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Opinión - Vivir sobre un polvorín. Por Rosa María Artal
Sobre este blog

No nos gusta la palabra “discapacitado”. Preferimos retrón, que recuerda a retarded en inglés, o a “retroceder”. La elegimos para hacer énfasis en que nos importa más que nos den lo que nos deben que el nombre con el que nos llamen.

Las noticias sobre retrones no deberían hablar de enfermitos y de rampas, sino de la miseria y la reclusión. Nuria del Saz y Mariano Cuesta, dos retrones con suerte, intentaremos decir las cosas como son, con humor y vigilando los tabúes. Si quieres escribirnos: retronesyhombres@gmail.com

El hombre que no amaba a los “discapacitados”. Ni a nadie.

Donald Trump burlándose del periodista Serge Kovaleski

Anita Botwin

Andaba yo quizá perdida en otros lares y no me enteré de la barbaridad que hizo en su momento el que ahora es el presidente de House Of Cards. Gracias a la increíble Meryl Streep y a su discurso en los Globos de Oro supe que el impresentable de Donald Trump se burló de un periodista del New York Times con discapacidad. Busqué en la hemeroteca y pude ver a este personaje cambiando su tono de voz e imitando el movimiento corporal del periodista Serge Kovaleski, que padece un síndrome que le afecta a los brazos.

Siempre se ha dicho que cuando alguien no sabe defenderse inicia un ataque. En el caso de Trump lo hace muy a menudo debido a su dificultad de articular un mensaje claro e inteligente -por mucho que sus ideas disten mucho de serlo-. En lugar de buscar una réplica o una respuesta a una pregunta de un periodista, prefiere burlarse en este caso de su aspecto físico o de su enfermedad, algo que no haría ni un chiquillo de cinco años. A Donald Trump le enseñaron a ser “el más fuerte” y pisotear al más débil, por mucho que en este caso el más fuerte y el más débil sea bastante interpretable. El sueño americano o neoliberal de ser el líder de la manada, a pesar de tener que dejar los escrúpulos en casa. 

Sobre esta falta de respeto, si es el poder quien abusa de los débiles todos los demás lo imitarán. “La falta de respeto incita a más faltas de respeto. La violencia, a más violencia”, dijo indignada Meryl Streep en su discurso.

Llegados a este punto, a sabiendas que él tiene el poder en sus manos, mass media bailándole el agua y siendo voceros de sus insultos intolerables, deberíamos preocuparnos, porque la violencia no sólo procede de las balas, sino de las ideas. Las personas con diversidad funcional nunca hemos sido demasiado respetables y hemos sido objeto de burlas desde tiempos inmemoriables -al menos ahora no nos encierra tanto en sótanos o nos tiran por acantilados, algo hemos mejorado-. Siempre se escuchan burlas desde que somos pequeños, en el colegio, de que si fulanito es tal o pascual. Pero un presidente del Gobierno jamás y bajo ningún concepto podría soltar por su boca la cantidad de barbaridades que ha disparado ya. No hemos sido capaces de pararle los pies en su momento, pero quizá vaya siendo la hora en la que digamos, se acabó, no vamos a seguir permitiendo insultos hacia ninguna persona y mucho menos por sus condiciones físicas o psíquicas. Meryl Streep aportó su gran granito de arena y de los demás depende que sumemos nuestra parte. Por cierto y antes de que se me enojen, diré que no seré yo quien defienda a Obama y su política exterior de estos años, que esto no va de aquello. 

Aquí, en nuestro país, las personas con discapacidad simplemente no están ni se las espera, ni en discursos ni en medios de comunicación -excepciones habrá-, ni en ninguna parte. Aparecen, eso sí, cuando se acerca una campaña electoral y entonces algunos políticos sin escrúpulos se fotografían con niños con síndrome de down o en sillas de ruedas. La discapacidad vende, pero las discapacitadas no ganamos. No es tan sólo un colectivo el que pierde, sino una sociedad que, engañada desde los grandes poderes financieros y económicos a través de sus medios de comunicación, no se escandaliza por desaires como los de Trump, sino que es capaz de votarle y no plantearse sus ataques a las minorías sociales.

Hace poco escribí sobre la idea de los penúltimos que pisan a los últimos, que no es otra cosa que la absurda batalla que libramos las capas bajas de la sociedad. Donald Trump y otros tantos -quizá con más sutilezas- nos ponen a jugar en un tablero como si de los juegos del hambre se tratara y miran desde sus castillos de Marfil como peleamos los unos contra los otros. Los que tenemos poco contra los que aún tienen menos. “Seguro que va en silla de ruedas para pedir una paguita. Es un actor”, he llegado a escuchar. El insulto al distinto, en este caso al reportero del New York Times, no lleva más que a la separación, la violencia, la falta de respeto entre los que somos iguales aunque ellos deseen que seamos distintos, que no diversos.

Es el momento de parar este sinsentido. Es el momento de mirar a los ojos de tu vecino o al hombre que pide en una esquina con su muleta, es el momento de pensar en que las personas con diversidad funcional no somos monstruos salidos de “Freaks”, que no vamos a robarle a nadie nada porque no somos nosotros los que os hemos dejado sin blanca.

Esta idea me lleva a pensar directamente en Mariano Rajoy y el insulto  “retrasado mental”. En primer lugar, no estoy de acuerdo que se use como insulto una enfermedad o discapacidad y en segundo lugar porque Rajoy no tiene ningún problema o discapacidad (que sepamos). No insultemos a las personas que verdaderamente sí padecen esa problemática y necesitan ayuda. Tampoco llamemos a Trump retrasado ni subnormal, porque el problema de Trump quizá mucho tuvo que ver con la educación que recibió, que fue precisamente la de pisotear “subnormales” y ser el más fuerte de la clase. Lejos de pedir disculpas al reportero de NYT, el bueno de Trump contestó una semana después que el medio norteamericano “debería estar centrado en buenos reportajes” y no en “atacar constantemente a Donald Trump”. Curioso que sea él quien lo diga. 

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