de tu propio bolsillo. Lo más ruin de todo esto es que yo mismo me convierto en una especie de jefe explotador.

Concerté entrevistas con casi todos los que respondieron y pasé varios días de mis vacaciones haciendo entrevistas de trabajo. No fue agradable. Escuchar la dramática situación de una veintena de personas y tener que elegir solo a una es duro. Hubo quien se ofrecía a cobrar 100 euros menos de lo que yo ofrecía si así conseguía el puesto; otro me aseguró que trabajaba por 500 euros al mes. Un español me dijo que le venía muy bien ser interno (tal vez lo peor de este trabajo: dormir cada noche en cama ajena y lejos de los tuyos) porque así podía abandonar el albergue donde vivía. Otra española insistió mucho para que le hiciera la entrevista: trabaja de interna por 400 euros al mes y en su día libre duerme en casa de su ex novio porque no le llega el dinero para un alquiler.

A todos decía lo mismo: los 2 o 3 “mejores” pasarían a una segunda entrevista y entonces mi chica y yo decidiríamos. Lo de “mejores” es muy particular y muy injusto. En realidad, para mí lo más importante no es la experiencia o los conocimientos sanitarios que puedan tener. Es el feeling. Si voy a convivir con una persona necesito confiar en ella y que ella confíe en mí. Hasta cierto punto, tenemos que caernos bien. Guardo los teléfonos de varias de las personas que podría haber contratado; tal vez alguien necesite un asistente...

Cuando escribo este artículo, faltan unos días para que se incorpore la persona elegida. El antiguo asistente vaciará su habitación y el nuevo, un colombiano de 30 años, traerá sus cosas. Comienza, para ambos, una nueva etapa.

Pregunto a aquellos lectores que tienen asistente (para ellos o para familiares): ¿cómo elegís a la persona adecuada?

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No nos gusta la palabra “discapacitado”. Preferimos retrón, que recuerda a retarded en inglés, o a “retroceder”. La elegimos para hacer énfasis en que nos importa más que nos den lo que nos deben que el nombre con el que nos llamen.

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