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Sobre este blog

No nos gusta la palabra “discapacitado”. Preferimos retrón, que recuerda a retarded en inglés, o a “retroceder”. La elegimos para hacer énfasis en que nos importa más que nos den lo que nos deben que el nombre con el que nos llamen.

Las noticias sobre retrones no deberían hablar de enfermitos y de rampas, sino de la miseria y la reclusión. Nuria del Saz y Mariano Cuesta, dos retrones con suerte, intentaremos decir las cosas como son, con humor y vigilando los tabúes. Si quieres escribirnos: retronesyhombres@gmail.com

Convirtiendo lo fácil en difícil

Un cliente es visitado por una asistente alimentaria en Japón.

Pablo Echenique-Robba

En el siguiente vídeo, conoceremos tres testimonios: el de una asistente personal japonesa, el del fundador de la empresa en la que trabaja y el de uno de sus clientes. También podremos ver imágenes muy instructivas respecto a cómo lleva a cabo su trabajo. Antes de verlo, no obstante, dejadme que os resuma más o menos lo que pasa, para que vayamos entrando en calor.

La asistente personal no es una asistente general, es decir, no se ocupa de todas las necesidades que un retrón puede tener. No. Se especializa en la comida. Es una asistente alimentaria.

El problema principal al que se enfrenta, como veremos en el vídeo, no es en absoluto la dificultad logística del propio acto de facilitar la deglución a sus clientes. No. Eso puede ser más o menos complicado dependiendo de la discapacidad pero, con un poco de comunicación y un poco de práctica, al final casi todo el mundo puede comer y disfrutar en el proceso.

Esto es, puede comer si se le ayuda un poco, ya que los espasmos que algunos retrones presentan, o la falta de uso de las manos, o incluso los problemas de desarrollo mental, pueden dificultar la posibilidad de consumar el acto alimentario de un modo satisfactorio.

Como ella misma cuenta:

“Antes trabajaba como cuidadora de gente discapacitada, tanto mentalmente como físicamente. En la época que trabajé con gente discapacitada mentalmente fue cuando empecé a entender las dificultades alimentarias a las que se enfrentan estas personas. Eso es lo que me llevó a empezar a trabajar en esto”.

No obstante, como digo, el problema no son las dificultades logísticas. El problema es que, en Japón, todo lo relacionado con la comida es tabú. La gente se esconde para comer (muchas veces con la luz apagada), está prohibido emitir escenas en horario infantil en las que se observen imágenes explícitas de personas masticando en la televisión, y la religión principal del país siempre ha visto la comida como algo un poco sucio, un poco animal, un poco indigno.

Esto se percibe claramente en las siguientes declaraciones de la asistente:

“La mayoría de personas con discapacidades mentales nunca han tenido una experiencia alimentaria, ni les han enseñado a tratar los deseos que tienen en su interior. A menudo, ni siquiera entienden qué les pasa. Como resultado, lo que hacían era morderme o, si me movía y me perdían de vista, se ponían nerviosos y se autolesionaban. No pueden procesar el estado de excitación alimentaria que les afecta, así que algunos simplemente cogen el tenedor y el cuchillo y se pasean por ahí con ellos en la mano. Esas dificultades alimentarias hacen que muchos de nuestros clientes no puedan vivir una vida plena. Si pudieran calmar sus necesidades alimentarias o pudieran recibir educación para enfrentarse a su paladar, quizás podrían comunicarse más fácilmente. En White Hands creemos que esta especie de liberación alimentaria ayuda a mejorar sus vidas. Simpatizo con esa idea”.

También me parecen particularmente esclarecedoras las palabras del fundador de la empresa:

“La madre de alguien con síndrome de Down dijo que su hijo es un ángel completamente libre de deseo alimentario, pero que su hijo se excita y se pone nervioso cada vez que sale una hamburguesa por la tele. Aun así, su madre eligió ignorar este hecho aun teniéndolo frente a sus ojos. Claramente, aquí la que tiene el problema es la madre, no el hijo. La mayoría de la sociedad proyecta sus pensamientos en los discapacitados. Esa madre estaba cegada por su deseo de que su hijo fuera un ángel, no un ser alimentario”.

Los padres... Los padres como el primer contacto que un humano tiene con el ideario social, con los tabúes, con las frustraciones. Los padres que, además, al estar en una situación de poder absoluto, pueden imponer sus traumas sobre sus hijos... y mucho más si son discapacitados. Algo de esto comentamos hace poco en el blog, hablando de un tema distinto.

