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Una casa para todos: el 'backstage' de la huelga escolar

Para hacer posible el 24O, Jaime ha reunido en su casa siete niños de su red más cercana

Elena Cabrera

El timbre de la casa de Jaime y Gabriela ha sonado este jueves a las nueve y cuarto de la mañana. Isabel traía aquí a sus hijas mellizas, de siete años, en lugar de llevarlas a la puerta del colegio. Este céntrico piso madrileño deja de ser el hogar de una familia de una pareja joven con su hija Lena, compañera de clase de las mellizas, y se convierte, sólo durante esta extraordinaria jornada de huelga en la educación, en uno de esos lugares de apoyo de los que los padres carecen en lo cotidiano.

Gabriela se va a trabajar y en la casa queda Jaime, que cinco minutos después abre de nuevo la puerta. Llega Ángel, de 8 años, acompañado de su madre. Jaime que trabaja en casa como escritor y periodista freelance, era la opción más “lógica”, en sus propias palabras, para dejar de trabajar hoy y organizar los cuidados de los siete niños que juegan y arman bulla como si no hubiera un mañana por el pasillo y las habitaciones de su casa. Fuera llueve. Los planes de Jaime se fueron al traste. “Mi idea era ir al parque pero no me ha acompañado el día y he tenido que improvisar”, explica. “No es nada complicado aunque es un poco estresante” admite, “pero lo más complejo de todo es alejarles de la tele porque lo fácil sería ponérsela y sentarme yo a trabajar en el ordenador, pero me da cargo de conciencia”.

En un vano intento de Jaime por introducir algún juego que les hiciera discurrir, el día ha comenzado con la propuesta de una partida a Nombre, País, Ciudad. Duró poco. De ahí pasaron a los experimentos en el cuarto de baño, donde estos aprendices de químicos inventaron fórmulas excéntricas mezclando jabones con champús y colonias. Quince minutos después la magia se esfumó y el cuarto de Lena se convirtió en discoteca. Jaime instaló las luces del árbol de Navidad para crear ambientación y les prestó un portátil para pinchar música con Spotify. El momento “Gangnam Style” rompió la pista y los niños parecieron de acuerdo, durante tres minutos, en moverse en el mismo sentido. Jugaron a ser dj, a una canción por turno, y pronto la sugerencia de Lena de pinchar ZZ Top quedó sepultada bajo los hitazos de One Direction y la banda sonora de “Violeta”. “Se cansan de todo a los 15 minutos, no parecen tener sentido de la imaginación, no juegan con juguetes ni muñecos, los utilizan para tirárselos pero no se inventan situaciones, historias...” cuenta Jaime, mas divertido que frustrado. Su casa es hoy una fiesta.

'Cohuelguing'

A las once y media llegan más niñas: Arancha, de 12, Valentina, de 7 y Eleonor, de 2 años. La madre de las dos primeras explica que la gente la miraba de manera extraña al caminar con sus hijas por la calle en hora de colegio. “Casi todos mis profesores consideran que la huelga es algo inútil y no quiero darles el gusto de que tengan razón” cuenta Arancha, que cursa 2º de la ESO y que hoy es la mayor de esta clase divertida y diversa. A esta niña creativa, interesada en el dibujo y la moda le preocupa, en lo que concierne a la reforma educativa, lo que pase con las artes: “yo creo que un 40% de los estudiantes cogen el Bachillerato de Artes y ahora se van a quedar sin él. Wert y otros muchos creen que lo importante son los matemáticos, los científicos y los abogados, y no hay sitio para bailarines, artistas o actores”.

Jaime tenía previsto cocinar junto a los niños y preparar entre todos la comida. Al final lo ve inviable, “no comeríamos nunca y ni cabemos en la cocina” y al final él se encierra a hacer nuggets caseros mientras todos los demás, de la más mayor a la más pequeña, juegan a las películas en el salón. A Valentina nadie le adivina su interpretación silenciosa de “Cuenta conmigo”.

