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Falsa muerte

Indra Kishinchand López

En Corea del Sur, en Seúl concretamente, existe un centro de curación llamado Hyowon que ha desarrollado un método para combatir las altas tasas de suicidio del país. Su técnica consiste en ofrecer a los clientes un simulacro de muerte. Así, todos aquellos que estén pensando en acabar con su vida tienen la posibilidad de planificar su funeral, encerrarse en un ataúd de madera, escribir una despedida a sus seres queridos… Estos ejercicios pueden traducirse como “curarse muriendo”.

Ignoro el resultado que tal experimento puede provocar en la mente de quien solo piensa en la muerte. Desconozco si la existencia puede curarse a través de un simulacro o si tal vez haga falta, precisamente, más existencia para sanarse. Lo único que sé es que no me gustaría enamorarme a medias, ser feliz a medias, escribir a medias, sentir solo la mitad del éxito o del fracaso. Será inconformismo o rebeldía, pero lo quiero todo o nada. Por eso no pretendo vivir nunca más con casi conocidos, sino que me decanto por una relación con seres extraños, que traen como única consecuencia la pereza o el olvido; sábanas blancas marcadas con desamor.

Justamente esos deseos son los que me han llevado a ser triste al completo. Lo quise todo y me quedé con una habitación vacía y un mapa pintado en la pared; aspiré a recorrer el mundo y tuve que dibujar su silueta sobre un espacio en blanco para no sentir que no llegaría nunca a galopar detrás de la felicidad. Lo que pasa ahora es que la noche y yo ya estamos cansados de tanta impunidad y eso me hace re-plantearme si esta no es también una imitación que dura más años que la propia verdad.

Como no lo sé y entre mis anhelos no se encuentra encerrarme en un ataúd para comprobarlo, me vuelvo a preguntar si no debería entender que no todo es hoy o nunca, sino que también existen cuestiones grises, personas grises, vidas descoloridas y, aún así, felices. Pero ya me lo decía mi padre de pequeña: “No se te puede decir que no”. Y lo más probable es que tuviera razón, que más que capricho me sintiera en la necesidad de conseguir lo que me atrevía a pensar que me merecía. El todo por la nada. Hasta que el fracaso llegó a mi puerta para advertirme; me dijo que de los siete mil millones de personas del planeta yo era una copia de miles de ellas; que mis palabras habían sido pronunciadas en otros tantos cientos de idiomas; que mis problemas eran reproducciones de otras historias; que mis deseos eran un calco de unos que se escuchaban al otro lado del globo.

Y por mucho que dudara, fracaso tuvo razón. Fui y soy una falsificación en un féretro sin paredes. Una burda imitación de la vida que se me escapa en cada segundo. El reflejo de una cuenta bancaria vacía por curar (sin éxito) el desconsuelo. La marea encerrada en una habitación con ventanas a las ruinas. Una entre tantas. Una entre muchas.

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