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La castafiore

Alfonso J. López Torres

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Blanca Castafiore, ese personaje ficticio que el dibujante belga Hergé creó para las aventuras de Tintín es una cantante de ópera conocida como el Ruiseñor de Milán, especialista en el Aria de las Joyas de la Ópera Fausto y cuyas apariciones suelen ir acompañadas de la frase que apertura dicho aria: “Ah, je ris de me voir si belle en ce miroir”, que traducido vendría a ser algo como “¡Ah! Me río de verme tan bella en este espejo”.

Esta blanca casta flor es ella en si misma una ironía para describir un carácter fuerte y desinhibido, que impide a quienes están a su alrededor apreciar las cualidades de su arte, cosa que, por lo demás, parece importarle más bien poco.

Nuestro país, el de la nueva política, también tiene su Castafiore, encarnada en su opereta por un Pablo Iglesias que no solo se ríe al verse tan bello él en su espejo de la política nacional, sino que además ha suavizado un revolucionario, fuerte y desinhibido discurso con el que embelesó a tantos seguidores que se acercaron en los inicios a Podemos, con el único y sencillo objeto de acercar posiciones a las de otras fuerzas políticas y así ganar peso político.

No hay nada más peligroso que una mano tendida por las razones equivocadas, y mucho menos la de un líder que se presenta a si mismo ante la izquierda, el centro y la derecha como el único capaz de liderar una nueva transición política, la suya, que sea el motor del cambio de España.

El sencillo gobierno que esta blanca y casta flor de la progresía ofrece a un Pedro Sánchez desorientado y ambicioso, conformado en su núcleo por una amalgama de partidos y grupúsculos más afines por alcanzar el poder que por ideología, ha desequilibrado el comienzo de una Legislatura, que se intuye falta de altura y calado político y en el que las políticas que se antojaban prioritarias como las de temas sociales y económicos dejan paso a un pintoresco abanico de temas.

Temas que van desde unos asignándose “carteras ministeriales sociales” como Defensa e Interior en un hipotético gobierno que ni está ni se le espera o poco después llorando por los rincones porque no les gusta el sitio tan escasamente mediático y televisivo donde les han ubicado en el Congreso de los Diputados a otros organizando una “República Catalana” existente solo en su delirio histriónico, pasando a aquel que no se presenta a la investidura para no perderla y así desestabilizar estratégicamente las opciones de alcanzar la presidencia del oponente y llegando al fin al de más allá que no sabe si quiere ser Presidente de su Vicepresidente, títere, marioneta, cesante o el que aboque a la ruptura sin retorno de un partido con más de 100 años de historia democrática y sensata.

Si al fin esto aconteciera y nuestro vanidoso Ruiseñor de Vallecas, además consultara a su militancia este hipotético pacto de Gobierno PSOE – Podemos, más de uno habrá de ir apresuradamente preparando de nuevo los apuntes de la Regla de Laplace, aquella que desarrolló Pierre-Simon Laplace en el siglo XVIII para estimar las probabilidades de eventos que se han observado unas pocas veces o que nunca han sido observados en una muestra finita de datos, o ir repasando acelerada y cautamente las mútliples ecuaciones para las probabilidades del empate, no suceda como ya acaeció en el caso de la CUP y el Gobierno de la Generalitat de Cataluña.

Sea cuál sea el resultado obtenido, no podemos obviar que los hechos son los hechos, y de la más remota probabilidad puede devenir la más sorprendente realidad, por lo que nada de lo que pueda suceder habrá de dejarnos indiferentes. Como en la Ópera.

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