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The Guardian en español

Corbyn no es un traidor: la prensa conservadora está jugando con fuego

Jeremy Corbyn, líder del Partido Laborista

Owen Jones

En ese agitado verano de 2015, cuando Jeremy Corbyn, un “diputado poco conocido y sin un cargo específico que tenía más posibilidades de ganar el concurso televisivo X Factor que convertirse en el nuevo líder del Partido Laborista” se transformó en candidato, sus detractores difundieron una seria advertencia.

Se dijo que la dirección del Partido Conservador tenía en su poder un dosier del tamaño de Canadá que detallaba las conexiones de Corbyn con personas, grupos y regímenes cuestionables, terribles y enemigos del Reino Unido. Según esta teoría, en unas elecciones generales, el expediente “Corbyn odia el Reino Unido” sería puesto a disposición de los medios de comunicación y las ambiciones electorales del Partido Laborista quedarían hechas trizas.

Debido a esta bravuconería, durante las primeras semanas de la campaña a algunos diputados del Partido Laborista les preocupaba, por decir algo, que The Sun pudiera publicar en portada una fotografía en exclusiva de Corbyn descansando en un complejo Butlins [una cadena británica de complejos turísticos para familias] con el líder del Estado Islámico Abu Bakr al-Baghdadi.

Las críticas se caracterizaban por su tono histérico: en víspera de las elecciones, el Daily Mail dedicó trece páginas a desprestigiar a Corbyn y a sus aliados y afirmó que simpatizaban con los terroristas. La cobertura no tuvo el efecto deseado; más bien recordó los desvaríos de un excéntrico en un autobús que proclama el fin del mundo, con la consiguiente incomodidad de los pasajeros, que optan por mirar al suelo.

Demasiado absurdo como para ser tomado en serio. Los votantes optaron por mirar sus cada vez más depauperadas nóminas, su creciente deuda, y la floreciente riqueza de la élite en un contexto de recortes de los servicios públicos. El Partido Laborista consiguió el 40% de los votos. En el congreso anual del partido, Corbyn pidió en tono jocoso al Daily Mail que la próxima vez le dedique 28 páginas de infundios.

Lo que me lleva a hablar sobre el actual histerismo de la derecha y este homenaje bastante surrealista a la Guerra Fría: la noticia de que Corbyn se reunió en los años ochenta con un diplomático de Checoslovaquia (que dejó de existir hace 25 años) llamado Ján Sarkocy que, según se ha sabido, era un espía. Según los archivos de las fuerzas de seguridad checas (ABS) Corbyn no sabía que Sarkocy era espía.

Sarkocy también ha afirmado que organizó los conciertos Live Aid, que según él fueron financiados por Checoslovaquia, y asegura que sabía lo que Margaret Thatcher “desayunaba, almorzaba y cenaba” y cómo se iba a vestir todos los días.

No creo que Corbyn estuviera en posición de saber de antemano el vestuario de Margaret Thatcher. Lo único que todo este bulo parece haber sacado en claro de Corbyn es su antipatía hacia el gobierno de Thatcher y la política exterior de Estados Unidos. Ya se podría haber deducido leyendo el Hansard [Boletín Oficial de las Actas de la Cámara de los Comunes].

En los círculos de la izquierda laborista, Corbyn era conocido como “el ministro de Asuntos Exteriores de la Izquierda”. El hecho de que se reuniera con diplomáticos extranjeros para charlar es tan poco sorprendente como que los conservadores vendan armamento a brutales dictadores para que lo utilicen contra civiles inocentes.

Estamos ante un tipo de seudoperiodismo extremadamente irresponsable que, para impulsar una campaña mediática obsesiva e implacable, no ha dudado en hacerse eco de los desvaríos de una fuente con la misma credibilidad que el típico plasta de bar con unas cuantas copas de más.

Theresa May intenta burdamente sacar provecho de unos artículos ridículos que no son noticia. El diputado del Partido Conservador Ben Bradley, conocido por haber tenido que disculparse tras pedir vasectomías para los “vagos desempleados”, tuvo que eliminar un tuit que se hacía eco de esta campaña y que podría haber dado lugar a una demanda por difamación, cuando Corbyn amenazó con querellarse.

