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Una de conceptos

José Miguel González Hernández

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La propia etimología de la palabra “presupuesto” se refiere a una cantidad de dinero calculada antes de ser necesitada. Está formada de pre (antes) y supuesto (dado por cierto). Es decir, nos indicaría el supuesto previsto con antelación. El presupuesto se dota de unos ingresos y de unos gastos, de tal forma que, si los primeros son mayores que los segundos, habrá superávit. Pero cuando queremos gastarnos más de los que previsiblemente vamos a ingresar, aparece el déficit.

Dicho presupuesto hay que financiarlo, y las bases sobre las que se financia son expectativas futuras de ingresos. Pero como el día a día exige unos pagos, esos se afrontan sobre una póliza de crédito que las entidades financieras ponen a nuestro servicio. Ahí es donde aparece el concepto de deuda. Esta proviene de la palabra deber, es decir, una obligación adquirida. La solvencia a la hora de satisfacer dicha deuda dependerá de la confianza, de la madurez y de la eficacia del sistema financiero y del coste asociado a través de los tipos de interés, entre otras cosas.

Sobre estos términos se suele producir cierta confusión. Incluso muchas veces se tratan como si fueran lo mismo. Pero no lo son. Otra cosa es que se relacionen. Podemos observar que la existencia de superávit no implica la ausencia de endeudamiento, ya que se pueden aumentar los gastos o aminorar los ingresos previstos con ese dinero en vez de adelantar pagos de la deuda. No obstante, el déficit sí suele generar endeudamiento ya que es una de las formas de financiarlo, pero eliminar el déficit no es sinónimo de eliminar el endeudamiento. Está claro que, cuanto mayor es el déficit en que se incurre, más se incrementan las deudas. Pero el camino contrario no es tan inmediato ni directo, es decir, que el superávit financiero haga disminuir el endeudamiento en la misma proporción.

España, en este sentido, presenta problemas tanto cuantitativos como de tendencia. En 2007 se disponía de un superávit del 2,20%, mientras que en 2009 se tocó techo en esta materia con el 10,96% respecto al PIB, llegando en la actualidad al -2,78%, según el último dato disponible de forma oficial.

Respecto a la deuda pública, esta pasó de representar el 36,1% en 2007 hasta sobrepasar el 100% en la actualidad respecto al PIB, poniendo en cuestión la solvencia y la evolución de diferentes macromagnitudes. En este sentido, si me dieran a elegir, preferiría déficit a deuda, porque tomo al primero como un instrumento, mientras que la deuda es una necesidad (peligrosa si se va por encima del 30% de la renta disponible).

En definitiva, las cuentas están claras pero las decisiones más bien son pocas y las que existen siempre van en la misma dirección. Si no hay más ingresos, habrá menos gasto, de ahí que sea la propia UE la que invite a que se explore la posibilidad de mejorar la eficiencia del sistema tributario y que la evolución salarial refleje mejor la evolución de la productividad junto a que se tenga suficiente flexibilidad interna para adaptar las condiciones sociales a los cambios del entorno económico. Visto lo visto, hay que ponerse serios y asumir dos cosas: por un lado, el que paga manda y, por el otro, la colocación de un cartel en la puerta donde pueda leerse: “Aquí ya no se fía”.

José Miguel González Hernández

Economista

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