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Miel sobre hojuelas

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José Miguel González Hernández

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No queremos hurtar el buen hacer de nuestro personal sanitario, pero hemos de establecer recomendaciones que van en pro de nuestra propia salud, en particular, así como la del entorno en general. De esta forma, tener un poco de presión de carga sobre nuestros hombros no es malo. Nos pone en alerta y, al menos desde un punto de vista instintivo, facilita la gestión de la respuesta ante alguna adversidad o situación. Pero tener demasiada presión se puede convertir en un serio problema cuando la capacidad plantea un desajuste importante frente al nivel de exigencia.

En este sentido, al estar imbuidos en una sociedad sumida en un continuo requerimiento de resultados y donde el nivel de respuesta fisiológica a un estímulo se pueda percibir como amenazante, producido por una presión ambiental o psicológica creciente, se genera una acumulación dañina de adrenalina que conlleva un incremento tanto del ritmo cardíaco como de la presión arterial, así como una interrupción del sistema inmunológico que, de convertirse en cuasi permanente, genera una situación de riesgo para nuestra salud intolerable.

No debe ser sano, y de hecho no lo es, que en nuestra vida diaria debamos estar debatiéndonos de forma permanente en aras de una continua resolución en el conflicto declarado entre “huir o luchar”. En algún momento, la bandera blanca debe ser alzada en aras del entendimiento propio con nuestras prioridades.

Del mismo modo, las estrategias que se adoptan para evitar dicha dicotomía se configuran como una pesada losa que nos nubla el pensamiento y nos resta de medidas para la correcta resolución de los conflictos. Y esto ocurre porque vivir en grupo implica ciertos costes, principalmente derivados de los conflictos sociales y de la competición. De esta forma, las especies comunitarias tienen jerarquías de dominación y el estatus de cada persona en el escalafón influye radicalmente en su nivel de bienestar.

No innovamos si decimos que los riesgos psicosociales a los que estamos expuestos día tras día pueden haberse derivado de las deficiencias en el diseño, la organización y la gestión de nuestra vida, pudiendo producir resultados psicológicos, físicos y sociales negativos, como el estrés, el agotamiento o la depresión.

De esta forma, la revisión de nuestro esquema vital se muestra imprescindible, empezando por un autocheck para conocer qué situaciones son plenamente manipulables a nuestro antojo, modificándolas en beneficio propio, y cuáles escapan de nuestro control, que, en este caso, debemos modular su afección e incidencia sobre nosotros.

Así y todo, sabiendo que la presión arterial es la fuerza que ejerce la sangre contra las arterias cuando circula por los vasos sanguíneos, que la sistólica indica la correspondiente cuando el corazón late y bombea la sangre estando relacionado con la presión máxima de la sangre en la red arterial, mientras que la diastólica nos dice la presión entre latidos, estando relacionada con la presión sanguínea mínima en las arterias ante la relajación máxima del ventrículo, apostemos por hábitos sociales que coloquen nuestra salud como máxima prioridad. Y si además los relacionamos con nuestro sistema de relaciones laborales, haciendo buena la expresión “trabajar para vivir y no vivir para trabajar”, miel sobre hojuelas.

*Economista

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