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La elección directa de los alcaldes

Nacho Martín, periodista.

Nacho Martín

Santa Cruz de Tenerife —

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Cambiar las reglas del juego en tiempo de descuento no parece una estrategia muy justa. Las normas se ponen antes de empezar el partido y nunca al final. Quedan pocos meses para la celebración de las elecciones locales y autonómicas y el sistema de elección semidirecta de alcaldes que propone el PP no me convence. Y menos ahora.

Pero no solo no me gusta por los tiempos, tan importantes. Ni siquiera por la falta de consenso, tan esencial en una democracia en asuntos trascendentales. No, no es solo eso. Se trata de la incoherencia del asunto. Su falta de encaje con el resto del sistema. Aunque no conocemos la propuesta en todos sus detalles, lo cierto es que parece similar a lo que ocurre con cabildos insulares, en los que la presidencia corresponde al candidato de la lista más votada.

El actual sistema ya tiene todos los ingredientes necesarios para tender hacia las mayorías absolutas: una barrera de acceso del cinco por ciento, un número de concejales siempre impar y un reparto de restos basado en el sistema D’Hont. De hecho, los casos de inestabilidad política municipal en España, aunque llamativos, son relativamente pocos teniendo en cuenta que tenemos 8.000 ayuntamientos.

Colocar automáticamente en las alcaldías a candidatos y candidatas con un mayor número de votos puede convertirse en un problema, especialmente cuando hemos endurecido las condiciones para realizar mociones de censura y hemos quitado, por tanto, atribuciones a las corporaciones. Las rigideces no son buenas en política. Son positivas las negociaciones, los pactos y los consensos en torno a programas de gobierno conjuntos. Que los alcaldes salgan de la voluntad mayoritaria de los electorados y no solo de la opción más votada.

Si queremos una elección directa restando importancia al sistema colegiado actual, me parece bien, pero hagámoslo en condiciones. Sometamos a candidatas y candidatos a un voto directo y personal y diseñemos un esquema coherente, con todas las garantías democráticas.

Pero no ahora, cuando está terminando el partido. Y no cuando no hay el consenso suficiente para hacerlo, ni siquiera internamente.

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