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Incendios… ¿hola?

Imagen de los últimos incendios forestales ocurridos en Galicia

Camy Domínguez

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Nunca la llegada de las primeras lluvias del otoño fue tan esperada ni estas tan bien recibidas como este año en el norte y oeste peninsular, a la vista de la increíble cantidad de incendios que han tenido lugar en las últimas semanas.

A propósito de ellos, el otro día estaba escuchando en la radio una entrevista y alguien decía que, por mucho que fuera el calor, la combustión espontánea de los bosques era imposible, que la mano humana tenía que estar detrás de los incendios que han azotado Galicia, Asturias y Portugal. Y lo decía como si no estuviera del todo convencido de que así es. ¡Parece mentira! Pero es que es mucha casualidad que haya tantos incendios juntos en una misma zona. No parece más que puro terrorismo incendiario.

Cuando veo en las redes las fotos de ciervos y liebres calcinados en esa suerte de posturas grotescas o aquella entrañable perrita portando en sus fauces un trozo carbonizado que supuestamente es su pequeña cría no puedo sino preguntarme qué intereses puede haber tan sumamente importantes para un ser humano como para generarle el valor necesario para prenderle fuego a un monte, qué clase de necesidad vital puede tener un sujeto tal que le atraiga el dolor de la gente, de los animales, de la naturaleza de esa abominable manera.

Parece que una persona capaz de este tipo de acciones considerara tan solo el candor y la sencillez del acto de prender unos rastrojos y a la vez ignorara la dimensión del daño que puede llegar a ocasionar. Por mucho que aquel muchacho alemán de las rastas se esmerara en pedir perdón por ocasionar el terrible incendio de La Palma y por mucho que cumpla cárcel, al agente ambiental muerto no lo va a poder reemplazar nadie. Pero el chico aun así pidió disculpas y en definitiva el incendio fue uno solo, por mucho que nos duela a los canarios.

Pero ¿qué me dicen de los casi cuarenta muertos y más de cincuenta heridos de Portugal y los cuatro fallecidos de los más de cincuenta focos de Galicia? ¿Es posible que alguien crea que no sean intencionados? ¿Que sea una mera casualidad?

Ayer, en una tranquila guardia en el pasillo del colegio donde doy clase, estaba leyendo un libro juvenil que decía algo así como que “todos somos culpables hasta que no se demuestra nuestra inocencia” y puede que en este aspecto sea perfectamente aplicable. Nos hemos dedicado a construir nuestras casas muy cerca de los montes (yo la primera); nos hemos habituado a que los montes quedan más fotogénicos con la biomasa ahí intacta que haciendo acopio de ella cada cierto tiempo para evitar que arda a la mínima; nos hemos creído que convirtiendo en pasto los parajes boscosos vamos a hacernos ricos en ganadería para hacer más y más hamburguesas y bistecs con los que seguirnos cebando; creemos que recalificando los montes como suelos urbanos nos vamos a poner las botas, aunque luego reclamemos a nuestros políticos más zonas verdes en nuestras ciudades; continuamos siendo bastante ilusos con la idea de que nos va a hacer muy felices enviar más dióxido de carbono a la atmósfera, de ese mismo que acelera a su máxima velocidad el calentamiento global y acaba con los hielos polares y con los pingüinos y osos blancos que los habitan; nos estamos creyendo que por separar los plásticos y cartones para reciclarlos no contribuimos con un granito de arena a que esto tarde unos minutos más en destruirse; pensamos que la desaparición de los árboles no ocasiona desertización y pérdida de los suelos por la escorrentía; que cambiando cada año nuevas ediciones de libros de texto no gastamos nuevo papel y que podemos arrancar las hojas de nuestros cuadernos y echarnos una guerra de bolas de papel porque es de lo más divertido… Y son tantísimas cosas las que parece que no van a pasar y podemos añadir aquí que tardaría un mes solo nombrar las que se me ocurren a bote pronto.

Si nos fijamos bien, sin darnos por aludidos cada uno de nosotros, obviamente, podemos concluir que la humanidad es absolutamente estúpida, incapaz de poner freno a la destrucción del planeta y a la suya propia para ganar otros beneficios que, sin la naturaleza que nos rodea, no nos sirven prácticamente para nada.

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