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Tomando nota

Nieves González Arrocha

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Números. Calificaciones que irán a parar a un boletín de notas que se le entregará a los padres como muestra de aprendizaje de sus hijos e hijas. Sobresalientes, notables, bienes, suficientes e insuficientes; palabras que llevan consigo la jerarquía de un aprendizaje y que pretenden ser fiel reflejo de lo adquirido en cada trimestre, en el curso, en la etapa. Antes, cada vez que llegaba este momento me hacía la misma pregunta: ¿realmente es justo ponerle un número a un niño o niña que indica o barema su conocimiento? ¿Es capaz de condensar una cifra todo lo ocurrido dentro del aula? Y lo más importante: ¿ellos entienden lo que significa? ¿Asimilan lo que pone? Ahora no me cabe la menor duda: no. Para lo único que sirve es para competir, comparar, acumular y en ocasiones encasillar o discriminar, un peldaño más en la escalada de méritos vital. La teoría dice que las notas deben transmitir información sobre el proceso de enseñanza-aprendizaje del alumno. Sinceramente, no creo que lo hagan, a veces tan solo son la diferencia entre tener un regalo o no.

Números. Calificaciones que poco tienen que ver con lo educativo y que llevan instauradas en el sistema desde tiempos remotos. Y me pregunto: ¿es mejor o más capaz el niño que saca un diez que otro que saca un cinco? No lo creo. Esos niños no son iguales, cada uno tiene sus emociones, sentimientos, capacidades, momentos..., unas metas y unas expectativas distintas a alcanzar. Además, ¿quién garantiza que el día que les entregas la nota aún conservan el aprendizaje? Podría enumerar algún que otro diploma en la pared que certifica que sé cosas de las que ya ni me acuerdo. Al final es la escala del uno al diez la que los posiciona, los alinea, los jerarquiza entre los que valen y los que no, según un único sistema en el que no se puede ser distinto. Quizás la vara por la que se rige nuestra ley educativa no sea la adecuada para una sociedad en la que la diferencia debería ser un don y no una condena.

Números. Calificaciones que no alcanzan a reflejar la realidad del aprendizaje. El tesón y el afán de un niño tendrían que ser recompensados de otra manera, no con signos matemáticos o palabras estandarizadas. Evaluar es necesario, ¡claro que sí! Es preciso emitir un juicio sobre los aprendizajes alcanzados para poder tomar decisiones, corregir aquello que necesita una mejora o alcanzar nuevos objetivos. Pero soy de las que opina que calificar de otra forma es posible. En el siglo XXI no puede ser que sigamos emitiendo el mismo boletín de notas de toda la vida, nada ha cambiado, del P. A. (progresa adecuadamente) al “adecuado” de las competencias, del solitario 8 al notable… Un papel que en ocasiones solo sirve para tranquilizar, escandalizar o enorgullecer a los padres. Sería genial, por ejemplo, poderles escribir una carta, por qué no. Una misiva en la que, de una forma clara y sin mensajes encriptados, se evaluara su proceso de aprendizaje, el esfuerzo, sus actitudes, el cariño y la ilusión… Palabras que realmente signifiquen algo, que les den un empujón para mejorar, una motivación para continuar y una gratificación por intentarlo, porque, como bien dice Miguel Sola: “La recompensa de la enseñanza es el aprendizaje no la nota”.

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