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Opinión - Vivir sobre un polvorín. Por Rosa María Artal

“Durante años fui violado más de doscientas veces por un cura”

Daniel Pittet, en la presentación de su libro. / J.B

Jesús Bastante

Entre 1968 y 1972, Daniel Pittet fue violado más de doscientas veces por Joël Allaz, fraile capuchino que daba misas en la catedral de Friburgo (Alemania). Sufrió abusos desde los 8 a los 11 años, hasta que una tía abuela se dio cuenta de lo que pasaba y le impidió volver a verle. “Cuando fui a despedirme, me violó otra vez, y luego me dijo: 'Ya te puedes ir, ya no te necesito'”. Daniel tenía entonces 11 años.

44 años después, este bibliotecario, casado y con seis hijas, volvió a encontrarse con su monstruo. Le perdono, padre (Mensajero) son las memorias de Pittet y, al tiempo, una llamada de atención sobre la actuación de la Iglesia ante la pederastia. El propio Francisco, impactado por el testimonio, escribió el prólogo de la obra, donde califica de “sacrificio diabólico” la actitud de los curas pederastas.

“Logré reunirme con el hombre que me hirió en lo más profundo, y le tendí la mano, y le dije que le perdonaba. El perdón me ha hecho libre”, afirma Pittet en esta entrevista. “Muchas personas no consiguen comprender que no le odie. Le he perdonado y he construido mi vida sobre este perdón”, añade, aunque deja bien a las claras que la Iglesia “ya no puede mirar hacia otro lado”.

En el caso de Joël Allaz, durante décadas, se hizo la visto gorda: al menos otros 150 niños sufrieron los abusos de este depredador que hoy, anciano y condenado por la Iglesia, aceptó dar su testimonio en el libro de su víctima, aunque sigue sin entender por qué, durante décadas, hizo lo que hizo. “Arrastraré este peso hasta mi muerte”, dice al final del libro.

En este libro cuenta su historia de abusos, su proceso de reconstrucción personal y de reconciliación con la Iglesia. ¿Por qué?

Había preparado el manuscrito hace tiempo con la idea de que fuera un “testamento” para mis hijos. Conté con la ayuda de Michelline, una amiga, para preparar el texto. Tuve la suerte de que el Papa Francisco supiera mi historia, y me pidió traducirlo al castellano, y él escribiría el prólogo.

¿Sus hijos sabían algo de su experiencia antes del libro?

Sí, había hablado del tema con ellos porque me preocupaba que pudieran sufrir abusos. Les expliqué que su sexo era algo suyo, que nadie debía tocar, y que si alguien intervenía tenían que decírselo a los padres, porque era algo contrario a la ley.

Llega un momento que, siendo un niño (con 11 años), dice “no” a seguir siendo abusado

Era monaguillo en la catedral de Friburgo, ayudaba a la misa. Y un día, uno de los sacerdotes que iba allí a celebrar, un fraile capuchino (Joël Allaz), me dijo que en su convento tenían un mirlo que hablaba, y, por curiosidad, fui a verlo. Esa fue la primera vez que me violó. Durante cuatro años fui violado en repetidas ocasiones, calculo que unas doscientas. Pero aunque hubiera sido una sola vez ya es suficientemente terrible.

Mi vida se detuvo entre los 8 y los 11 años. Fue el periodo más triste de mi vida. Lo único que recuerdo es que me quería morir. El día de la Asunción de la Virgen, 15 de agosto de 1971, estaba en la iglesia y este padre estaba predicando. La gente estaba muy conmovida, incluso algunos llorando. Ahí comprendí que en él convivían dos personas: un sacerdote que predicaba, que hacía que la gente se emocionara, y un cerdo que me iba a violar después. En ese momento me di cuenta de que era un enfermo y de que tenía que perdonarlo.

¿Qué sucedió para que acabaran los abusos?