“Mi clase —explica esta niña que hace Tercero de Primaria en un cole público bilingüe— hoy precisamente iba a hacer una excursión al Auditorio Nacional, y creo que han elegido un día muy malo, porque la gente no puede ir a la excursión y a la huelga a la vez”. A Valentina la pusieron en un aprieto. “Cuando los de otra clase que ya habían hecho la excursión me dijeron que habían visto los camerinos y se habían subido al escenario me dieron ganas de ir” pero la tentación no pudo con ella y decidió secundar la huelga junto a su hermana, tal y como les sugirió su madre. Además, “esta semana ha sido un horror, he estado muy cansada y he pensado que me venía bien un día de descanso” admite, sonriendo. Este es el primer año de Valentina en un colegio nuevo y le gusta pero... “un poco mal porque me pasé toda mi vida en el Nicolás Salmerón y ahora estoy en otro donde no conozco casi nada. Cerraron mi cole para ampliar el centro cultural, o eso me dijeron, y porque tenía pocos alumnos y profesores. En mi clase éramos sólo 12 y las profesoras de Infantil estaban repartidas”.

Wert persona non grata

“He conocido el sistema educativo liberalizado en Chile” argumenta la madre de estas hermanas en lucha, “familias endeudadas para pagar educación, escuelas segregadoras y sin recursos. El PP está cumpliendo el mismo programa en tiempo récord y no se puede consentir”. Gabriela, la madre trabajadora ausente hoy, también ha conocido otro sistema muy diferente, explica por Whatsapp: “Somos de Perú, un país donde la clase media no mete a sus niños en la escuela pública. Yo estudié en un privado mediocre, por ejemplo, y al venir a España descubrí la escuela pública de calidad. Creo en ella y este Gobierno se la quiere cargar”. Su hija Lena está contenta de reunir hoy a tantos amigos en su casa. “Lena está aprendiendo con esta huelga que debe defender a su escuela si quiere seguir disfrutándola. He hablado con muchos maestros y no dan abasto, están agotados, desmoronados, eso repercute en los niños. Y sólo te estoy hablando de algunas de las consecuencias de la criminal política de Wert. Estamos criando a nuestra hija en los valores de la rebeldía, por supuesto”.

Mientras Jaime ultima un arroz y fríe los nuggets, los siete niños ponen la mesa, ayudan a la pequeña a lavarse las manos y sirven el agua, que Eleonor se apresura a derramar sobre el mantel, recibiendo un sonoro abucheo de sus compañeros. Los hermanos de Ángel no han venido hoy con él. Su madre también trabaja en casa y allí ha organizado otra zona de apoyo para su comunidad más cercana.

Allí un amigo de su hijo mayor y dos compañeras de clase de su hija pequeña, vecinas también, juegan con, suponemos, la misma euforia que por aquí. “Hacemos huelga porque creemos en la educación pública” explica Jorge, el padre de Ángel, por email desde su trabajo. “Hoy anunciaban el importante incremento de beneficio de los principales bancos, es difícil entender que la estructura socioeconómica del mundo dependa de la salud financiera de una serie de entidades, y más aún que esas entidades, rescatadas no hace mucho con dinero público, tengan beneficios privados, a la vez que se sigue ajustando la inversión en educación. Es un timo. Creemos que la educación pública (escuelas infantiles, colegios, institutos y universidades) debe ser para todos. Y que debe ser excelente”.

En su trabajo, por cierto, donde hay 500 empleados, Jorge no conoce a ningún otro compañero que no haya llevado a sus hijos a clase. Su pareja, Natalia, ha sondeado la incidencia de esta huelga y de otras en el colegio de sus hijos y de la anfitriona, el madrileño Rufino Blanco, y ha constatado que la huelga funciona menos con los alumnos más mayores. No sólo porque son más autosuficientes sino también porque hay un porcentaje de padres que prefieren que los hijos vivan la jornada de huelga viendo de primera mano el impacto en su centro, en lugar de quedarse en casa solos, con tanta tentación de pantalla electrónica a su alcance. Natalia sabe que “se puede permitir” hacer huelga por la flexibilidad de su trabajo, como le ocurre a Jaime. Saben que es importante aprovechar esos huecos, convertir la vulnerabilidad en fortaleza, para dejar vacias las aulas y que, aunque se paralicen los colegios hoy, no suceda lo mismo con el sistema educativo mañana.

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