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The Guardian en español

Prohibir el marfil puede ser desastroso para los elefantes

Simon Jenkins

La ley de hierro del mercado es que no se suprime la demanda intentando suprimir la oferta. Se aplica a las drogas. Se aplica al alcohol. Se aplica al sexo. Y se aplica al marfil. Durante toda una generación, un aparato internacional de autoridades de la ONU y de ONG ha estado intentando acabar con la oferta de cocaína en América Latina. Con eso solo se consigue subir el precio.

Para los animales y para muchas personas en países de África, esto ha sido desastroso. Se han reclutado pequeños ejércitos, se han despilfarrado millones y se ha perseguido a cazadores furtivos. Las personas autóctonas han tenido que ver cómo quemaban su mayor tesoro delante de ellos –el gramo de cuerno de rinoceronte tiene ahora más valor que el oro– para que los occidentales se sintieran bien. Se impone una prohibición completamente ridícula a las antigüedades de marfil, pero se cree que la caza furtiva está en un máximo histórico, alcanzado gracias a estrategias publicitarias como la hoguera en la que Kenia quemó 80 millones de euros de marfil confiscado, supuestamente para “concienciar”.

La destrucción de algo de tanto valor solo anima a los traficantes del este de Asia a acumular, lo que aumenta el incentivo de la caza furtiva. Si lo que queremos es que se extingan los rinocerontes y elefantes –algo poco probable dada su popularidad en los safaris y zoos–, esa política va por el buen camino.

Sería bueno para todos nosotros que nadie creyese que los productos de animales raros son buenos para su salud. La demanda en Japón está decayendo, pero el mercado en China y Vietnam sigue siendo masivo. Hay intentos de criar a las especies relevantes de forma doméstica. Los rinocerontes, los osos y dos tercios de los tigres que existen se crían en China, pero estas iniciativas no son aplicables al ritmo de demanda del marfil.

Las licencias de caza mayor se venden en algunas zonas de África, pero a la gente que vive en esas áreas se le niegan los mucho mayores ingresos que genera el marfil. Por eso las licencias de caza en el sur de África, donde sigue habiendo abundancia de elefantes, se usan para suministros de marfil encubiertos. Mientras tanto se dice a los agricultores que no deben matar elefantes, pero no se les recompensa por el daño que estos animales hacen a sus cultivos. ¿Qué responderían los agricultores de Wiltshire (un condado del sur de Inglaterra) si les dijesen que tienen que permitir que los mamuts deambulen por sus campos porque en África a la gente le preocupa que se puedan extinguir?

Pasar a un mercado legal del marfil sería doloroso: al igual que con las drogas, parecería que se está premiando a criminales. Pero permitir que los africanos se beneficien de proteger a especies en peligro es la única forma de garantizar el futuro de esas especies. El concepto de “lo salvaje” es cada vez más reducido. Si tratamos de quitar a los países pobres el derecho a administrar los productos de su tierra, como hacemos nosotros con las vacas y ovejas, en lugar de animarlos a la conservación sensata y rentable, les imponemos costes y los alentamos a migrar a nuestros países, donde nos hemos deshecho de los elefantes desde hace mucho.

La mejor forma de preservar a esos magníficos animales no es dar a sus cuidadores un incentivo para la caza furtiva. El hecho de que la política sobre el marfil la esté dirigiendo la familia real británica junto con adinerados lobistas estadounidenses no la convierte en buena. Es equivocada, y cada año se vuelve más catastrófica.

Traducción de Jaime Sevilla Lorenzo

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