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Vida de vertedero, la lucha entre desechos por un salario de subsistencia

Vida de vertedero, la lucha entre desechos por un salario de subsistencia

EFE

México —

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Un océano de desechos que recibe 1.200 toneladas diarias y que está al límite de su capacidad es el medio de vida de cientos de hombres y mujeres que luchan día a día por ganar, con suerte, entre 4 y 5 dólares en uno de los basureros más grandes del centro de México.

En las 30 hectáreas del Neza III, en el municipio de Nezahualcóyotl del Estado de México, los pepenadores (buscadores en la basura) trabajan de sol a sol, sin apenas darse un respiro para separar una amplia variedad de residuos urbanos.

Julia Ginés tiene 42 años, es abuela y lleva 14 años viviendo del vertedero. Entre grandes sacos donde clasifican el material reciclado juegan dos de sus nietos, que no levantan más de un metro y que hoy no tienen escuela al ser vacaciones de Semana Santa.

“Aquí uno trabaja lo que uno quiere ganar, porque si no trabajas, no ganas”, explica a Efe la mujer, que a la semana acostumbra a sacar entre 500 y 600 pesos (27 y 32 dólares) en una faena, completamente informal, en la que se expone a varios peligros.

“Nos picamos con agujas, con clavos. Casi seguido nos vamos picando o cortando. Y nos curamos solitos”, añade Julia, quien trabaja con las manos descubiertas.

Su historia es similar a la de tantos otros recolectores que han hecho de este paisaje casi apocalíptico, donde abundan los pájaros y las manadas de perros, su 'modus vivendi'.

La miseria, la falta de estudios y empezar una familia siendo casi adolescente la empujó al vertedero, una fuente dura pero inagotable de trabajo.

Remedios tiene 52 años y dos décadas en el basurero, donde también trabaja su esposo y varios de sus hijos. Con una velocidad pasmosa, y mientras le cruzan varios escarabajos por los pies, separa el plástico del vidrio, cartón, tetra o PET, este último el que mejor se paga a 3 pesos el kilo.

“Hasta tarántulas han llegado a venir, pero lo que abunda acá son las ratas y las cucarachas. Hasta hay una rata que se puso con los pepenadores, y anda conviviendo”, dice impasible y medio en broma esta madre de cuatro hijos y seis nietos.

El más pequeño, Juan César, de 17 años, les ayuda hoy que no tiene instituto. “Lo importante es traer el pan a casa”, dice el joven, risueño y algo tímido, que aspira a llegar a la universidad y obtener una licenciatura “buena” y un trabajo “fijo”.

En este lugar, destino de todo aquello que la humanidad despreció, sorprende el buen talante. La filosofía con la que los recolectores realizan su faena por un salario irregular que, a menudo, apenas les da para llegar al salario mínimo mexicano, de 80,04 pesos al día (4,25 dólares), uno de los más bajos de América Latina.

“Es un trabajo cansado, pero yo digo que todo cansa. Hasta de estar sentado se cansa uno. (...) Para qué estar triste, si todos tenemos que trabajar”, reflexiona Remedios.

Subida a una montañita de residuos orgánicos, Julia hunde sus manos desnudas entre comida putrefacta, localizando unas pocas bolsas de plástico. “El olor ya ni lo sentimos”, reconoce enfundada en unas botas, su única protección.

Este vertedero a cielo abierto, ubicado en la zona Bordo de Xochiaca, hoy atiende solo los residuos de la localidad, pero antaño, cuando los sectores Neza I y II todavía no se habían clausurado, recibió durante 30 años parte de los desechos de la Ciudad de México, una de las urbes más grandes del mundo.

“Su manejo es complicado, porque recibir tantísima basura, diariamente, sin pausa, requiere gran cantidad de infraestructura y personal”, cuenta el coordinador de Manejo de Residuos de Nezahualcóyotl, Gualberto Guerrero.

El sistema es mixto, con camiones municipales y motos con un remolque con el que los sindicatos hacen la recogida.

Hasta hace poco, eran caballos los que hacían esta tarea, pero la autoridad incentivó el cambio tras varias denuncias de maltrato animal.

En este enorme espacio todavía quedan centenares de chozas donde dormían estos animales y son a menudo confundidos por asentamientos irregulares de personas, aseguran desde los sindicatos.

Además de ello, desde el municipio se incentivan programas de separación de materiales orgánicos.

Al Neza III se le calcula una vida útil de dos o tres años, pero hasta entonces las uniones de recolectores son una pieza fundamental de este vertedero.

Manuel Domínguez, secretario general de la Unión de Recolectores de Basura y No Asalariados (Urbyna), representa unas 300 personas y defiende su labor.

“Es un trabajo que vale la pena (...), aunque sea un poco cansado. Si no hay un lugar donde trabajar, ni un estudio, que venga lo que sea con el fin de salir adelante”, apunta.

Dice que de noche el vertedero no duerme, pues se realizan guardias para evitar deflagraciones que, a veces, se dan espontáneamente por la acumulación de gases.

Con orgullo, el representante asegura que la labor que llevan a cabo es imprescindible para la subsistencia de las ciudades.

“Es un trabajo digno, no denigra a nadie porque es trabajo. Y todos tenemos que hacerlo de alguna manera, porque la basura nosotros la traemos, no la hacemos, la hace el pueblo”, zanja.

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