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La paciencia caducada

José Miguel González Hernández

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Parece ser que ahora el que no trabaja es porque no quiere. Parece ser que las finanzas de nuestro país mejoran a pasos agigantados y que apenas las entidades financieras pueden contener la liquidez que el sistema les está solicitando de forma urgente. Parece ser que los operadores privados no saben qué hacer con tanto crédito y los ahorradores están hartos de ganancias rentables de sus depósitos y fondos de inversión. Parece ser que los temidos mercados ahora son mansos gatitos que hacen arrumacos a los estados para poder tener el honor de comprarles deuda soberana. Pero lo que parece ser, a lo mejor no lo es del todo, de ahí que intentemos colocar todas las variables que forman este completo poliedro de la realidad para entender mejor lo que está sucediendo.

Es cierto que la estructura financiera se ha destensionado porque la estructura económica y social se ha abaratado, sobre todo desde la perspectiva interna dedicada a la exportación, con las consiguientes ganancias en competitividad vía coste. La prima de riesgo ha caído y la bolsa está ahí, con unos días mejor y otros peor. Con el objeto de mantener esta tónica durante bastante tiempo, las entidades que deben dotar de liquidez al sistema han aprovechado para realizar continuas subastas y así atesorarlas a menor precio.

Detrás de todo esto, está claro que se halla el Banco Central Europeo, a través de su programa de compra de deuda, el cual ha sido determinante. También el hecho de inyectar millones de euros da tranquilidad. Y para los mercados, el sufragar su devolución a través de las finanzas públicas, también. Nunca me creí la idea que decía que los mercados habían asumido que el euro no se iba a romper. El euro nunca estuvo a punto de romperse. Era un hecho, no improbable, sino imposible. Pero en su día, y así lo dijimos, lo que había que hacer era sembrar el pánico para generar irracionalidades en las decisiones y asumir cualquier medida, por impopular que pareciera, que se nos propusiera.

Pero autocomplacerse tiene riesgos, porque recordemos que seguimos obligados a reducir el déficit público y a cumplir con los objetivos marcados por Europa, ante un contexto económico tipo escalón, como lo será este 2017. Además, el clima puede complicarse al aparecer marejada tendiendo a fuerte marejada con mar de fondo, como son las resoluciones electorales en diferentes partes del mundo o la evolución de los precios de las materias primas, tanto energéticas como las que no, así como la evolución del coste del endeudamiento personificado en los tipos de interés. De esta forma, un solo dato que provoque desconfianza y ¡catapún!, y el optimismo se va a hacer puñetas.

La economía, y por ende la sociedad, se está estabilizando. Es un dato objetivo. Pero las crisis financieras son de largo plazo, no solo respecto a su impacto, sino a la traslación de sus efectos a la economía real. Por ello, la mejora no será trasladada de inmediato. No obstante, siempre hay que generar los mecanismos oportunos para que las ganancias sean equitativamente repartidas según el esfuerzo y el sacrificio de cada una de las partes.

En definitiva, la marca puede mejorar, pero, si el producto sigue igual, tal vez lo que haga falta es más empeño y urgencia, y no tantos simbolismos efímeros venidos de la paciencia caducada.

José Miguel González Hernández

Economista

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