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“La mayoría de agresores machistas vienen a terapia con rechazo, no quieren estar aquí”

Luisa Nieto, coordinadora del programa de intervención de la Fundación Aspacia para hombres que ejercen la violencia.

Sofía Pérez Mendoza

La psicóloga Luisa Nieto se formó para tratar a las víctimas de la violencia machista, pero quiso saber qué ocurre al otro lado. Trabaja desde hace cuatro años en la Fundación Aspacia para identificar lo que pasa por la cabeza de los agresores cuando levantan la voz (y la mano) para humillar, insultar y agredir a las mujeres que dicen querer. Se sienta cada semana a dialogar con los responsables de hacer sangrar con cada golpe a una sociedad desigual que da cobijo a su conducta machista.

La terapeuta es consciente de que la intervención psicosocial de los maltratadores sigue provocando rechazo y por eso insiste en que, sea cual sea la cara de la moneda con la que se trabaja, el objetivo es siempre el mismo: moverse más para erradicar el problema y proteger a las víctimas.

¿A qué personas está dirigido el programa de terapia?

El programa se dirige a hombres agresores condenados y la terapia sustituye a la pena privativa de libertad si es inferior a dos años y los maltratadores no tienen antecedentes penales. Por tanto, todos vienen obligados porque es una medida dictada por la justicia, y a los jueces y juezas tenemos que remitir el informe final que acredita cómo se ha desarrollado la intervención psicológica.

¿Con qué actitud llegan los hombres a la primera sesión?

El mayor porcentaje viene con un gran rechazo porque no quieren estar aquí. Dicen que vienen a cumplir y desean que se acabe lo antes posible. Incluso proponen comprimir al máximo los días de terapia viniendo, por ejemplo, todos los días para finalizarla en un mes. Siempre culpan de lo que les pasa y de sus actitudes a factores externos: a su pareja, a la justicia, a la policía... Es como decir: “todos son responsables menos yo”.

Es muy difícil ganarse con ellos esa alianza terapéutica, esa confianza que con cualquier otro paciente que viene voluntariamente se da por hecha. Y ese es el primer paso para empezar a trabajar. La mejor forma de romper esa barrera es explicándoles que tú no estás para juzgarles, sino para ayudarles, para aportarles herramientas para tener un comportamiento alternativo al que ellos conocen. Es muy importante que no se sientan etiquetados.

¿Y es posible la rehabilitación en el periodo de tiempo que dura el tratamiento?

Todos los hombres experimentan una cierta evolución, algunos siempre más que otros y eso depende de muchos factores. Hay que tener en cuenta que lo que está en la base del problema es un sistema de creencias que los maltratadores han tenido muy arraigadas en décadas de vida.

A eso hay que sumar que reciben una estimulación externa que refuerza su machismo. Lo que aquí aprenden confronta con todo lo que ven fuera y la mochila que llevan cargando toda su vida. Esto les supone una lucha interna enorme porque sus actitudes están muy interiorizadas. El hecho de que se produzca una grieta dentro de ellos es una señal de que algo está empezando a cambiar, de que hay una evolución. Tener conciencia de que algo falla es el primer paso para reconocer el problema y modificar las conductas.

El objetivo es que aprendan a ser responsables de sus comportamientos. Al principio muchos niegan los hechos, y lo sé porque tengo delante la sentencia donde se explicita por qué están en esta terapia. Con el paso de las sesiones muchos consiguen reconocer y responsabilizarse de esos episodios de violencia (no siempre física), pero en este proceso entran en un montón de contradicciones que les provocan malestar y sufrimiento.

¿Hacen falta más recursos para trabajar con los agresores?

Las 25 sesiones casi siempre se quedan cortas. Es una crítica que hacemos al sistema. ¿Cómo cambias en tres o seis meses [en función de la periodicidad de las sesiones] la conducta de toda una vida? Por eso ningún informe es totalmente favorable. Después de terminar la grupal, solo tenemos dos consultas individuales de seguimiento y ya les perdemos la pista. Algunos siguen viniendo, pero ya de forma voluntaria.

Queda mucho por hacer. Socialmente no se percibe la necesidad y el mensaje no llega al Gobierno. No obstante, hace unos meses, el Ministerio de Sanidad nos reunió para implementar un programa ampliado para tratar a agresores sobre dos bases: trabajar con perspectiva de género y dar un enfoque más positivo a la terapia, basado en las nuevas masculinidades. Es decir, en otras formas de ser hombre que rompan con el rol de género que tienen tan asumido.

¿Por qué las sesiones en grupo?

Es muy interesante que se haga de forma grupal (de entre 8 y 13 personas) porque es positivo para los maltratadores estar en una comunidad de iguales. Llega un momento en la terapia en que unos se corrigen a otros, se generan debates... Las críticas por parte de iguales son mucho mejor recibidas y aceptadas. Les llega más el mensaje.

Por lo general, su masculinidad mal entendida les afecta en la expresión de emociones. No saben hacerlo de forma asertiva, solo agresiva o pasiva. Es su modo de relacionarse porque les falta inteligencia emocional. Y no solo le cuesta mucho hablar de emociones, sino también identificarlas. Por esta razón, trabajamos mucho las emociones para hacer resurgir algo que tienen totalmente apartado: no expresarlas es lo que la sociedad patriarcal espera de ellos.

Y no solo se trata de expresar, sino a aprender a gestionar. La ira, por ejemplo, es una emoción que todos sienten y que les descontrola. Para saber canalizarla es preciso que aprendan, además de a identificar que está provocada por una creencia machista y a veces distorsionada, a detectar alarmas y tener herramientas para salir de la situación a tiempo. Cortar con la tensión, irse a dar una vuelta, pensar, tranquilizarse.

¿Existe rechazo social a tratar psicológicamente a los maltratadores?

Sí, y no solo en la sociedad en general. También entre los propios profesionales de este campo. Sigue siendo impopular explicar que estamos dedicando tiempo y recursos a los verdugos. Es importante dejar claro que lo fundamental es la atención a las mujeres víctimas y los menores, lo que no excluye que abramos el foco para pensar que si no trabajamos con la otra cara de la moneda nunca vamos a erradicar el problema. Y eso no implica quitar recursos a las víctimas, es falso. Ellas siguen siendo la prioridad.

¿Es también una falsedad pensar que hay un perfil de agresor?

Es un mito muy extendido, además. Basta por entrar a una de mis sesiones para ver que en las sillas están sentados hombres desde los 18 a los 80 años de edad, de muy diverso nivel socioeconómico, más y menos formados, de diferentes países... El perfil de maltratador es el perfil de hombre machista, nada más. Es la única característica común que tienen todos los agresores.

Ellos saben que los golpes hacen daño y que los insultos duelen. Los emplean como correctivos cuando las actitudes de sus parejas se escapan a su control. Los agresores ejercen violencia si perciben que su estatus de poder se tambalea, si sienten la jerarquía en peligro. Después justifican sus comportamientos con todo tipo de excusas que no se sostienen: la impulsividad, los problemas del trabajo, el alcohol... Es más fácil culpar a un factor externo que asumir que son responsables de sus acciones.

Ningún programa político, salvo el de Podemos, incluye puntos relacionados con la intervención con maltratadores.

Es cierto que el programa de Podemos es uno de los que más medidas contiene en general. No obstante, creo que lo más importante es terminar con la sensación de impunidad y trabajar en la erradicación de la violencia cotidiana y constante. No solo la que ocupa los titulares. Conocemos los casos más flagrantes, los que acaban en asesinato, pero ¿dónde quedan todas las demás mujeres? Necesitamos muchos más recursos.

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