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The Guardian en español

La violencia de los narcos amenaza a una ciudad brasileña que necesita el turismo

El sector turístico es de los pocos que da empleo en Angras dos Reis, una zona afectada por la crisis de los astilleros y del petróleo.

Dom Phillips

Angra dos Reis (Brasil) —

“Bienvenidos a Água Santa” y “buenos deseos”, se lee en el florido grafiti pintado en la pared de un estrecho camino que conduce a esta tranquila comunidad rural. “Agua bendita”, quiere decir el nombre. Pero cuando el domingo pasado la familia Dixon, de Bromley (sudeste de Londres), se salió de la carretera principal a eso de las 4.30 de la tarde, Água Santa se convirtió en el infierno.

Los Dixon (Eloise, Maxwell y sus tres jóvenes hijas) buscaban un restaurante y un lugar para descansar en medio de su largo viaje desde Río de Janeiro hasta Paraty, la turística ciudad colonial ubicada más allá de la Costa Verde del Estado de Río. Estaban a 14 kilómetros del puerto de Angra dos Reis y no tenían ni idea de que un grupo de hombres armados vigilaba en ese momento un punto de venta de drogas en las empinadas escalinatas de piedra que ascienden desde el grafiti por un estrecho pasillo.

Los hombres abrieron fuego: dos disparos alcanzaron a Eloise; otros reventaron dos ruedas y agujerearon la puerta del acompañante y el reposacabezas. Eloise sobrevivió, y un día después ya estaban comiendo, bebiendo y caminando. La familia se negó a hablar con la prensa y se fueron de la ciudad. Pero a Angra le puede llevar mucho más tiempo recuperarse.

“El disparo que hirió a la turista hirió a toda la población”, resume Carlos Vasconcelos, presidente de la Fundación de Turismo de Angra.

El tiroteo abrió heridas en esta ciudad de 191.000 habitantes. Con sus industrias desangrándose por la aplastante recesión y la endémica corrupción de Brasil, la ciudad necesita el turismo. Sus comunidades más pobres, como tantas otras a lo largo del Estado de Río, viven cada vez más bajo la sombra de bandas de narcos como la que abrió fuego contra el Renault plateado de los Dixon.

La repercusión fue inmediata. Preocupado por la salud de la familia, el gobernador del Estado llamó al alcalde de Angra. Los alojaron en un lujoso hotel y pusieron a su disposición un chofer, un traductor y un guardia de seguridad. Ahora se ha contratado a otros 40 agentes de policía y se están planificando proyectos sociales para las comunidades pobres. De momento, la banda de narcos se ha ido de Água Santa.

“Es una lástima que haya sido necesario un incidente con extranjeros para prestar atención a la barbarie que ocurre en esta ciudad”, aseguró en su programa de radio el presentador Samuel Assunção, de 47 años.

El terror cotidiano

La mayoría de los turistas circula por Angra sin mayores problemas. Pero hay otros casos de ataques en el Estado de Río de Janeiro contra personas que entran sin darse cuenta en zonas controladas por las bandas.

En 2015, Regina Múrmura, de 70 años, fue asesinada de un disparo después de que ella y su esposo siguieran las instrucciones del navegador del coche que los llevó hacia una peligrosa favela de Niterói, y no hacia la playa con el mismo nombre donde querían ir. En diciembre del año pasado, un motociclista italiano murió tiroteado después de entrar a la favela Morro dos Prazeres, cerca del barrio de Santa Teresa, en Río de Janeiro. En febrero, una mujer argentina murió a consecuencia de las múltiples heridas de bala que recibió después de que un coche repleto de turistas cometiera el mismo error.

Según el jefe de policía, Bruno Gilaberte, Dixon y su familia buscaban un lugar para comprar agua. La policía considera por eso posible que los Dixon, que no hablan portugués, llegaran a Água Santa por una confusión lingüística.

En su declaración de puño y letra, Maxwell Dixon escribió que habían puesto la palabra “Angra” en el GPS y que este los había guiado hacia un estrecho camino. “Quedaba detrás de dos hombres que aparentemente estaban apuntando armas hacia nosotros. Giramos a la izquierda en la primera calle que pudimos con la esperanza de regresar a la calle principal. Era una calle sin salida. Dimos la vuelta y nos detuvieron varios hombres que, en ese momento, comenzaron a disparar”.

Como muchas personas del Estado de Río de Janeiro, Dayna de Souza, de 22 años, sabe cómo circular en coche por su comunidad, controlada por bandas: despacio, con las ventanillas abiertas, las luces interiores encendidas y los faros apagados. “No te puedes escapar de esa realidad”, explica De Souza, que trabaja en una pequeña tienda familiar de Angra. “Así es nuestra vida cotidiana”.

Un caso relevante para las autoridades

De acuerdo con Gilaberte, la investigación ya tiene identificados a los tres agresores. “El caso está casi resuelto”, dijo. Las autoridades prestan una atención especial al caso. “Esto tiene un efecto negativo no solo en la imagen de la seguridad pública sino también en el impacto económico sobre la ciudad”.

