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Jugando sucio: la película que puede poner en peligro la candidatura de Hillary Clinton

Un fotograma de la película '13 horas'.

The Guardian

Steve Rose —

La película 13 Hours: The Secrets Soldiers of Benghazi (13 horas: los soldados secretos de Bengasi) no provocará avalanchas de público en los cines del Reino Unido cuando se estrene este viernes. Sin embargo, si usted hubiera estado cerca de Des Moines, en el estado de Iowa, dos semanas atrás, la podría haber visto sin pagar entrada. Donald Trump, uno de los candidatos republicanos a la presidencia de Estados Unidos, decidió pagar de su propio bolsillo una proyección especial del film en el multicine Carmike Cobblestone 9, en Urbandale. “Trump quiere que todos los estadounidenses conozcan la verdad de lo que pasó en Bengasi”, explicó su representante.

Este acto de generosidad de Trump no es un hecho aislado. Muchos políticos de derechas han elogiado la película en las últimas semanas. Tras el debate presidencial del pasado 14 de enero, el contrincante de Trump, Ted Cruz, anunció que “mañana se estrena una película sobre la gran valentía de los hombres que lucharon por intentar salvar su vida en Bengasi y sobre los políticos que los dejaron en la estacada”.

El político conservador Rick Santorum ya había mencionado el film en un debate anterior. En las últimas semanas, el canal de noticias estadounidense Fox News ha dedicado más de tres horas al film. La presentadora de Fox Megyn Kelly lo describió como “una nueva película apasionante que podría representar una amenaza para las aspiraciones presidenciales de la candidata demócrata Hillary Clinton”; lo cual ayuda a comprender por qué “lo que pasó en Bengasi” es motivo de preocupación. Con el propósito de terminar con las ambigüedades, Andrea Tantaros, analista política de Fox, fue todavía más vehemente y afirmó que “si los estadounidenses ven este film, y deberían hacerlo, los que luego decidan votar a Hillary Clinton son unos criminales”.

¿Qué pasó en Bengasi? Prácticamente todo el mundo estaría de acuerdo con los hechos siguientes: el 11 de septiembre de 2012, el complejo diplomático de Estados Unidos en Bengasi, la segunda ciudad con más habitantes de Libia, fue atacada durante la noche. Cuatro ciudadanos estadounidenses murieron, entre ellos al Embajador de Estados Unidos en el país, Christopher Stevens. Los ataques tuvieron lugar en dos sitios distintos: el consulado de Estados Unidos en la ciudad y en unas instalaciones secretas de la CIA conocidas con el nombre de “el anexo”, situadas a un kilómetro del edificio diplomático. Faltaban 56 días para la reelección del presidente Obama. Hillary Clinton era la secretaria de Estado (el equivalente a un ministro de Asuntos Exteriores). El resto de la historia se interpreta en clave política.

El Watergate de Bengasi

Los republicanos no han dudado en comparar la crisis de Bengasi con el escándalo Watergate, pero lo cierto es que se parece a la investigación Hutton; una discusión interminable, turbia y partidista que nunca llegó a convertirse en una polémica capaz de cambiar las reglas del juego, a pesar de que se había presentado así. Y como en la investigación Hutton (un juez británico investigó la muerte de un experto de armas que había cuestionado el apoyo del Reino Unido a la guerra de Irak), se trata de unos hechos que requieren horas de investigación si se quiere comprender lo que sucedió a tiempo real.

A pesar de todos los intentos, y a pesar de los esfuerzos desproporcionados de algunos políticos, las especulaciones de los medios de comunicación y de la investigación financiada con fondos públicos, no han rodado cabezas políticas por los hechos de Bengasi. El film 13 Hours es la última oportunidad de mantener vivo el debate en torno a la gestión de los ataques durante la campaña presidencial en Estados Unidos. Si partimos de la base de que Donald Trump podría terminar en la Casa Blanca, ya todo parece posible. Así que ahora podemos sopesar la posibilidad de que el director de las películas Transformers pueda decidir quién es el nuevo líder del mundo libre.

Los puntos de desacuerdo en torno al ataque se pueden clasificar en las tres categorías siguientes: antes, durante y después.

