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Crisis paralelas

Luz Sanchis

Nery llegó a España en 2006, un día después de Navidad, procedente de Paraguay. Solo le costó otros dos encontrar trabajo. Lo primero que hizo en Madrid para ganarse la vida fue cuidar a una anciana. La que sería su siguiente empleadora acababa por entonces de entrar en plantilla en su empresa. Después de seis años encadenando contratos temporales –llegó a firmarlos de dos días–, aparecieron unos ingresos regulares, dos pagas extra y el mes de vacaciones asegurado.

El contrato indefinido supuso seguir con la misma jornada interminable, a la que se sumaron viajes cortos y temporadas de varios días fuera de casa. Tener interna siempre le había parecido un lujo, pero necesitaba que otra persona cuidara a su hija de 5 años para que ella pudiera seguir trabajando en un oficio caótico en el que ni es fácil salir pronto ni suele estar bien visto por los jefes.

Los bancos del parque son la mejor agencia de colocación para las empleadas de hogar. A través de una tercera persona, las dos mujeres entraron en contacto en septiembre de 2008. El pacto consistió en vivir en casa pero trabajar solo desde que la niña saliera del colegio hasta que su madre llegara del trabajo, normalmente entre las once y la una de la madrugada. El acuerdo de 600 euros y vacaciones pagadas fue verbal porque Nery no tenía papeles. Eso no impidió que enseguida encontrase otras dos casas para limpiar por las mañanas.

A partir de las cinco recogía a la niña del colegio, la atendía mientras daba un repaso a la casa, la bañaba y le daba la cena. En caso de fiebre o de que la madre trabajase en fin de semana, las soluciones se buscaban sobre la marcha.

Nery sabía perfectamente cuidar de una niña porque había dejado dos en Paraguay, de 9 y 7 años. Su jefa destinaba entonces un tercio de su sueldo para pagar el de ella, quien rápidamente lo enviaba a su hermano para que a sus hijas no les faltara lo necesario. Poco después el Gobierno permitió a los inmigrantes que tuvieran una oferta de trabajo solicitar su regularización por arraigo. Nery empezó a acumular documentos, certificados de penales y ofertas firmadas por sus empleadores. La niña y ella pasaban a veces la tarde en alguna cola del Ministerio del Interior.

No le dio tiempo a presentarlos. El 3 de febrero de 2009 entró en el locutorio del barrio para llamar a sus hijas y cuando salió de la cabina se encontró a un policía que le pidió la documentación. Aunque el ministro de Interior negaba por entonces que se estuvieran produciendo las identificaciones selectivas de extranjeros, ella y medio locutorio pasaron la noche en un calabozo de Aluche. Salió asustada, repitiendo que en su país nunca había visto uno de cerca y con una amenaza de expulsión.

Nadie sabe por qué, pero no se supo más de la deportación y sus papeles acabaron tramitándose. En mayo de 2009 llegó el permiso para residir en España otro año y se acabó el miedo a la Policía cuando iba por la calle. Desde 2006 hasta entonces, el sueldo de su jefa había ido aumentando y el de ella también, así que soñaba con traerse a sus hijas.

Una tarde de mayo de 2009, la mujer para la que trabajaba llegó a casa contando que la habían despedido. Ya no necesitaba una interna ni podía pagarla pero que Nery dejase de cotizar como empleada de hogar ponía en peligro renovar los papeles. Los contratos se mantuvieron pero cada vez por menos horas. Ambas tenían la esperanza de que fuera algo pasajero. De 40 horas mensuales pasó a uno de 32, y de 32 a uno de 8. Al principio ella cotizaba en el régimen especial de empleadas de hogar. Con el cambio de ley, sus tres empleadores la dieron de alta en la Seguridad Social y pagaron en función de las horas de trabajo.

El paro de su jefa duró nueve meses. Convertida en autónoma, alternó las temporadas de ingresos con la sequía total. Los contratos de Nery se iban adaptando a la situación. Aun así consiguió alquilar un piso compartido y traer a sus hijas. El pluriempleo la llevó a trabajar durante siete meses como ayudante de cocina en una cadena de tabernas con continuos cambios de turno. La primera baja fue por diez días. Se cortó la mano con un cristal y la presionaron para que pidiera el alta. La siguiente sería por un tumor en la tiroides que necesitó cirugía y radioterapia. Después ya no le renovaron el contrato.

Ahora sigue limpiando por menos horas y el resto del trabajo lo hace en el salón de su casa. Allí cose porque es modista y también corta y tiñe porque estudió peluquería. A veces sus hijas y ellas se tiran todo un sábado enrollando carteles y metiéndolos en bolsas. Si consigues hacer 4.000 paquetitos, te dan 60 euros. Entre eso, las casas y las dos habitaciones realquiladas de su piso, ha ido tirando. Gana unos 800 euros y duerme en la misma habitación que sus hijas, pero no quiere volverse a Paraguay por ellas y porque su tratamiento no ha terminado. Tampoco tiene deudas ni grandes ahorros. Solo para tres billetes de avión por si no queda otro remedio que volver.

Su jefa se dio el gusto de pasar la Navidad de hace cinco años en Punta Cana. A Nery le cambia la cara cuando recuerda cuatro días de camping en Valencia en los que sus hijas no salieron del agua. Mientras Nery plancha, a veces hablan de eso y de lo mucho que ha cambiado este país desde que ella llegó.

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