Los medios de comunicación de derechas están fomentando este histerismo y han llamado “colaboracionista” a Corbyn. La ridícula aportación del Telegraph a esta campaña es el titular “Reclaman a Corbyn que revele su pasado con la Stasi”. El Daily Mail optó por el titular “ha llegado la hora de la verdad, camarada Corbyn” (lamentablemente no lo acompañan de instrucciones para buscar a comunistas debajo de la cama).

Por un lado, se trata de un gracioso retroceso a las calumnias contra los líderes del Partido Laborista durante la Guerra Fría, a pesar de que el muro de Berlín cayó hace casi tres décadas.

En 1924, el MI6 falsificó una carta en la que supuestamente el dirigente soviético Grigori Zinoviev pedía la subversión a los políticos del Partido Laborista que simpatizaban con el comunismo: gracias al escándalo el Partido Conservador consiguió una sólida victoria electoral.

Al primer ministro Harold Wilson lo acusaron repetidamente de ser un espía de la Unión Soviética e incluso había rumores de un posible golpe militar para destituirlo. “KGB: Michael Foot era nuestro agente” fue un titular del Sunday Times (el periódico tuvo que pagarle una indemnización en 1995). Neil Kinnock también fue acusado de conspirar con los soviéticos y un titular del Sunday Times publicado en 1992 afirmaba que “Es oficial: la conexión de Kinnock con el Kremlin”.

Esta campaña es siniestra por el siguiente motivo: desde el momento que Corbyn se convirtió en el líder del Partido Laborista ha habido un intento sistemático por socavar la legitimidad democrática de este partido. Los líderes laboristas han sido presentados una y otra vez como enemigos del Reino Unido que simpatizan con terroristas,como una amenaza letal para el país y la seguridad.

Cuando se convocaron las elecciones, la portada del Sun puso el grito en el cielo y pidió “acabar con los laboristas” y el Daily Mail pidió a May que “aplastara a los saboteadores”. En el contexto político posterior al referéndum (y victoria) del Brexit, los medios conservadores incluso etiquetan a los jueces como “enemigos del pueblo”.

En sus esfuerzos por calumniar a los laboristas y socavar su legitimidad como fuerza política, los conservadores británicos están destruyendo la mentalidad democrática de este país.

Hay otro elemento que es todavía más aterrador. En vísperas del referéndum del Brexit, un terrorista fascista asesinó a la diputada británica Jo Cox y al ser preguntado por su nombre en el juzgado contestó “muerte a los traidores, libertad para el Reino Unido”.

Este mes, el terrorista antimusulmán Darren Osborne ha sido condenado a cadena perpetua por haber atropellado con un vehículo a musulmanes junto a una mezquita. En parte, los medios de comunicación contribuyeron a su radicalización. Reconoció que en un inicio esperaba poder asesinar a Jeremy Corbyn, ya que así “habría un terrorista menos en nuestras calles”.

Todos los políticos de izquierdas que tienen proyección pública les drián que han recibido amenazas que guardan relación con el hecho de que se los acuse de ser unos traidores.

En lo relativo a política exterior, son los conservadores los que deben rendir cuentas: desde por qué han proporcionado armas a los saudíes que exportan el extremismo más sangriento, hasta la matanza de niños yemeníes y la venta de aviones de combate al régimen turco.

La cortina de humo actual les resulta muy conveniente. Y que conste que nadie sugiere que Corbyn o el Partido Laborista no deban rendir cuentas.

Sin embargo, la campaña actual no tiene nada que ver con “rendir cuentas”. Simplemente estamos ante un juego peligroso que socava la democracia del Reino Unido y da legitimidad a los radicales de extrema derecha. Tanto los conservadores como los medios de comunicación afines están alimentando la radicalización de la derecha. Si las cosas se vuelven a poner feas, tendrán que contestar preguntas de difícil respuesta.

Traducido por Emma Reverter

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