El “antes” hace referencia a la inseguridad en la ciudad en el momento del ataque y se cuestiona si Estados Unidos se la tomó en serio. Libia vivía un momento de euforia: Muammar Gaddafi había sido depuesto y se habían celebrado las primeras elecciones democráticas en julio. Sin embargo, lo cierto es que en las semanas anteriores al ataque, el consulado de Estados Unidos y la misión de las Naciones Unidas ya habían sufrido ataques de menor importancia. En junio, el convoy de vehículos del embajador del Reino Unido en Libia fue alcanzado por una granada propulsada por cohete. En la ciudad había milicianos armados y miembros de Al Qaeda y no estaban de brazos cruzados. El embajador Christopher Stevens, un hombre idealista y conciliador, había mostrado su preocupación y, sin embargo, las medidas de seguridad de los Estados Unidos sobre el terreno se habían reducido.

Otra cuestión que se incluye en el “antes” es la película The Innocence of Muslims (La inocencia de los musulmanes) una provocadora producción de bajo presupuesto que insulta al profeta Mahoma. Las noticias sobre el film y el tráiler de YouTube, traducido al árabe, provocaron manifestaciones de protesta en el mundo musulmán. Pocas horas antes del ataque, más de 3.000 personas se habían dado cita ante la embajada de Estados Unidos en El Cairo y habían arrancado la bandera de Estados Unidos y la habían sustituido por la de bandera islámica negra.

¿Estados Unidos hizo todo lo que podía?

En cuanto al “durante” la discusión gira en torno a si Estados Unidos hizo todo lo que estuvo en sus manos para defender a los ciudadanos que se quedaron atrapados en el complejo cuando estaba siendo atacado. No se utilizaron los recursos militares de la región, como por ejemplo los cazas F-16 de Italia. La protección del complejo quedó en manos de los agentes de seguridad (trabajadores de una empresa de seguridad contratada por Estados Unidos) situados cerca del anexo de la CIA. Ellos son los “soldados secretos” de la película de Michael Bay.

Según algunas versiones, incluyendo las de los agentes, pidieron permiso para poder rescatar a Stevens y a su equipo pero recibieron la orden de no hacer nada. Cuando finalmente fueron al consulado, Stevens y otros estadounidenses ya habían muerto. Una hora más tarde, el anexo fue atacado. Los contratistas defendieron las instalaciones hasta que llegó ayuda la mañana siguiente. Dos de ellos murieron. Unos 30 estadounidenses fueron rescatados.

Las preguntas en torno al “después” se centran en la respuesta oficial: quién dijo qué a quién y cuándo. Según los detractores de Obama, éste, Hillary Clinton y, muy especialmente, la representante de Estados Unidos ante la ONU, Susan Rice, afirmaron que el ataque no era fruto de un plan terrorista sino la respuesta enfurecida a la película La inocencia de los musulmanes. Sus respuestas contradictorias han sido objeto de análisis, como también lo ha sido el tiempo que se tomó el gobierno hasta que explicó a los ciudadanos lo que había pasado. Algunos correos electrónicos internos demuestran que optaron por eliminar las referencias iniciales a Al Qaeda. Clinton y Obama señalaron que se trataba de relatos contradictorios propios de una situación extremadamente volátil. Sus enemigos creen que se trata de una cortina de humo política.

“Bengasi tiene todos los elementos que necesitan los republicanos para crear polémica”, indica el periodista Frank Rich, editor de New York magazine. “Tiene a Hillary Clinton, que siempre se ha visto como la heredera política de Obama y también a un grupo de estadounidenses que servían a su país cuando fueron asesinados por los terroristas debido al abandono o maldad de las autoridades.  Y todo esto en la recta final de las elecciones presidenciales de 2012”.

El primer intento republicano de utilizar Bengasi como arma política fue un rotundo fracaso con tintes cómicos. Durante el debate presidencial de octubre de 2012, Mitt Romney le reprochó a Obama que hubiese tardado 14 días en reconocer que los ataques fueron “un acto terrorista”. Candy Crowley, que moderaba el debate, corrigió a Romney: Obama había afirmado que se trataba de un acto terrorista el día después. “¿Podrías decirlo un poco más alto, Candy?, preguntó Obama. El público aplaudió y rio. Romney hizo el ridículo.

Seis investigaciones

En los años siguientes, seis investigaciones oficiales sobre los ataques no han conseguido demostrar ninguna cortina de humo, ni a que a los contratistas se les diera la orden de no hacer nada, ni tampoco otras irregularidades. No satisfechos con estos resultados, en mayo de 2014 la Cámara de Representantes de los Estados Unidos, integrada por una mayoría republicana, decidió crear una comisión especial para investigar exhaustivamente. El pasado octubre, Hillary Clinton fue interrogada durante 11 horas. Las evasivas de Clinton siempre han jugado en su contra. Sin embargo, en esta ocasión salió airosa de la situación. Nunca se la había visto tan serena, desafiante y tan humana. Cuando tras nueve horas de interrogatorio le preguntaron si la noche posterior a los ataques había estado sola, Clinton se echó a reír. La situación era manifiestamente absurda. La sesión le proporcionó un aura presidencial que no tenía antes.

