Has elegido la edición de . Verás las noticias de esta portada en el módulo de ediciones locales de la home de elDiario.es.

The Guardian en español

Mi viaje de cacería con Yeltsin acabó con la Unión Soviética

Gorbachov en el desfile militar en la Plaza Roja por el Día de la Victoria sobre la Alemania nazi en Moscú en 2015.

Alec Luhn

Moscú —

El hombre cuya firma contribuyó hace 25 años a la disolución de la Unión Soviética no pensaba en eso cuando convocó al encuentro de líderes soviéticos que produjo el Tratado de Belavezha. Firmado el 8 de diciembre de 1991 en Bielorrusia, el acuerdo rompió la URSS y lanzó a las repúblicas que la constituían a buscar su independencia como estados.

Stanislav Shushkevich era presidente del Sóviet Supremo de Bielorrusia en ese momento. Entrevistado por el periódico the Guardian, recordó el encuentro de 1991 en un complejo estatal del bosque Belavezha con el ruso Boris Yeltsin y con el entonces presidente de Ucrania, Leonid Kravchuk. Según Shushkevich, no estaba entre sus intenciones “sacar el tema de qué es la Unión Soviética y cómo debería existir”.

Shushkevich había invitado a Yeltsin a una cacería en Belavezha con el objetivo de obtener gas y petróleo de Rusia para afrontar el invierno. Al final, tanto la cacería como las charlas sobre la energía dieron paso a cuestiones mucho más serias.

A medida que llegaron las delegaciones se dieron cuenta de que primero tendrían que resolver la crisis política. Según Shushkevich, la Unión Soviética se había quedado “esencialmente sin Gobierno” tras el golpe de Estado que la línea dura del Partido Comunista dio en agosto de 1991 contra los intentos de reforma de Mijaíl Gorbachov.

El acuerdo que firmaron fue el comienzo de la Comunidad de Estados Independientes (CEI), una alianza laxa formada por 11 de las 15 exrepúblicas soviéticas. Según Shushkevich, el mayor logro del tratado fue disolver la URSS a 70 años de su creación y sin que hubiera violencia a gran escala. Hasta ese momento, los líderes occidentales habían temido que la ruptura soviética desencadenara una guerra civil en la potencia nuclear.

En palabras de Shushkevich, “el resultado más importante del surgimiento de la CEI fue lograr el divorcio (de la Unión Soviética) sin mayores escándalos ni derramamiento de sangre”: “Los países declararon su independencia y empezaron a considerarse como tales”.

Menos desigualdad pero menos pluralismo

Pero el legado del tratado y su intención de “construir estados democráticos regidos por el Estado de derecho” en la ex Unión Soviética sigue siendo ambiguo. Tras la excitante democracia y la gran desigualdad económica de los años noventa, bajo Vladímir Putin han mejorado los niveles de vida pero ha empeorado el pluralismo.

Georgia intentó poner rumbo a Occidente y hacer reformas, pero la guerra de 2008 con Rusia terminó afianzando el control de Moscú sobre las repúblicas georgianas separatistas de Abjasia y Osetia del Sur.

En Ucrania, el giro hacia Occidente derivó en la anexión rusa de Crimea y en un conflicto separatista en el este, mientras el resto del país sigue dominado por la corrupción.

En Uzbekistán, Shavkat Mirziyoyev, mano derecha del difunto dictador Islam Karimov, ganó con el 88% de los votos las elecciones presidenciales del 4 de diciembre. Según los observadores internacionales, “carecía de competencia real” en las urnas. En Moldavia, hace muy poco eligieron a un presidente reaccionario y proRusia.

Según Shushkevich, la culpa es de Rusia. En su opinión, el resurgimiento de las tendencias políticas de estilo soviético se debe a la difusión por parte de Rusia de “pensamientos imperialistas” que “colocan a Rusia como una especie de hermano mayor”. Aunque insiste en que él no hubiera hecho nada diferente durante aquel encuentro en Belavezha, sí admitió sentirse mal por algunas de las cosas que ocurrieron después: “Estoy decepcionado porque el Tratado de Belavezha abrió las puertas a grandes oportunidades, pero Putin quiere cambiar todo eso”.

“(Putin) dijo que el fin de la Unión Soviética fue una tragedia, pero ese comentario es inaceptable porque decenas de millones de personas murieron por culpa de ese orden comunista; debemos hacer un gobierno para la gente y no sacrificar al pueblo en pos del Estado”, dijo Shushkevich a the Guardian.

La semilla para un acuerdo más amplió se plantó en Belavezha cuando Gennady Burbulis, en ese momento secretario de Estado de Rusia, preguntó inesperadamente a los presentes si estarían dispuestos a firmar un documento en el que “la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas deja de existir como sujeto de Derecho Internacional y realidad geopolítica”.

A Shushkevich le encantó la idea y el grupo empezó a trabajar en seguida sobre los términos del acuerdo. Para que no pareciera que estaban “creando una Unión de Repúblicas Eslavas”, Shushkevich llamó al presidente de Kazajistán, Nursultán Nazarbayev, y lo invitó a participar en el acuerdo. Nazarbayev prometió acudir pero se retrasó en Moscú por “cuestiones técnicas”. Luego se supo que Gorbachov le había ofrecido el cargo de presidente del Sóviet Supremo en la renovada URSS.

No se fueron a beber

Shushkevich niega los rumores que pintan al grupo de mandatarios yéndose esa noche a beber al banya, una especie de sauna eslavo. Según él, solamente disfrutaron de unos masajes y un largo baño de vapor.

“Sí, era habitual que se bebiera en las reuniones de la Unión Soviética, como también lo era el centralismo democrático, pero no hubo borrachera ni centralismo democrático” en Belavezha, bromeó Shushkevich.

Aunque según Shushkevich la cacería era solo una excusa para reunir a los líderes, Leonid Kravchuk y el entonces primer ministro de Ucrania, Vitold Fokin, salieron a cazar por la mañana. Fokin trajo un jabalí.

Tras la cacería, los líderes volvieron a reunirse para acordar el resto del tratado. Después de firmarlo, Shushkevich llamó a Gorbachov y Yeltsin llamó al entonces presidente de EEUU, George H. W. Bush. Shushkevich cuenta que Gorbachov le colgó el teléfono cuando supo que Bush también había sido informado.

Shushkevich se convirtió en el líder de una Bielorrusia independiente pero fue derrotado por Alexander Lukashenko en las elecciones presidenciales de 1994. Desde entonces, Lukashenko se ha opuesto a muchas reformas y enviado a prisión a sus críticos más importantes. El Estado aún controla el 80% de la economía.

Shushkevich aún tiene la esperanza de que el cambio llegue con la generación más joven. A diferencia de las que la precedieron, tiene acceso ilimitado a la información. “Me entristece que no podamos fortalecer los principios democráticos en Bielorrusia, pero es una etapa por la que tenemos que pasar”, dijo. “Después de las revoluciones de Occidente, durante mucho tiempo hubo derramamiento de sangre y lucha por los derechos que tienen ahora, una sociedad abierta y con derechos humanos”.

Traducido por Francisco de Zárate

Etiquetas
stats