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La España del futuro: horizontal, transversal y poliárquica

El Congreso cierra un año de Gobierno con más leyes bloqueadas que aprobadas, algunas desde hace más de diez meses

Antón Losada

No se puede aventurar qué será de España como Estado durante los próximos 25 años sin hablar de la Europa que veremos construir a lo largo de ese período. Aunque buena parte de nuestra élite política, mediática o financiera siga pensando que se puede decir una cosa en Bruselas y hacer otra distinta en Madrid, o que lo verdaderamente importante se decide en los despachos y algunos palcos deportivos de la capital, hace tiempo que la soberanía que todos enarbolan como si les perteneciera comenzó un éxodo sin retorno hacia las instituciones Comunitarias. Situado en ese contexto de un Parlamento Europeo cada vez más reforzado, o viejos Estados nación cediendo soberanía monetaria, presupuestaria o incluso militar a una Unión que se edifica sobre el principio de subsidiariedad o diseños como la Europa de las Regiones, nuestro carpetovetónico debate sobre la indivisibilidad de la soberanía nacional resuena a un idioma tan antiguo como inútil y perdido.

La Europa que viene mutará inexorablemente horizontal, transversal y poliárquica. En ella el poder se compartirá aún más y las decisiones se producirán a través de complejos procesos de conflicto, negociación y compromiso. Empeñarse en reconstruir una España jerárquica y radial, con un punto central de mando y control, que tutela y vigila al resto de los cuerpos y administraciones del Estado encaramado a esa verticalidad, supone simplemente ir contra la historia.

La España vertical no representa sólo un artefacto ineficiente. También encarna una antigualla que multiplica los problemas para gestionar la complejidad de un mundo y una economía interdependientes. Dentro de 25 años España deberá ser como esa Europa donde necesita y pretende construir un futuro de igualdad y bienestar o no será. Habrá de ser una España construida en red, horizontal, transversal y poliárquica, o será un fracaso.

En esa Europa inminente la soberanía habita en el acuerdo de ciudadanos y naciones. No puede residir en un soberano, una única nación o un pueblo europeo inexistentes. El poder nace del pacto y el acuerdo entre las naciones y ciudadanías Comunitarias y la soberanía se conformará sobre la voluntad de llegar a acuerdos y funcionar por medio del compromiso entre iguales. No se alarmen. Hace unas cuantas décadas, los USA resolvieron de una manera similar su problema conceptual con la soberanía popular y la soberanía de los estados miembros y no les ha ido del todo mal. De hecho, más de la mitad de la población mundial vive y más de la mitad del PIB mundial se produce en estados federales y nadie sufre los ataques de pánico que parecen producirse en España cada vez que alguien invoca el federalismo o cualquier solución parecida.

En las próximas dos décadas veremos el final de los gobiernos nacionales europeos tal y cómo los conocimos. El gobierno de la España en horizontal que viene necesariamente habrá de superar la vieja idea de un centro jerárquico, depositario de más o menos formales poderes de tutelaje sobre las restantes administraciones y armado con los palos de las leyes estatales y las zanahorias presupuestarias. Deberá aprender a asumir y atender la demanda de un sistema más innovador y flexible, gestionado a través de un gobierno multinivel que funciona por coordinación no jerárquica, maximiza la autonomía política y aprovecha las oportunidades de integración entre las diferentes naciones e intereses en una serie de objetivos comunes. Un gobierno compartido con voluntad de cooperar y respetar el autogobierno. Un gobierno multinivel dotado de incentivos para asegurar la lealtad y potenciar una voluntad común, para impedir que un ejecutivo central socave el poder y la capacidad de decisión de las naciones integrantes, o que éstas prioricen estrategias oportunistas, desleales o no cooperativas. Pero también deberá ser un gobierno multinivel que permita y aliente la competencia entre naciones y regiones diferentes con necesidades, prioridades y oportunidades diferentes.

El “Federalismo competitivo” siempre ha tenido entre nosotros peor fama que el llamado “Federalismo cooperativo”. Esa diferencia se explica más en razón de prejuicios ideológicos que por los resultados de funcionamiento de ambos modelos. Es más, mientras en España muchos aún experimentan la necesidad de añadir “cooperativo” como coartada cada vez que dicen “federalismo”, estados federales de referencia como USA o Alemania hace tiempo que avanzan hacia un modelo competitivo, capaz de corregir las desviaciones centralizadoras o coactivas del poder federal dominante que fundamenta los modelos cooperativos.

No se trata de caminar hacia formulas ya superadas de modelos duales sino de establecer ámbitos claros de responsabilidad y decisión, donde los diferentes Estados y administraciones puedan ofrecer soluciones políticas heterogéneas, diversas, plurales y sobre todo competitivas. La cooperación y los compromisos nacen así de la competencia entre políticas diferentes con diferentes grados de éxito, se rige por el principio de subsidiariedad y articula un sistema de reparto fiscal que, partiendo de un mínimo común, asigna recompensas y responsabilidades.

El estado español habrá de cambiar. Lo mismo habrá de hacer la propia idea de Nación. En nuestro presente de identidades plurales y compartidas va abriendo su camino una redefinición más democrática y pluralista de la idea de nación como unidad en la diversidad. Las naciones no están ahí fuera esperando a ser descubiertas, ni siquiera a ser defendidas, mucho menos a ser adjudicadas en monopolio. En el mundo migrante y global del siglo XXI las naciones resultarán de procesos de construcción permanentemente en un diálogo abierto y plural. La vieja fórmula Estado-nación enfila el camino de la historia o resiste en la nostalgia del pensamiento más reactivo. Su lugar está siendo ocupado por nuevos espacios nacionales, construidos sobre la voluntad de armar objetivos e identidades comunes y comprometerse a través de procesos de decisión a veces competitivos, a veces cooperativos, donde todos los nacionales puedan aprovechar sus oportunidades y ver realizadas sus aspiraciones.

El presidente o presidenta de la España de dentro de 25 años ya no podrá ejercer su cargo convencido de hallarse en la cima de la pirámide del Estado o en lo más alto de la cadena alimentaria del poder. Tendrá que acostumbrase a gestionar su responsabilidad por el funcionamiento de un sistema orgánico vivo y evolutivo, que se integra y aprende en un entorno que no deja de cambiar. Un Estado español que serán instituciones y reglas, pero también una suma de ideas y creencias compartidas a fuerza de conflictos y compromisos.

La capacidad o incapacidad para afrontar el reto del aplanamiento de esta España jerárquica, radial y vertical, para evolucionar hacia una concepción y un diseño horizontal y multicéntrico, dictará si España sobrevive o no a las próximas décadas de formidables cambios y transformaciones que nos aguardan; nos gusten o no.

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