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Catedrático de instituto: “Los pedagogos han destruido la enseñanza”

Catedrático de instituto: "Los pedagogos han destruido la enseñanza"

EFE

Madrid —

Mostrar que la pedagogía es “un lenguaje sin contenido, una jerga y no una ciencia” y que nadie se convierte en un buen docente leyendo sobre esta materia es lo que intenta demostrar en su último libro el catedrático de instituto Ricardo Moreno, quien concluye: “Los pedagogos han destruido la enseñanza”.

Desde su experiencia como licenciado en Matemáticas, doctor en Filosofía, profesor asociado en la facultad de Matemáticas de la Universidad Complutense de Madrid y catedrático de instituto hasta su jubilación, dice en una entrevista a Efe que en la educación, frente a lo que sostienen los pedagogos, no debe faltar el esfuerzo, las notas o las reválidas.

Ricardo Moreno (Madrid, 1950) recoge en su nueva obra “La conjura de los ignorantes. De cómo los pedagogos han destruido la enseñanza” (Pasos Perdidos) una serie de textos pedagógicos y “les da la vuelta” para demostrar que “usan muchas palabras para decir cosas triviales o que no significan nada, buscando un lenguaje deliberadamente críptico para tener un aspecto científico que no tienen”.

“Convertirse en un buen profesor es una cuestión de buen sentido, de amar su materia, de ser capaz de ponerse en el lugar del alumno y no tiene nada que ver con el discurso de los pedagogos”, afirma.

En su libro señala como un ejemplo de “disparate” el que un catedrático de Pedagogía pueda criticar que “en la escuela se mande callar en clase de Lengua”.

Autor también de “Panfleto antipedagógico” y “De la buena y la mala educación”, Moreno rechaza que se asegure que todo alumno tiene derecho al éxito porque, a su juicio, el derecho será “a un buen sistema educativo o a una buena escuela”, pero luego cada estudiante tiene que estudiar.

“Es como decir que tengo derecho al éxito en la salud en el sentido de tener un sistema sanitario que me atienda cuando luego no hago caso a lo que me dice el médico”, argumenta.

Tampoco está de acuerdo con que el esfuerzo sea “algo reaccionario”, ya que enfatiza que estudiar es “una obligación”.

La escuela como un mundo en el que “todos están motivados y contentos” no es real -continúa- y es “más sano” decir al escolar que tiene la obligación de estudiar como sus padres de trabajar.

En cuanto al profesor y amigo que defienden también los pedagogos, declara que una vez que entras en clase “debes guardar una equidistancia” porque un buen profesor debe volcarse más en los alumnos con dificultades que en aquellos que le caigan mejor.

Califica de “estupidez” hablar de la diversidad del alumnado ya que “a todos por igual les viene mejor las explicaciones pausadas, claras y empezar por los ejercicios fáciles antes que por los difíciles”.

Moreno subraya que no “no hay más remedio que poner notas” y que si un alumno no estudia, saca un cero y se siente frustrado se le pasará si estudia y aprueba.

Ve las reválidas o exámenes externos al centro y homogéneos como “indispensables” porque de lo contrario muchos chicos “aprueban casi por dar la lata al profesor”; “si sabe que va a tener que rendir ante un examen que corrige alguien que no le conoce se lo tomará más en serio”, sostiene.

Moreno reconoce que solo ha leído “en diagonal” el borrador del Libro Blanco sobre la Profesión Docente que ha entregado el pedagogo José Antonio Marina al Ministerio de Educación, pero afirma que echa en falta que se aporten “soluciones concretas”.

Por ejemplo, Moreno es partidario de que el bachillerato dure tres años y que la enseñanza común anterior sea más corta porque no ve prudente “tener a los chicos hasta los 16 años contra su voluntad solo para que se titulen”.

Consciente de las críticas que recibe -“que soy un tradicional, un nostálgico”-, responde que cuando daba clase conseguía “niveles de aprobado buenísimos”.

Ricardo Moreno añade con humor que cuando un alumno “no estaba motivado para estudiar” le preguntaba que si en su casa solo había comida cuando sus padres estaban motivados para prepararla. Pilar R. Veiga.

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