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Espacio de opinión de Tenerife Ahora

Un relato cualquiera

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José Miguel González Hernández

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-Esto va muy rápido...

-¿Te refieres a la vida o a la ambulancia?

-Ambas cosas. No paro de cumplir años y, mientras que pensaba que no me iba a encontrar en esta situación, ahora me veo así, con menos esperanzas y cada vez con más incertidumbres. No sé lo que va a pasar...

-¿Y qué esperabas? ¿Acaso te creías adivino? ¿No te eran suficientes las señales que te enviaba día tras día? Ah, la juventud es una cosa que se va con la edad y te crees invencible, invulnerable. Pero no. Ahí están los años para recordártelo.

-¿No crees que ahora mismo lo menos que necesito es que me des sermones? (-alzando la voz-). Bastante harto estoy de personas como tú que solo se han dedicado a decirle a los demás lo que deberían hacer sin mover un jodido dedo. Habéis vivido a expensas del riesgo que asumimos los demás. Y claro, mientras los demás nos la jugamos, tú y todos los tuyos desde la ventana se dedicaban a recoger los frutos... ¡Escoria!

-¡Eh! Entiendo que estés cabreado, pero deja de echarle la culpa a los demás y, por favor, mantén la compostura y no des un espectáculo de los tuyos. Ahora no. Y además, no creo que mi trayectoria lo merezca. Bastante mal estoy ya como para dividirnos.

-¿¡Dividirnos!? No sé tú, pero nunca me he encontrado muy unido a ti… Siempre poniendo impedimentos. Y lo más asombroso es que siento que necesito que sigas conmigo...

-Eso ya no depende de mí. Te he estado recordando, no solo con palabras, sino con ejemplos, qué vida deberías haber llevado a cabo. Pero tú... nada. A lo tuyo. Y ahora, ya ves. Aquí. Al lado, cogiditos de la mano como si intentáramos atrapar un globo de helio con un cordel y así evitar que desaparezca en el cielo.

-Muy poético, pero ¿quién habla de esa manera? Siempre me has parecido un pedante. ¡Patético!

-Ya veo que nada te cambia. Hasta el final seguirás así. Cuando te cabreas disparas al resto para eliminar tu propia culpa… Pero, dentro de poco, tendrás que hacer el tránsito tú solo. Nadie va a estar contigo y ya no podrás buscar responsabilidades ajenas. Hasta aquí he llegado y no tengo ni fuerza ni deseos de tenerla. Yo me bajo aquí…

-Perdóname (-sollozando-)… Lo he echado todo por la borda. Ahora me doy cuenta de que me he equivocado. Quiero darle marcha atrás a todo esto. Quiero recuperar el tener tiempo para aprender… No quiero que me dejes solo.

-Sabes que siempre he intentado estar ahí, pero ya no puedo ayudarte… como te he dicho, ya no me quedan fuerzas… y si las tuviera, ya no me queda tiempo…

-Por favor, reacciona. Te necesito. Estoy en un túnel y tú eres mi luz…

-Ahora el pedante pareces tú… (-intenta sonreír, pero un ataque de tos se lo impide-).

-Tranquilo, tranquilo. Descansa. Ya queda poco para llegar… Lo he entendido. Ahora lo he entendido… (-con tristeza y arrepentimiento-). Siento todo lo ocurrido… Me he comportado como un imbécil presuntuoso que no ha querido asumir mis propias responsabilidades… Dime qué puedo hacer… Por favor…

-Ya no hay nada que puedas hacer… (-suspirando, con voz casi inaudible, entornando los ojos-). Cuando llegue la ambulancia al hospital, me bajarán de esta incómoda camilla, me pondrán en una habitación y esperarán a que me muera. Eres consciente de la gravedad del accidente y que no existe remedio alguno que pueda curarme. Mi corazón ha dicho basta. Solo me queda por decirte que no esperes mi perdón. No esperes un consejo mágico que te haga sentir mejor. Ese bálsamo no existe. Me has exprimido. Solo he sido una forma de hacerte ganar más y más. Ahora sufre como yo lo he hecho. De nada vale arrepentirse. Tendrás tu penitencia. Y yo ya no estaré, así que ya no tendrás la posibilidad de echarme la culpa de tus desgracias. Vive con ello y recuerda que, detrás del dinero, hay personas...

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