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La vida en un laberinto entre el azul del cielo y el blanco salino

La vida en un laberinto entre el azul del cielo y el blanco salino

EFE

Cádiz —

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Ha cumplido 55 años, pero Demetrio Berenguer lleva trabajando desde los 12 en las salinas tradicionales de la Bahía de Cádiz, un ecosistema laberíntico encajado entre el intenso azul del cielo y el cegador blanco salino.

Él es ya uno de los de pocos “maestros salineros” que existen en España, un oficio al borde de la extinción debido al manejo mecanizado de las salinas sobre las que se ha sustentado en gran parte la riqueza de la Bahía de Cádiz desde hace más de 3.000 años.

Ese paisaje moldeado por el hombre a lo largo de los siglos ha generado un ecosistema con una impresionante riqueza biológica, y el abandono de esa tradición arrastra irremediablemente no sólo a la pérdida de valores culturales o patrimoniales, también al deterioro de esa biodiversidad.

Son precisamente los recursos naturales de un espacio tan singular lo que más valora Demetrio Berenguer de su trabajo; “es la tranquilidad, es la naturaleza” dice en una entrevista con EFE, e incide en que “nunca” se ha arrepentido de quedarse a vivir y a trabajar en las salinas y en que no cambiaría esta forma de vida por ninguna otra.

“Para mi es lo más bonito que hay, un oficio así, que te permite estar en contacto con la naturaleza, trabajar al aire libre y compartir la amistad con otros salineros”, ha señalado Demetrio, nieto e hijo de maestros salineros que utilizaron, como él, sólo rudimentarias herramientas para cosechar la sal y conseguir que ésta mantenga intactas todas sus propiedades.

Pero poco a poco esas salinas tradicionales han ido desapareciendo, y de las más de 150 explotaciones que había hace sesenta años ya sólo sobreviven tres, casi como laboratorios naturales donde poner en marcha iniciativas científicas, medioambientales, turísticas o etnográficas que contribuyan a poner en valor la importancia biológica y cultural que tienen las marismas salineras.

En esas iniciativas para salvaguardar el valor cultural y ecológico de las salinas se han involucrado, entre otros, la Universidad de Cádiz y el Fondo para la Custodia y Recuperación de la Marisma Salinera (Salarte), la primera ong autorizada por el Gobierno andaluz para gestionar una Zona de Reserva Natural.

Salarte ha empeñado su labor en demostrar que la recuperación de las salinas artesanales contribuirá a potenciar la biodiversidad y también a generar una mayor riqueza y más empleo en la zona.

Del orgullo de ser “marismeño, salinero y gaditano” que esta organización conservacionista luce como eslogan presume Demetrio Berenguer, pero siente que la gente joven está cada vez más desconectada de las salinas, que se ha interrumpido el necesario relevo generacional y que su oficio se extingue definitivamente.

“Las salinas ya no se explotan con métodos tradicionales”, ha observado el “maestro salinero”, quien recuerda cómo los jóvenes pululaban hace varias décadas por la zona buscando trabajo entre una salina y otra y cosechando este producto de una manera completamente artesanal.

Demetrio Berenguer, que nació y se crió en medio de las salinas, defiende el suyo como el oficio más bello, y se siente parte del patrimonio cultural y de la biodiversidad, hasta el punto de interactuar con las aves, que se han acostumbrado a su presencia y a su rastrillar.

La recuperación de algunas de las antiguas salinas ha demostrado ya cómo se potencia la biodiversidad, hasta el punto de haber recuperado en algunas de ellas las desaparecidas colonias de espátulas.

Pero también ha conseguido poner en valor los servicios que prestan este tipo de ecosistemas, como la producción de marisco y pescado de mucha calidad, la producción de biomasa o la prevención de inundaciones, y otros nuevos pero con mucho potencial, como los asociados al turismo ornitológico o a la gastronomía.

Fueron los fenicios los primeros que intervinieron en la marisma gaditana para formar las salinas, y hoy Demetrio siente que ese paisaje modelado e intervenido por el hombre durante siglos, y todo el patrimonio cultural asociado a él, podrían perderse; pero señala al pórtico de entrada de una de las salinas tradicionales más conocidas y populares de España, la de “La Esperanza”, y bromea: “eso lo último que se pierde”.

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