Mi suerte fue que tenía una tía abuela que era religiosa, superiora de su congregación, con cierta influencia, y se dio cuenta de que algo no iba bien. Me preguntó por qué iba tanto a ver a ese sacerdote y no supe qué responder. Ella lo adivinó sin que yo dijera una palabra. Y me dijo que no iría más a verlo y que se lo dijera. Fui a verle, le dije que no me permitían verle más... y él me violó otra vez. Y después me dijo: puedes marcharte, ya no te necesito.

En el libro, insiste en que ha perdonado a Allaz. De hecho, que lo hizo ya siendo niño. ¿Se puede perdonar y seguir adelante, o las pesadillas continúan?

Perdonar es muy difícil. Yo perdoné con 11 años, pero nunca he olvidado. Llevaré este sufrimiento hasta la muerte. Recé mucho por este sacerdote y hace unos meses fui capaz de ir a verle, acompañado por mi obispo.

¿Cómo fue ese reencuentro, 44 años después?

Ocurrió el 12 de noviembre de 2016. Tengo la suerte de ser un hombre abierto y quería que en el libro estuviera el testimonio del abusador. Cuando me encontré con él, confirmé lo que pensaba a los 11 años. Era un enfermo, un manipulador, no había cambiado. Recordaba todo lo que me hizo sufrir, pero a la vez vi a un pobre hombre, sentí compasión de él. Le regalé una caja de chocolate, que sabía que le gustaba mucho. Le di un abrazo. Fue una experiencia fuerte.

Cuando lo vi, comprendí que había hecho bien en perdonarle siendo un niño. Este hombre era un enfermo, estaba muy destruido. Me sentí absolutamente libre, una persona en pie, frágil pero en pie. Sé que soy capaz de hablar con las víctimas y con los pederastas. Es muy importante ayudar a las víctimas, porque la mayoría no se atreven a hablar, y el silencio mata. Yo estuve 20 años con ayuda terapéutica, con ayudas psiquiátricas, depresiones, intentos de suicidio, con distintos tipos de medicación.... No es posible salir solo de una cosa como esto. Se necesita encontrar a alguien que te crea y en quien puedas confiar.

¿Por qué la pederastia en la Iglesia?

Lamentablemente, siempre habrá pederastia. Es una realidad que está en el mundo, no solo en la Iglesia. Yo tuve la desgracia de encontrarme con un sacerdote que abusó de mí, pero también la fortuna de conocer a cien sacerdotes que me ayudaron a levantarme. 

Durante años, la dinámica de la Iglesia ha sido victimizar doblemente al niño abusado, pidiéndole que no denunciara, y “lavar los trapos sucios” cambiando de destino al pedrasta. ¿Eso lo vivió? ¿Eso está cambiando?

Sí. He vivido esto en mis carnes. La primera vez que denuncié a esta persona no lo hice por mis abusos, sino porque con 29 años conocí a Thibeut, un niño que había sido violado por el mismo sacerdote que abusó de mí. Fui a hablar con los superiores del fraile, que me dijeron que iban a poner fin a esto.

Años después descubrí que simplemente lo habían trasladado a Grenoble, y allí seguía violando a niños. Afortunadamente esto está cambiando. Tanto Benedicto XVI como Francisco han cambiado esta línea y apostado por la tolerancia cero. Aunque los delitos hayan prescrito por la vía civil, este tipo de conductas siguen siendo perseguibles en la ley canónica, aunque hayan pasado muchos años.

Después del encuentro con él, descubrimos que este religioso, que había abusado de mí y de 150 niños, nunca fue denunciado a Roma. El libro ha contribuido a que en Suiza las comunidades religiosas hayan llegado a un acuerdo para realizar una investigación sobre abusos en el clero o en los colegios religiosos. Apenas nadie ha presentado denuncias. Desgraciadamente, en este tipo de abusos la gente siente tanta vergüenza que se lo guarda para sí. Estoy seguro de que en España hay millones de personas que han sido violadas. Pienso mucho en ellas. Su sufrimiento es el mío. Espero que algún día tengan el coraje de hablar.

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