“Sin duda fue su momento de gloria”, explica Rich: “La sesión organizada por los republicanos, parecida a las de la era de McCarthy, jugó en su contra porque la información no era correcta, las preguntas eran estúpidas, se fueron por la tangente, pronunciaron discursos”.

A Rich no le sorprende que los ataques de Bengasi no hayan causado más polémica. “Muchos estadounidenses ni siquiera saben dónde está Bengasi. No se hizo nada mal y no podrán demostrar lo contrario. Y todos sus argumentos –Susan Rice, la supuesta censura en los días posteriores al ataque– son demasiado técnicos y complicados para la mayoría de ciudadanos. ”Lo cierto es que desde entonces se han perpetrado atentados terroristas peores“, afirma el editor: ”El Estado Islámico y las decapitaciones, los atentados de París o los de San Bernardino“.

Ahora la esperanza de los republicanos es que el film 13 Hours consiga borrar la sesión de 11 horas que dio la victoria a Hillary Clinton. Como indica el título, la película se centra en las horas posteriores al ataque, que Bay recrea con su característico estilo frenético y secuencias cortas, el sonido de los tambores de guerra y dosis de machismo militar. Una de las secuencias muestra un ataque con mortero desde su interior, un efecto especial que recuerda a otro del film Pearl Harbor. Algunas tomas muestran la bandera americana llena de agujeros de bala. Sin lugar a dudas, el comportamiento de los “soldados secretos” fue heroico, pero Bay muestra sus cartas cuando los presenta como un grupo de expertos, resolutivos y barbudos que cuestionan las órdenes que están recibiendo. En cambio, su jefe en la CIA es un malhumorado burócrata que les recuerda que solo son contratistas y les pide que no entorpezcan la labor de su equipo, unos agentes que parecen salidos de la Universidad de Harvard. Como era previsible, la situación cambia cuando se produce el ataque: “Ya no das órdenes, las recibes”, le espetan los soldados secretos al tipo de la CIA.

En el film no aparecen Obama y Clinton pero la película sabe tocar las teclas republicanas correctas. La orden de “no hacer nada” aparece en el film. También se habla de la ausencia de medidas de seguridad en Bengasi (el Tío Sam no tenía presupuesto). Constantemente se suplica apoyo aéreo al mando central. Bay afirma que contó con la ayuda de contratistas y de fuentes al más alto nivel. Señala que la película evita entrar en cuestiones políticas y “te proporciona los hechos”. La CIA tiene una opinión menos optimista: Un portavoz de la CIA indica que “nadie confundirá esta película por un documental”. “Distorsiona lo que pasó y a los que prestaban servicio en Bengasi esa noche. Es vergonzoso que para destacar el heroísmo de unos pocos, los responsables de la película sintieran la necesidad de menospreciar la valentía de otros estadounidenses que prestaron servicio y arriesgaron sus vidas”.

En la película se echa en falta a los libios. A muchos de los que la han visto (en el país abundan las copias pirateadas de las películas de Hollywood) les sorprende la visión que el filme da del país. Los personajes de Bay repiten incesantemente que no pueden “distinguir los buenos de los malos”, y no resulta sorprendente ya que todos los libios que aparecen en el film son representados como terroristas potenciales. Solo uno de ellos tiene guión: un traductor nervioso que termina en primera línea de fuego. Cuando los estadounidenses logran entrar en el consulado no le dan las gracias sino que uno de ellos le dice: “tu país tendrá que dar explicaciones por esta situación de mierda”.

“En realidad, no es sobre Bengasi, es una película de acción que podría estar ambientada en Djibouti”, indica Rasbeeth Herwees, un periodista libio que vive en Los Angeles: “Su representación de los libios resulta ofensiva. Ni un solo personaje libio es bueno. Los hombres son soldados o combatientes” y todas las mujeres llevan el niqab negro (un velo que cubre el rostro), cuando en Bengasi ninguna lo lleva. No me lo podía creer“. Herwees creció en Los Angeles y explica que los únicos libios que ha visto en películas son los terroristas que aparecen en Regreso al futuro y que disparan a Christopher Lloyd. ”Ahora salimos en Regreso al futuro y en 13 Hours, no es una lista muy extensa“, indica.