Una de las balas dañó el tórax de Eloise Dixon de forma superficial. La otra entró por su abdomen y salió por el otro lado, pero no dañó ningún órgano vital ni arteria. La familia fue trasladada de urgencia a un hospital de Angra. En 40 minutos, Eloise ya estaba en el quirófano.

Según Rodrigo Mucheli, director del hospital Japuíba de Angra, “la mujer podía haber muerto, tuvo mucha suerte”. Mucheli atiende a un par de heridos de bala por semana y practica cirugías las 24 horas del día. Pese a que hay algunos resorts, la industria turística de Angra se concentra en el puerto, donde los botes llevan a un gran número de personas hasta las playas de la isla tropical Ilha Grande.

Muchos de los brasileños más acaudalados tienen segundas residencias a lo largo de esta fastuosa y frondosa costa. Pero la ciudad es más violenta. En las afueras de las estrechas calles centrales, Angra se eleva en empinadas laderas. Según el censo brasileño de 2010, el 35% de la población de Angra dos Reis vive en favelas: las comunidades pobres, destartaladas y sin control de Brasil.

“Hay una brecha social”, explica Natalia Guimarães, de 18 años, empleada en una céntrica tienda de arte. “Es un lugar de paso”.

La industria pesquera se basa en las sardinas, mientras que el pequeño puerto vende servicios a la industria petrolera de alta mar. El astillero perdió el 66% de su personal desde que cayó el precio del crudo y su principal cliente, Petrobras (la petrolera estatal brasileña), se vio envuelta en un enorme escándalo de corrupción mientras una investigación similar detenía la construcción de una nueva central nuclear.

“Así es la vida del delincuente”

Ataviado con una gorra de béisbol y un reloj de oro falso, un desempleado de 21 años da vueltas cerca del puerto sin nada que hacer. Cuenta que un amigo se unió a una banda después de perder el trabajo. Después lo convencieron para que la dejara. Otros cuatros delincuentes que dijo conocer habían sido abatidos por la policía. Un quinto terminó en silla de ruedas.

“Así es la vida para los delincuentes. Muere uno, aparece otro y nunca se acaba”, explica el joven, que no revela su nombre por miedo a represalias.

Según el alcalde Fernando Jordão, los delitos aumentaron en la ciudad cuando llegaron las bandas de Río de Janeiro, después de que en las favelas cariocas se instalaran puestos con policías armados durante los meses previos al Mundial y a los Juegos Olímpicos. “Hoy la ciudad tiene un problema de violencia”, asegura.

Washington Drumond, de 44 años, perdió su trabajo como fabricante de calderas en el astillero BrasFELS después de que Petrobras recortara sus inversiones. Tres de las plataformas pedidas por Petrobras están acumulando óxido en el astillero. Seis mil trabajadores se han quedado sin empleo. “Somos nosotros, los trabajadores, los que pagamos el precio”, dice Drumond. Ahora trabaja, de vez en cuando, como guardia de seguridad.

Drumond se ríe de los líderes políticos de Río de Janeiro. Devastado por la crisis, el Estado costero está tan endeudado que a la policía le falta combustible, munición y meses de salarios sin cobrar. La tasa de homicidios para los primeros seis meses del año fue la más alta desde 2009. Aun así, el gobernador Luiz de Souza, conocido como Pezão (pie grande), ha abierto un concurso para contratar un jet privado por unos 670.000 euros. Sérgio Cabral, su predecesor, está en la cárcel acusado de quedarse con cien millones de dólares en sobornos.

“Por desgracia, así es como están las cosas, con un alto índice de desempleo y líderes que nos roban”, lamenta Drumond.

La comerciante y presidenta de la asociación de habitantes de Água Santa, Graciele Juliani, se enteró por Facebook del ataque a los Dixon. “No lo podía creer. Estamos muy tristes. Nosotros también tenemos hijos. Sentimos el dolor que sintió la pareja”.

Para Juliani, el barrio ni siquiera es una favela. Tan solo una comunidad humilde de mil personas, a unas cuantas calles de la carretera y de las frondosas colinas.

Unos niños vuelan una cometa en una cancha de fútbol cubierta de hierba, cerca de un arroyo ennegrecido por las aguas residuales y dos tristes mesas de ping pong. “No hay robos aquí”, remata Juliani. “Este es un barrio tranquilo”.

Ni Juliani ni Drumond hablan sobre la banda de narcos. Según uno de los habitantes del lugar (habló de manera anónima por miedo a represalias), hace tres años unos narcotraficantes armados pertenecientes al Comando Vermelho (la banda de Río conocida por sus métodos violentos) establecieron un negocio de venta de drogas en Angra, a solo unos metros de la transitada carretera. Hoy es una de las tres bandas que operan en la zona. Los locales los dejaron hacer. Sabían que varias comunidades en las cercanías de Angra dos Reis estaban sufriendo el mismo tipo de invasiones.

En el sindicato de obreros metalúrgicos, el sindicalista Manoel Sales habla de la relación directa entre los despidos y el incremento de los delitos en la ciudad, con las bandas entrando en las comunidades e invadiendo otras. “El desempleo trae consecuencias y una de ellas es la violencia”, dice sobre el tiroteo. “Es el reflejo de todo esto”.

Traducción de Francisco de Zárate

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