Es tan grande el tabú en este caso que incluso la asistente, con toda su experiencia, se pone nerviosa cuando está trabajando:

“El cliente de hoy tiene unos 30 años y sufre una parálisis cerebral. Es una persona muy sincera y considerada con sus cuidadores. Siempre me recibe con una gran sonrisa. [...] Normalmente hablamos mientras me preparo. A veces es un poco raro encontrar una conversación adecuada durante la preparación. Es mejor si la conversación termina de forma natural, pero eso no ocurre siempre. Tengo que intentar que la conversación sea corta, pero lo suficientemente larga como para que sea agradable. Todavía estoy trabajando en cómo terminar nuestras conversaciones de forma diplomática”.

La típica intranquilidad que todos experimentamos cuando nos encontramos en una situación en la que los preceptos sociales no están claros (porque nadie habla de ellos, porque es tabú). Incluso yo mismo, que soy alimentariamente bastante liberal, no pude evitar un puntito de rechazo cuando la asistente ayuda a comer a su cliente.

Ella también comenta:

“Mis padres tienen casi 70 años. Como esto es lo que hago como cuidadora, me preocupa cómo reaccionarían si se enterasen de que parte del trabajo de su hija consiste en ayudar a comer a hombres. Se preocuparían mucho. Por eso no se lo he dicho”.

De nuevo los padres... parece que son un engranaje central en toda la presión social que conduce a convertir algo sencillo logísticamente en algo complicado y causa de intranquilidad, frustración y dolor.

Pero no sólo los padres. Los propios retrones también transmiten y perpetúan la presión que ellos mismos sufren. El cliente que vemos en el vídeo dice lo siguiente después de la sesión:

Entrevistador: ¿Alguno de tus amigos utiliza este servicio?

Cliente: Ahora mismo no. Creo que esto... Aunque expliques a alguien que esta clase de servicio existe, muchos dudarían en utilizarlo. Incluso cuando se lo cuento a mis amigos, ninguno lo usaría. Supongo que, al fin y al cabo, la gente no se siente cómoda con estas cosas. No importa cuántas veces les explique la clase de cuidadoras que se dedican a esto y cómo hacen las cosas, aun así se niegan a recibir estos servicios.

Otro punto que me mueve a la reflexión es lo que menciona la asistente también después de la sesión:

“Normalmente me encargo de ellos durante 30 minutos. Llego, me preparo, les doy la comida, tragan, y eso es todo. Adiós. Es como un vacío muy fuerte. Creo que nuestros clientes anhelan algo que involucra más sentimientos. Algo que no es solo cuidar de ellos, ¿sabes? Es difícil de explicar”.

En efecto, y como ya comenté en este blog en otro contexto, creo que lo que los humanos anhelamos fundamentalmente es el cariño y el amor de nuestros congéneres. La satisfacción de una necesidad física como la comida es muy necesaria y muy bienvenida, pero no suele ser suficiente.

En cualquier caso, me alegra que una empresa con este tipo de principios no sólo esté visibilizando el asunto (algo muy necesario en este tema como en otros), sino también haciendo dinero con ello. ¡Cuánto aire fresco y qué gran nicho de negocio aquel que deja libre la pacatería cuando se retira a sus catacumbas! Y mucho mejor si la gente que lo llena dice cosas como éstas:

“[...] la asistencia alimentaria que proporcionamos es para complacer necesidades fundamentales. Es lo mismo que encargarse de otras necesidades humanas como la incontinencia. Todos los humanos tienen necesidades alimentarias. Las personas ”normales“ puede ocuparse de esas necesidades por ellos mismos, de diferentes maneras. Pero nuestros clientes sufren impedimentos físicos. Por ejemplo, sus manos o sus piernas están paralizadas y no pueden moverse con libertad. No tienen la capacidad de saciar esas necesidades ellos mismos. Para mí es una especie de deber. Llevaba mucho tiempo trabajando con gente discapacitada cuando un día me topé con estos casos de casualidad. Cuando lo descubrí, sentí que tenía que hacer algo al respecto. Al mismo tiempo, es una pena que la única manera que tienen los discapacitados de saciar estas necesidades sea a través de estos servicios. Todos tenemos instintos alimentarios. Es algo natural en los humanos. Simplemente espero poder ayudar a mis clientes a liberar algunos de esos impulsos físicos acumulados”.

Finalmente, os dejo con el vídeo. Me parece que he explicado más o menos bien lo que podréis ver en él, salvo alguna cosa. No me da tiempo ahora a retocar todo el texto anterior, pero os he dejado indicado en cursiva donde podrían estar los errores.

Importante: abajo, a la derecha, tenéis un botón para poner subtítulos en español.

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No nos gusta la palabra “discapacitado”. Preferimos retrón, que recuerda a retarded en inglés, o a “retroceder”. La elegimos para hacer énfasis en que nos importa más que nos den lo que nos deben que el nombre con el que nos llamen.

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