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The Guardian en español

Opinión

Hay que dejar que Escocia decida también sobre su futuro

La primera ministra británica, la conservadora Theresa May (i), se reúne con la ministra principal escocesa, la independentista Nicola Sturgeon (d).

Simon Jenkins

Theresa May está equivocada. Si Escocia quiere ser independiente, la primera ministra no puede impedirlo. Si la semana próxima el Parlamento escocés pide realizar otro referéndum, que lo haga. Que sean ellos quienes tomen la decisión. Que Nicola Sturgeon (primera ministra escocesa) pelee sus propias batallas y que se atenga a las consecuencias. La verdad es que no importa. Las relaciones anglo-escocesas deben liberarse de una vez de esa neblina que queda del imperio británico.

El argumento a favor de una repetición del referéndum escocés de 2014 es débil pero no es completamente inverosímil. Esa votación tuvo un resultado claro y no hay nada que indique un cambio de opinión dramático en la sociedad escocesa. Si bien es cierto que el referéndum para salir de la UE generó un cambio de circunstancias, como dijo Theresa May, al no estar todavía claros los términos del Brexit, “ahora no es el momento”. Escocia estaría votando a ciegas. Pero, como argumenta Sturgeon, eso mismo se les pidió a los británicos que hicieran el año pasado cuando decidieron el Brexit.

La cuestión no es si la independencia de Escocia tiene sentido, si generaría ganancias económicas o siquiera si es comprensible. La cuestión es si eso es lo que quieren los escoceses. Esta semana el Parlamento de Edimburgo expresará esa voluntad.

En un sistema democrático, si una provincia disidente quiere independizarse de su vecino dominante, ésa debe ser su decisión, no del vecino. El Reino Unido ha llevado adelante guerras defendiendo ese principio, y ahora se quiere separar de la Unión Europea con el mismo argumento. Negar el mismo derecho a Escocia es una hipocresía.

Por eso, May debería encogerse de hombros y decirle a Sturgeon que siga adelante. Ella y sus ministros no deberían hacer campaña en un referéndum en el que no tienen voto, y en el que probablemente no tengan mayor influencia sobre el resultado. Si, como parece probable que suceda, sobrevive la unión, que así sea. Si gana el voto por la independencia, entonces el gobierno del Reino Unido deberá preguntar al Parlamento escocés qué quiere decir con eso.

Los días de las consignas como “la independencia significa la independencia” se han acabado. Como lo está probando el Brexit, las uniones y alianzas entre vecinos no se disuelven así como así. Se llevan a cabo complejas negociaciones más o menos amigables. Intentar negociar la independencia de Escocia en medio del Brexit sería una pesadilla, pero en todo caso sería una pesadilla para Escocia, que tendría que decidir entre una independencia de línea dura o de línea blanda.

La intransigencia de May parece condescendiente y arrogante. Fortalece la postura de Sturgeon, que se convierte en una herida sangrante en medio de las negociaciones por el Brexit. May debería recordar que los separatistas siempre cantan canciones bonitas, hasta que las armas de la realpolitik los silencian.

Algún día tendrá que haber una nueva relación constitucional entre Londres y Edimburgo. Seguramente será un tipo de relación que, al menos, elimine a Edimburgo del Parlamento y del presupuesto de Westminster. Por el momento, lo único que podemos decir es que cuanto antes se resuelva esto, antes encontrarán un nuevo equilibrio la política escocesa y las relaciones de Escocia con Inglaterra.

Traducido por Lucía Balducci

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