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El Jubileo de Francisco, un mensaje global de misericordia, perdón y justicia

El Jubileo de Francisco, un mensaje global de misericordia, perdón y justicia

EFE

Ciudad del Vaticano —

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La misericordia ha sido el tema central del Año Santo de Francisco, un tiempo dedicado al perdón y a la justicia social en el mundo y en el que el papa ha dado voz y aliento a los más desfavorecidos de la sociedad.

Una de las principales características de este Año Santo Extraordinario, que concluye hoy, es su aspecto global, que responde al deseo del papa de impulsar “el tiempo del Gran Perdón” por todos los rincones del planeta y descentralizarlo de Roma.

Por esa razón inauguró el Jubileo una semana antes de su inicio oficial al abrir la primera Puerta Santa, símbolo de indulgencia, en Bangui, la capital de un país, República Centroafricana, alejado de la Santa Sede y martirizado por numerosos y cruentos conflictos.

El gesto que el papa realizó en el corazón de África se repitió en muchos lugares del planeta, ya que por primera vez santuarios, catedrales o simples iglesias abrieron sus propia Puertas para ofrecer a sus fieles indulgencia sin necesidad de peregrinar a Roma.

En esta línea, la de generalizar el perdón, Francisco envió a más de mil sacerdotes, conocidos como “misioneros de la misericordia”, a recorrer las diócesis del mundo y absolver los pecados de la gente, incluso los considerados más graves como el aborto.

El Jubileo del papa ha estado respaldado además por el recuerdo de importantes figuras de la Iglesia católica, como el Padre Pío o San Leopoldo Mandic, cuyos restos mortales fueron expuestos en la basílica de San Pedro, pero también de la madre Teresa de Calcuta.

La religiosa fue canonizada en septiembre por el propio papa Francisco, quien la calificó de “modelo de santidad” e “incansable trabajadora de la misericordia” a favor de “la vida humana, tanto la no nacida, como la abandonada y descartada”.

Bergoglio también ha encarnado en muchos casos la misericordia, tanto con sus acciones como con sus continuos y vehementes llamamientos a favor de los últimos de la sociedad.

Ha presidido celebraciones jubilares dedicadas a los inmigrantes, a las familias, al propio clero y la Curia, a enfermos y discapacitados, a los jóvenes y a los encarcelados e impulsó la vigilia “para secar las lágrimas” y dar aliento a quien sufre.

Además ha visitado una vez al mes y sin previo anuncio instalaciones dedicadas a la acogida de ancianos, personas con problemas mentales o en estado vegetal, drogadictos, refugiados, niños enfermos o curas que colgaron los hábitos.

En este tiempo ha expresado su esperanza por los jóvenes, les ha instado a “levantarse del sofá” y construir un futuro mejor y sorprendió al personarse en la plaza de San Pedro para confesar a algunos adolescentes como cualquier otro cura.

Otro fenómeno central en el Jubileo de Francisco ha sido el drama de la inmigración, una atención que contrasta con la gestión del flujo de refugiados por parte de la Unión Europea, con países que alzan verjas e incumplidos programas de reubicación.

Continuos han sido sus llamamientos a acoger a quien huye de la guerra y él mismo se arrodilló de manera simbólica ante doce inmigrantes para lavar sus pies en Jueves Santo, emulando a Jesús de Nazaret en la Última Cena con los apóstoles.

Pero la postura del pontífice ante la inmigración, a lo que ha dedicado un dicasterio, no se ha quedado en meros gestos sino que visitó la isla griega de Lesbos y regresó acompañado por diez refugiados, a los que ha dado amparo.

Este Jubileo también ha dedicado un espacio a las cárceles y, por ello, el papa recibió en San Pedro a mil presos de todo el mundo y reclamó a los Gobiernos del planeta “un acto de clemencia”, lo que se tradujo en el indulto de 787 presos en Cuba.

El Año Santo quedará documentado por las numerosas homilías, catequesis y discursos del papa pero también por su primer libro, titulado “El nombre de Dios es misericordia” y estructurado como una conversación con el periodista italiano Andrea Tornielli.

Francisco también publicó en este tiempo su exhortación apostólica postsinodal “Amoris Laetitia”, con la que anima a las familias cristianas a ser signos de cercanía “ahí donde la vida familiar no se realiza perfectamente, con paz y alegría”.

Entre sus páginas, últimamente discutidas por cuatro cardenales, el pontífice recomienda acompañar hacia los sacramentos a aquellas familias “irregulares”, como los divorciados vueltos a casar, lo que se interpretó como un signo de apertura.

Por otro lado, Francisco también ha dejado de manifiesto su deseo de avanzar hacia la unidad de los cristianos, y así lo ha defendido ante autoridades luteranas, anglicanas, ortodoxas o armenias tanto en Roma como en sus viajes al extranjero.

Ha sido, en definitiva, un año para pedir perdón, una palabra que el papa ha ofrecido al mundo por los escándalos de filtraciones en el Vaticano, a los indígenas americanos y que clamó a Dios por los horrores cometidos en el campo de concentración de Auschwitz.

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