“Esperaba que nos mostrara como villanos pero al menos podría haber sido un poco más riguroso”, indica el periodista Aladdin Attiga, que vive en Libia y que señala que en realidad 13 Hours se rodó en Malta. “Podría haber hecho algún esfuerzo para que la ciudad se pareciera a Bengasi y podría haber prestado más atención a los libios que intentaron salvar al embajador. En mi opinión, es una película rodada sin esfuerzo y que tiene una clara intención política”, indica.

De hecho, Attiga conoció a Michael Bay durante el rodaje del film en Malta. “Nos preguntó cómo era Libia en 2012 y le contesté que ese había sido el mejor año y no le gustó mi respuesta”, dice Attiga: “Me dio la impresión de que no le interesaban los detalles ya que en realidad ya sabía qué quería contar”.

La situación en Libia

Hablando de cuestiones más serias, la situación en Libia se ha deteriorado desde el ataque de Bengasi de 2012. Hassan al-Amin es un periodista y defensor de los derechos humanos libio que vive en el Reino Unido, describe los ataques como “la primera advertencia seria; y esa advertencia fue ignorada”. Amin regresó a su país tras un exilio de 30 años para ser miembro del gobierno posrevolucionario libio. Sin embargo, un año más tarde las milicias armadas tomaron el control y se vio obligado a huir de su país de nuevo. En la actualidad, Libia es un estado fallido, dividido entre un gobierno islamista en Trípoli y un parlamento que cuenta con el reconocimiento de la comunidad internacional en Tobruck. Al mismo tiempo, el Estado Islámico y otros grupos yihadistas controlan parte del territorio. “La situación en Libia es muy complicada y caótica”, explica Amin: “Todos anteponen sus intereses a los del país y los progresistas abandonaron la escena política”. “El circo político de Estados Unidos no tiene ninguna relevancia para el pueblo libio”, concluye.

Muchos han huido de Bengasi y se han instalado en Trípoli, Jordania, Turquía o Europa. Para los que se quedaron atrás, la vida en la ciudad empeora todos los días. Así lo afirma Herwees, que indica que “muchas personas son expulsadas de sus hogares por milicianos, que les dicen que tienen una hora para hacerlo. La violencia es una constante y las armas son omnipresentes. Tienes una generación de jóvenes que se sienten marginados, no tienen dinero, carecen de poder político y que se educaron en una sociedad patriarcal que les inculcó que la violencia es la única manera de reafirmar la masculinidad”. Todo parece indicar que una película como 13 Hours no será de gran ayuda.

Antes del estreno, la película se proyectó en bases militares y se mostró a la crítica más conservadora. Además, tres combatientes en la crisis de Bengasi se prestaron a participar en una gira promocional por 19 ciudades de Estados Unidos. También ha sido promocionada por Trump, Fox News y otros conservadores excitables. Una semana después de su estreno en Estados Unidos el film ya había conseguido recaudar unos 33 millones de dólares. Una semana después recaudó 10 millones de dólares menos. Se dirige a la audiencia del canal Fox; hombres blancos de cierta edad de los estados sureños y que votan al Partido Republicano. Todo hace prever que la película no logrará cambiar la intención de voto en las próximas elecciones presidenciales.

“Lo cierto es que las grandes películas de temática política nunca lo logran”, afirma Rich. Su experiencia como periodista que cubre información política y como coproductor de la comedia televisiva Veep le permite hacer esta afirmación. Pone como ejemplo la película Lincoln, de Steven Spielberg. “Se proyectó en el Senado de Estados Unidos y las columnas de opinión que se publicaron después afirmaban que el film lograría cambiar la visión que el país tenía de las razas”. “Desde entonces hemos vivido los peores episodios de tensión racial”, recuerda. “Lo mismo pasó con el film Fahrenheit 9/11, de Michael Moore, fue el documental que consiguió un mayor éxito de taquilla de todos los tiempos pero no logró alejar a Bush de la Casa Blanca en las elecciones presidenciales de 2004”.

La película que ha conseguido cambiar la historia del siglo XXI es, lamentablemente, La inocencia de los musulmanes y nadie lo vio venir. Eso no significa que el cine político deba claudicar pero tampoco debería sobreestimar su importancia. Como indica Rich: “Es increíble, pocos profesionales del mundo del entretenimiento entienden cómo funciona la política, y pocos políticos entienden cómo funciona el mundo del entretenimiento.

 Traducción de Emma Reverter

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